El fin no justifica los medios

El fin no justifica los medios

"A esta hora creo que el barco a los que subieron a los ciudadanos de la Ciudad se hunde y ni siquiera hay salvavidas para todos. El hueco en la quilla que dejó Cromañón es irreparable. Demasiado dolor. Demasiada injusticia. Demasiados demasiado…"


Yo sabía antes de entrar a la política que la misma era descarnada, cruel, implacable. Aprendí que para salir al lado de la foto del líder político de turno había que empujarse y codearse como las modelos en el cierre del desfile de Giordano. Que en base al "todo vale", y "la política es el arte de lo posible", por subir un escalón o acceder a un puesto se podían orquestar operaciones mediáticas, desnudar aspectos de la órbita de la intimidad de cualquiera, hacer cámaras ocultas o vender datos para una foto de tapa de alguien en las playas esteñas para hacerle bajar uno o dos puntos en su popularidad.
Pero también aprendí que en el mundo donde se deciden el destino de millones de PERSONAS hay códigos que no se rompen. Hay Códigos de acero. Y que la palabra es el único valor que se respeta.
Este viernes en la Legislatura Porteña fui partícipe involuntaria de la peor clase de intento de toma de poder que hubiera podido imaginar. Entiendo que ni Maquiavello podría haber jugado con el dolor de cientos de padres que perdieron de la forma más absurda, injusta (en el sentido de la antijuridicidad) y brutal que se puede perder a lo más sagrado que poseemos, un hijo.
Tuvimos frente a nosotros un jefe de Gobierno golpeado, jaqueado y entiendo que arrepentido por su desidia pero que se acercó a Perú 130 voluntariamente a pasar uno de los peores momentos de su vida pública. Vino munido de su excelente dialéctica y pilas de carpetas (que el se encargó histriónicamente de manejar solo, sin asistencia de letrados y asesores) que intentaran explicar lo inexplicable. Ibarra se enfrentó por primera vez a la gestión Ibarra.
Se lo vio entero, tal vez un poco soberbio para mi gusto, pero en pleno ejercicio de sus deberes y atribuciones como máximo responsable del gobierno de la supuesta "Ciudad Autónoma" (cargo para el que vale la pena recordar fue elegido democráticamente hace apenas mas de un año).
Párrafo aparte merecen los padres de las víctimas que soportaron estoica, y respetuosamente, largas horas, foto en mano de sus criaturas desaparecidas, un discurso que parecía interminable de quien ellos consideran el máximo responsable de la inconmensurable tragedia, y exactamente veinte alocuciones cargadas de reproches de mediano voltaje y poco tecnicismo (a excepción del de un legislador que perdió en Cromañón a su ahijado, que intentó con datos concretos llegar a las fibras mas íntimas de Ibarra, hablando desde el dolor y la imperiosa necesidad de llegar a la verdad).
Pero la suerte de Ibarra se estaba jugando en otro lugar, que no era, curiosamente, ni ese recinto de sesiones ni el Juzgado donde otro Poder Republicano y Autónomo debe llegar hasta la médula de la cadena de responsabilidades, o sea la JUSTICIA.
Un político opositor, con futuro brillante –a mi criterio pieza fundamental y reserva de la política argentina – pero influenciado por un grupo de asesores inescrupulosos que seguían por televisión el evento, impartió la orden de pedir un cuarto intermedio, desatando un verdadero pandemonium.
Sectores de izquierda allegados a las víctimas convencieron rápidamente a los familiares que esto era conveniente para desgastar al jefe de Gobierno (no olvidemos las famosas "100 horas" de Grosso frente al viejo Concejo Deliberante), y los legisladores de distintos bloques corrían frenéticamente para intentar "juntar" votos para una u otra postura. Dos votaciones fallidas y más de una hora de reuniones "secretas" arrojaron como resultado la sentencia política de Ibarra.
Quienes vivimos y recordamos ese fatídico 20 de diciembre de 2001 (el que en mi caso personal me empujó a la función pública), no podemos dejar de reflexionar sobre la peligrosidad, desconcierto, descontrol y anarquía que se respira como ciudadano cuando las Instituciones Democráticas son dramáticamente desestabilizadas.
Todo este año, desde lo personal, me dediqué a criticar a Ibarra, a intentar legislativamente de "bachear" sus fallas de gestión (a la que no me da vergüenza de calificar como mediocre), en definitiva, a ejercer una oposición seria y responsable.
Pero la niña idealista y patriota, o la purista estudiante de derecho que todavía hay en mi, se emocionó genuinamente cuando "mi" jefe de Gobierno (al cual por supuesto no voté e intenté hacer reaccionar a los cachetazos todo el 2004) ingresó a ese recinto de la Legislatura Porteña, a la cual me siento orgullosa de pertenecer.
Porque él para mi no era Aníbal Ibarra persona, era y es (mientras lo dejen) el "órgano", la máxima autoridad de la Ciudad que es "vidriera" del país.
Si es responsable por las muertes de Cromañón se lo debe llevar la Justicia. Pero no nosotros. No la política oportunista que pretende elecciones anticipadas. No las puebladas que son digitadas por sectores que aprovechan el dolor de los acorralados, o los que tienen hambre, o los que se les arrancó una noche fatídica la única reserva moral que todo ciudadano posee: UN HIJO.
A esta hora creo que el barco a los que subieron a los ciudadanos de la Ciudad se hunde y ni siquiera hay salvavidas para todos. El hueco en la quilla que dejó Cromañón es irreparable. Demasiado dolor. Demasiada injusticia. Demasiados demasiado…

* Legisladora porteña del bloque Juntos por Buenos Aires

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