Las últimas batallas de Cristina

Las últimas batallas de Cristina


Cristina 2015. El kirchnerismo puro empieza a transitar su último año en el poder con espíritu de campaña. Pero el eje de la avanzada, más que con una cuestión de perpetuidad, está relacionado con un reflejo de supervivencia y blindaje a la Presidenta. Cuánto quedará de esta legión después de la década (más dos años) K es una discusión de segunda instancia. También parece quedar claro por estos días que la jefa del espacio decidió apoyarse en sus soldados más duros (y muchos jóvenes) para la pelea final.

Así como en su relación con los medios Néstor y Cristina Kirchner rompieron el molde de sus antecesores, en su despedida el oficialismo duro podría estar cambiando, o al menos remixando, algunas reglas básicas de la retirada del poder. Y no habría que desdeñar el factor sorpresa para ninguna batalla.

Aun cuando el último resultado electoral marcó derrotas en distritos clave del país y, sobre todo, sepultó cualquier idea de eternidad en Balcarce 50, el Gobierno logró mantener grosso modo el control de la agenda. Que en varios casos significó quedar golpeado en el centro del ring por impericia propia (la falta de arreglo con los fondos buitre, la carencia de dólares), pero siempre como actor principal.

Imposible saber cuánto de la actual épica K quedaría hoy en pie si, como presagiaban los pasos que el propio Gobierno estaba dando, se hubiese llegado a una normalización con los enemigos externos, con la consiguiente y sedante vuelta a los denostados mercados internacionales de crédito. Pero un juez neoyorkino falló contra los vaticinios, la Corte local lo avaló, la administración de Obama no torció una decisión de otro poder como imaginaron aquí, y el Gobierno se encontró otra vez con un rival previsible para otra época aunque inesperado hasta hace unos meses para el presente.

Así, con la desempolvada consigna “Patria o buitres” en el frente, Cristina empezó a alejarse de un supuesto ablande y una despedida para el bronce, para replegarse y volver a su génesis. Con arranques inéditos, como cuando hilvanó esa teoría conspirativa que mezcló a terroristas islámicos con una aerolínea que recortó vuelos por falta de divisas. Y peor: hubo un coro que la aplaudía mientras asentía con la cabeza y gesto reflexivo-compungido.

En cuanto a la pelea económica, tuvo su correlato en algunos cambios en el equipo. La entronización de Axel Kicillof como jefe de Gabinete real y un poder sin parangón con sus ministros antecesores, sobre todo por el magro resultado de lo que se supone su expertisse (la economía), es el emblema de lo que podría venir. La salida de Juan Carlos Fábrega, visto por sus amigos banqueros como una garantía del sistema (y sus ganancias), y su reemplazo por otro duro como Alejandro Vanoli completan el combo. Por ahora.

En las últimas horas, Cristina también dio muestras de su intención de avanzar todo lo que pueda y a la mayor velocidad sobre los otros poderes. En el Congreso, desempolvó el cuestionado proyecto de Código Civil, que tenía 10 meses dormido tras su aprobación en el Senado, y lo hizo sacar a las piñas en Diputados. Es una norma que durará, como mínimo, décadas. También se prolongará y bastante durante el siglo XXI la norma que regirá el negocio más importante del país de cara al futuro: la Ley de Hidrocarburos. La Presidenta, que está por dejar el poder en poco más de un año, quiere plantar a su antojo las reglas sobre los millonarios pozos de energía no convencional. Hasta 2035 o 2040. Y es muy posible que lo logre. En términos de manejo de poder, eludiendo cualquier cuestión ética, habla tan bien de ella como mal de sus contrincantes.

Cada vez que estuvo por teclear en una votación, el oficialismo halló por migajas algún opositor dispuesto a travestirse. La imagen del histórico Leopoldo Moreau paseando por Manhattan con los pibes de La Cámpora o el audio de la expiquetera Ramona Pucheta confesando que no tenía idea de qué había votado con el Código Civil son solo emblemas de una oposición que no deja de sorprender para mal.

Y si faltaba algo en estos días para confirmar el rearme del cristinismo en el campo de batalla, el exmoderado Martín Sabbatella dio clase en los micrófonos. Pero las palabras de este dirigente quizá fueron peores como titular de Nuevo Encuentro, en un acto reciente en Atlanta, que como jefe de la Afsca, en una posterior conferencia de prensa para retomar la pelea con el Grupo Clarín. Como jefe político de un espacio aliado al kirchnerismo, el discurso de Sabbatella empalagó por obsecuente. Un simpático compilado que circuló por las redes sociales dio cuenta de unas casi 60 veces que el exprogresista repitió las palabras “kirchnerismo”, “Cristina” y sus derivados. ¿Le piden tanto?

Como suele ocurrir en la Argentina moderna, de todos modos, cualquier planteo político quedará subsumido ante un traspié económico y social. La próxima prueba tiene un mojón cercano: el siempre inquietante fin de año.

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