Ibarra y sus circunstancias

Ibarra y sus circunstancias

A Ibarra le fue seguramente mucho mejor de lo que pensaba en su paso por la Legislatura, se mostró solvente ante un cuerpo que nunca lo pudo sacar del libreto. Demostró ser un político de raza, de esos que se desembarazan con efectividad de situaciones conflictivas. Lo que no pudo lograr es reconciliarse con una sociedad que esperaba que su jefe de Gobierno le explique qué pasó en Cromañón, que le mostrara caminos de compromiso en el esclarecimiento del hecho, que se mostrara como el verdadero responsable político, rol que esquivó asumir en plenitud. En ese sentido su estrategia tampoco "alcanzó" y quedó lejos de "su espejo"


Aníbal Ibarra estará por estas horas respirando un poco más aliviado tras someterse en la tarde-noche del viernes a un interrogatorio legislativo que lo lastimó menos de lo pensado.

Una preparación altamente profesional para una exigencia de este tipo sumada a un desarrollo discursivo que transitó con nervios de acero, le facilitó no quedar desacomodado ante la requisitoria informativa de los diputados. Los últimos en hacer uso de la palabra ya ni siquiera lo interrogaron sino que dieron su punto de vista acerca de los motivos de la tragedia o de las explicaciones vertidas en el recinto por el jefe de Gobierno.

Ibarra demostró a la sociedad, a la comunidad política y a sí mismo que más allá de que no le asistía de ningún modo la razón en su intento de licuar las responsabilidades, con la convicción de conservar el poder, un político avezado es capaz de resistir y emerger de esta incómoda situación que se vislumbra como la primera estación que recorrerá el tren del calvario llamado Cromañón.

"No vengo a hacer niguna justificación", dijo. Su historia política desarrollada más cerca de las garantías y por dentro de esa especie de pensamiento porteño que constituye el "progresismo", contrastó con la actitud adoptada en su retórica justificativa de lo injustificable. "Nada alcanzó", "esto no va a pasar nunca, ni bajará de intensidad", "191 no es un número, son personas irrepetibles", son algunas de las terribles cosas que reconoció con una frialdad que no es común en él. Los controles no funcionaron y es su responsabilidad y la de su espejo.

"Me hago cargo de lo que me corresponde, pero no me hago cargo de lo que no me corresponde", el lema de cabecera de su exposición no "logró piel" con el reclamo social. Ibarra estaba ahí para explicarle a la sociedad el porqué de la tragedia y para asumir su responsabilidad. Lo primero no sucedió (es de suponer que no lo sabe) y lo segundo fue un vano intento de disimular la responsabilidad entre tan disímiles actores como jueces, legisladores, ciudadanos comunes que protestan, empresarios y políticos en general. Demos por cierto que esas cosas suceden, pero 191 muertos exigen combatirlas y no describirlas. Y si no se puede, es mejor callarse.

La preparación desde el punto de vista político fue casi perfecta. El cúmulo de información, el manejo que hizo de la misma, la memoria que no lo traicionó en ningún momento y un tono de voz acorde y solemne -solamente alterado cuando se sintió atacado- fueron quizás los puntos más altos de su paso por Perú 160. Su equipo de trabajo previo y de estrategia fue fundamental para no tropezar.

La línea argumental de que "hicimos mucho pero no alcanzó" (algo que llevó dos horas de discurso) no era lo que los diputados, los familiares, los medios de comunicación y la sociedad entera (por televisión o radio) quería escuchar. Pero salvo raras excepciones nadie se lo enrostró y cuando lo hicieron, desde la agresividad o desde la emoción, la solidez contestaria del animal político, aplastó todo intento de desvío del plan trazado. Ésa fue otra de las claves, el Gobierno se tomó más en serio que la oposición la "interpelación". La trabajó como aquél que tiene el título y más para perder.

El desafío de "si alguien tiene pruebas lo acompaño personalmente a la Justicia" constituyó una bravuconada no habitual en él. Las pruebas de las fallas en su Gobierno las tiene que tener el jefe de Gobierno, para eso es su conducción. Venir a bloquear todo atisbo de pensamiento de corrupción acerca de la tragedia fue por lo menos innecesario. El "focazo de corrupción" como él mismo lo definió, algo debe haber tenido que ver, se respira en el aire, se conversa en el bar, lo intuyen todos… se verá qué dice la justicia.

Ibarra demostró el viernes que políticamente es más que sus interpeladores incluyendo sus jefes políticos, a los que nombró al pasar. Lo que no pudo demostrar en la Legislatura es que puede estar a la altura de las circunstancias, del verdadero reclamo social. Lo demás es especulación política.

Obviamente esto no se acaba acá, es más no se sabe qué pasará con la continuidad de la sesión. La Justicia parece ser el camino por el que transitará en el futuro cercano la llaga del dolor y hacia dónde se debe encaminar todo si lo que se pretende realmente es que Cromañón no quede impune.

Ibarra podría recapacitar ahora que no lo acorralan los fantasmas de la gobernabilidad que él mismo ayudó a agitar más allá de sus amigos y enemigos políticos. Pero además deberá asumir que si no aparece ningún culpable en el Gobierno de la Ciudad -aunque sea un jefe de inspectores-esta historia no cerrará completa. Nadie le critica los avances logrados, todo lo contrario. Pero el sistema "no alcanzó". Quizás la jueza llegue al fondo de la investigación con éxito, pero sería mucho más sano para la dolida sociedad que el Gobierno redoble los esfuerzos que está haciendo en busca de la verdad y tome las decisiones que sean necesarias para que eso suceda. Allí se reconciliarán Ibarra y sus cirsunstancias.

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