En la Ciudad el que no hace nada no tiene contra

En la Ciudad el que no hace nada no tiene contra

"En la Ciudad el que no hace nada no tiene contra, la anestesia se traslada al conjunto social, los expertos en la materia van al tranquito radical o aliancista. Pero al que hace se le complica y eso que Macri hasta ahora hizo poco".


Debemos ser nosotros, seguros que somos casi todos o unos cuantos pero debemos ser muchos más de los que la gente visualiza como los culpables de tanto desatino. Parece bastante difícil que las malas decisiones de tan pocos tengan la capacidad de molestar tanto y con un efecto tan prolongado cuando los tiempos se acortan. Todo nace porque es más que lo que muere. En el mejor de los casos, empieza como una esperanza hasta caer nuevamente en el tobogán que trascendió al recordado estado de bienestar para llevarnos a los porteños de una manera u otra al estado directamente inverso, al malestar.

Es ahí donde el ciudadano aún se resiste a creer que es imposible aquello de que son todos iguales, que eso es una falacia y que como en todos lados, hay de todo…buenos y malos, ¿no? Pero mala suerte tiene esta generación a la que le tocan gobernantes mejores o peores pero ninguno con la capacidad estratégica de generar políticas de Estado que permitan al país plantarse frente al mundo de otra manera, como para no seguir haciendo el ridículo cíclicamente en el concierto internacional.

Lo ideal no es fácil para un país visceralmente suicida, y sin pretender tomar el lugar de una analista psicopolitógo pero en la certeza de que todas las coyunturas globales que han resultado óptimas para nuestra capacidad instalada se terminan transformando, más temprano que tarde en una tragedia de mayor o menor envergadura que no logra aprovechar esa sucesión de períodos para sentar las bases de la paz y el desarrollo, que orejeando el balance histórico, siempre quedan relegados.

No es verdad que la dirigencia política es sólo la responsable de la situación nacional en el nuevo contexto global. Es la dirigencia multisectorial la que no construye una plataforma donde todos tengamos un rol, un equipo que no dependa como siempre de individualidades (que las hubo, las hay y brillantes en casi todos los campos). Ese famoso proyecto de país del cual carecemos, que tiene que definir -entre otras cosas- en qué consiste el federalismo desde el cuál se maneja la política y la administración. Eso también significa definir derechos y obligaciones del todo hacia las partes y de las partes hacia el todo.

No se trata más que de poner en su justo punto la coparticipación y cuantificar -entre todos los Estados- cuál será la solidaridad de la Nación con los menos beneficiados. Y tratar de definir también (desde el país federal) qué significa tener una Ciudad Autónoma que además reviste el carácter de Capital Federal. Ese carácter hace a la urbe única, provoca que por ejemplo desde 1997, dos gobiernos autónomos tengan su residencia histórica cruzando la Plaza de Mayo, sede por excelencia de la pasión política de la historia argentina, que más de una vez, por no decir casi siempre, fue la plaza del pueblo (y de sus desencuentros).

También la Nación tiene que definir cuál es el rumbo de la política internacional. El país sufre una crisis en ese plano que dificulta el avance. Sin política para ese sector no hay crédito y tarde o temprano, el aislamiento produce merma de poder y credibilidad. Y todo tiene vuelto. Los K lo saben, aunque piensen que los “porteños (hiperinformados) no saben votar”.

Y también la Ciudad, la que apostó al cambio profundo, la que giró ideológicamente 180 grados con apoyo masivo, debe mirar a sus pares. En esta primera etapa vemos como el progresismo y la centroderecha se diferencian sólo en el marketing y mantienen idéntica presencia mediática. El gobierno de Mauricio Macri debe -si realmente quiere un cambio- perforar esa imagen de gobierno “publicista y de buenos comunicadores” como son el propio Macri y la vicejefa Gabriela Michetti, para lograr dar vuelta cualquier imprevisto incómodo o trágico (como ya pasó), para soportar crisis que cualquier gobierno atraviesa en algún momento de su mandato. En una palabra: para no ser un Aníbal Ibarra a quien la destitución encontró con sólo dos diputadas propias (un 3,3 por ciento de la cámara) y ajusticiado políticamente por falta de construcción y negligencia. Ibarra no tuvo quien lo defendiera en el lugar y el tiempo indicado. Ahí, donde no llegan las encuestas ni lo que piensan los amigos o los parientes, donde el rigor del poder se hace sentir. Ellos mismos decidieron que Ibarra se fuera por mezquindad política.

Y Macri, en este tiempo, cree que la decisión de hacer marcará diferencias con el líder “progresista”, luego de un gobierno de Telerman que como el vino, se valorará más con el tiempo. El jefe de Gobierno, como su inmediato antecesor, hace, pero no le pregunta nada a nadie, lo hace como un autista con equipos de especialistas en temas y géneros y no entiende –hasta ahora al menos- que hay que participar a la gente de las decisiones, que eso no es delegar responsabilidades ni debilidad de mando: eso es sensibilidad social y personalidad para gobernar: gobernar en estado puro es con todos, para todos, o al menos con algunos y para casi todos.

Ya pasó en San Telmo, con la reforma reducida a “los adoquines”, ya pasó con el cine de Mataderos, ya pasó con temas más sensibles como la basura y el equipamiento para los edificios públicos de salud y educación: falta tacto, contacto con la gente. Una buena política para lo macro ejecutada desde Hacienda por Néstor Grindetti, hace que todo se note menos, pero cuando recorre las calles (como habitualmente hace con Marcos Peña, o con Diego Santilli o con la misma Michetti), deberá no sólo ver el problema sino escuchar al ciudadano y sumarlo o hacer política para que lo que se haga no sea visible o sea despreciado.

Lamentablemente, en la Ciudad el que no hace nada no tiene contra, la anestesia se traslada al conjunto social, los expertos en la materia van al tranquito radical o aliancista. Pero al que hace se le complica y eso que Macri hasta ahora hizo poco. Con la gente es más fácil, no se necesita a Durán Barba (en realidad para nada), pero mucho menos para darse cuenta de que si la gente lo votó, “estaría bueno” escucharla.

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