El debilitamiento del kirchnerismo

El debilitamiento del kirchnerismo


A tan solo tres meses y medio de dejar el poder, la fortaleza que en otros tiempos exhibió el kirchnerismo presenta síntomas de debilidad estructural por los quiebres en la representación legislativa, la indecisión en su constitución orgánico-partidaria y la falta de un liderazgo visible y activo.

El análisis deja, en una primera instancia, la sensación de que esa poderosa fuerza política que dirigió los destinos del país durante doce años está hoy en manos de un conjunto de niños huérfanos. El protagonismo secundario de los dirigentes más veteranos enfatiza la percepción.

El diagnóstico revela que en poco tiempo el kirchnerismo se ha debilitado, cualitativa y cuantitativamente.

Que las reuniones sabatinas en las plazas para “resistir con aguante” hayan descendido en el nivel de convocatoria a un cuarto del inicial en solo 90 días, no es relevante. En cambio, sí lo es la ruptura del bloque de diputados nacionales, con Diego Bossio a la cabeza, cuyo estallido no sólo menguó allí la fuerza kirchnerista sino también en otros ámbitos legislativos provinciales y municipales (San Miguel, Hurlingham, Merlo, la cámara de diputados bonaerenses).

El quiebre fue una de las razones de la posterior derrota del bloque kirchnerista en la cámara baja, pero no la única. Perder por casi el doble (166 a 86) de votos en el acuerdo con los holdoust, se convirtió en un dato irrefutable. En el Senado, 17 de los 24 gobernadores comprometieron su apoyo al proyecto del nuevo oficialismo que parece tener la mayoría asegurada.

Mientras estos hechos se daban en el interior del palacio, la agrupación “La Cámpora” compartía en la Plaza Congreso el repudio al acuerdo con los fondos buitres solo con la ultraizquierda del Partido Obrero (PO) y del Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST). Ya no pudo demostrar su poderío de movilización y se conformó con el empate.

Los datos hacen evidente la pérdida de la preeminencia kirchnerista en el Poder Legislativo, justo donde durante 12 años impuso votar como el Poder Ejecutivo mandaba, sin darle a la oposición la más mínima opción, no ya de acordar sino de debatir.

En el ámbito partidario, concretamente el Partido Justicialista, la supremacía del kirchnerismo también está en discusión. Los discursos en los últimos cónclaves fluctuaron desorientados entre disputar la estructura partidaria tradicional -a punto de ser intervenida judicialmente- o fortalecer el Frente para la Victoria como “espacio” desde el cual trabajar.

Aunque nadie lo confiese abiertamente, esa indecisión proviene de un deseo oculto de que el peronismo desaparezca, y simultáneamente del temor de abandonar al movimiento histórico y que éste vuelva a erguirse por fuera del FPV como lo hizo en otras oportunidades.

El deseo quedó sellado por la gobernadora Alicia Kirchner cuando en el Encuentro de Avellaneda exhortó a la militancia a que “continúe fomentando la organización del Frente para la Victoria en cada punto de la Patria y levanten la bandera de los 12 años que tuvimos al servicio de nuestro pueblo”. El temor quedó reflejado en el rechazo a la candidatura del sanjuanino José Luis Gioja y el impulso del kirchnerismo puro a la figura del chaqueño Jorge Capitanich para presidir una “lista de unidad” y evitar la intervención.

Dirigentes peronistas se preguntan para qué quiere el kirchnerismo el Partido Justicialista si, como es público y notorio, entre sus filas Juan Domingo Perón tiene una muy relativa influencia, y además cuenta, ocasionalmente, con una defensa fría por parte de la líder del Frente para la Victoria.

Extrañamente, aquel potente liderazgo, que hasta fines del año pasado encarnó apasionadamente la señora Cristina de Kirchner, pasó a ser invisible en el escenario político concreto, donde actualmente se dirimen cuestiones ideológicas que ella misma defendió hasta el mismo momento en que abandonó la Casa Rosada.

La señora de Kirchner no parece querer emular a Juan Domingo Perón, al que decenas, cientos de dirigentes acudían en consulta de cuerpo presente durante su exilio en Madrid. El Calafate tampoco parece albergar ninguna Puerta de Hierro que traspasar para obtener el privilegio de ser atendido por la líder.

Para cubrir su ausencia en Buenos Aires, la ratificación de su liderazgo en la reunión de la UTN tuvo, en realidad, sabor a poco. Tampoco alcanzó la flaca acción política del delegado personal, su hijo Máximo Kirchner.

Subyace en ese marco la duda sobre la eficacia de que la señora de Kirchner  permanezca en su zona de confort hasta la realización de un acto en Buenos Aires, previsto para mediados del mes de abril, donde generaría su reaparición triunfal. Es de suponer que para ese momento la militancia espere de su conductora el resultado de su larga reflexión política desde una perspectiva más amplia y nutritiva, como solían hacer los grandes líderes de la historia.

Mientras tanto, la realidad fagocita veloz y diariamente los capitales del kirchnerismo, invertidos en negocios de infraestructura sospechados de actuar como paraguas de hechos de corrupción, y de comunicación para el armado de un fortín de medios que ejerciera la defensa irrestricta de las políticas del gobierno kirchnerista.

La salida del kirchnerismo del poder sustrajo automáticamente los soportes económicos de ambas estrategias, dejando a sus protagonistas sectoriales en la indefensión total. Los primeros, empresarios amigos expuestos mediáticamente en sus identidades y métodos de apropiación de dinero ajeno como nunca se vio en la historia argentina. Los segundos, empresarios aventureros devenidos en beneficiarios de los dineros públicos por los cuales se niegan ahora a responsabilizarse cuando las papas queman, y las sueltan. Venden los medios, despiden o no pagan los salarios. Como consecuencia quedan los castigados –como siempre pasa con las ideas peregrinas del poder cuando incursiona en el ámbito de los medios buscando más poder-, los trabajadores. Entre ellos, los periodistas militantes que deben iniciar los conocidos procesos de defender las fuentes de trabajo, reclamar las indemnizaciones correspondientes o buscar un nuevo lugar bajo el sol. Es la injusta condena de los mensajeros.

El kirchnerismo tiene varios frentes abiertos, tal vez demasiados, y en ese contexto la fragmentación dirigencial es inocultable, aún para aquellos dirigentes que buscan denodadamente la unidad. Otros intentan tibiamente llamar a la reflexión porque “no es momento de división”; son los que no terminan de salir de la depresión que les causó la derrota. Un número importante de dirigentes ya dio el salto político que la coyuntura aconseja y reacomodó las fichas dentro del nuevo panorama. Finalmente queda un importante conglomerado de militantes convencidos de que el Frente para la Victoria no perdió, que Cambiemos ganó por poquísimos votos y que el kirchnerismo está intacto, igual que el proyecto.

Las derrotas electorales tienen la particularidad de provocar sismos hacia el interior de las fuerzas políticas. Son movimientos bruscos y contundentes que hacen caer las partes mal construidas de la estructura. El derrumbe permite ver la realidad que antes tapaban los muros soberbios del poder.

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