La reinvidicación de la lentitud

La reinvidicación de la lentitud

El movimiento Slow reivindica la lentitud como forma de vida. El extraño y novedoso movimiento internacional que a través de varios libros e intelectuales justificó la necesidad de tomarse la vidad con más calma. El famosos cambio de ritmo fuitbolero. Las opiniones de losideólogos


El segundero del reloj pasa sesenta veces para mover la aguja del minutero, siempre a la misma velocidad. Sin embargo, el ser humano ha conseguido lo que parecía imposible: hacer en esos segundos el doble de cosas que hace unos años. Y los que más cosas consiguen ejecutar en ese minuto suelen recibir la felicitación y el reconocimiento de una sociedad que rinde culto a la velocidad. Pero como en todo proceso, hay víctimas de lo que el médico estadounidense Larry Dossey denomina “enfermedad del tiempo”: estresados, agobiados, angustiados que sienten que sus vidas se van sin siquiera notar que están viviendo. De hecho, el estrés es la primera causa de deserción laboral en los países desarrollados.

A finales de los ochenta -contra esta marea- surgió un movimiento de reacción a la velocidad. Distintas voces desde distintos puntos del planeta empezaron a pedir calma, tranquilidad y tiempo para disfrutar de la existencia. Según los propagandistas de la lentitud, “vivir corriendo no es vivir”. Así emergió el movimiento Slow (despacio), que no es otra cosa que disfrutar a paso lento, y que encontró en el periodista canadiense Carl Honoré su representante oficial.

Su libro “Elogio de la lentitud” (ediciones RBA), es un compendio de las tesis que defiende esa minoría cada vez más mayor de personas cuya filosofía se puede resumir en una palabra: equilibrio. Actuar rápido cuando hay que hacerlo y ser lento cuando conviene; hacer las cosas de manera menos frenética, y ser uno quien controle los ritmos.
¿Por qué se vive de forma eléctrica?, ¿por qué se cree un logro arrancar minutos a las horas, o hacer dos o tres cosas al mismo tiempo?, ¿por qué se considera triunfador aquella persona que trabaja todo el día?, ¿por qué una espera de cinco minutos en la cola del supermercado es motivo de odio, intolerancia y mal humor? Porque durante el siglo pasado, a alguien se le ocurrió por ejemplo que pensar mientras se viaja en colectivo es una pérdida de tiempo, cuando se podía ir leyendo informes; y porque alguien, cualquiera, decidió cambiar la palabra rapidez por otra: eficacia. Y lo peor de todo -dicen los seguidores del movimiento lento- es que la mayor parte del mundo, en vez de cuestionar esas directrices, las ha asumido.

Uno de los principales defensores de la desaceleración es el periodista italiano Carlo Petrini, fundador de Slow Food (comida lenta), un movimiento internacional con más de 100 mil seguidores en 42 países, dedicado a extender la idea de que es preciso dedicar tiempo a la comida. Por salud y por placer. Pero ¿cómo algo tan obvio tiene que ser defendido? Sencillamente, según Petrini, porque la extensión del fast food (comida rápida) introdujo conceptos nuevos.
Pero él y sus amigos no se han quedado sólo en eso. Su objetivo es más ambicioso: “Estamos esclavizados por la velocidad y todos hemos sucumbido a su virus. Luchamos por el derecho a establecer nuestros propios tiempos”. Así aparecieron las Slow Cities (ciudades lentas) en la localidad italiana de Bra (15 mil habitantes). El manifiesto de Città Slow contiene cincuenta y cinco promesas: para el caso, reducir el ruido y el tráfico, aumentar las zonas verdes y peatonales, apoyar a los agricultores, a las tiendas orgánicas, mercados y restaurantes para que vendan sus productos, preservar la estética y fomentar la vecindad. Cittá Slow intenta recuperar esos principios, reinventar de nuevo la ciudad aminorando sus ritmos.

¿Están los ciudadanos de Bra satisfechos con los cambios? Aparentemente sí, porque han ganado en calidad de vida. Se toman su tiempo para trabajar, para reflexionar, para pasear, han recuperado el placer de comprar productos artesanales, de circular a 20 kilómetros por hora, etcétera. Tanto es así que el modelo se ha extendido a otras 32 ciudades italianas.

El movimiento Slow amplía sus campos de batalla: promueve el slow sex (sexo despacio), que no es otra cosa que quitarse el reloj a la hora del comercio sexual. Son cada vez más los que se rebelan contra el apuro, incluida “la mayor diversión que uno puede tener sin reírse”, como define Woody Allen a la práctica sexual. La prueba es el creciente interés por los asuntos que impliquen reflexión, tranquilidad, el yoga, el tai-chi o el sexo tántrico.

Pero para someterse a este nuevo régimen, el hombre actual debería racionalizar el tiempo dedicado al trabajo, el verdadero motor de la cultura veloz, que impone jornadas larguísimas, esfuerzos sobrehumanos, que quiebra el sueño, etcétera. Es cierto que muchas voces ya han levantado contra el estrés que impide disfrutar, y también que son muchas las voces que dicen que esas jornadas operan objetivamente contra la productividad. Los responsables del movimiento Slow, sostienen que “cuando el trabajo insume tantas horas, el tiempo que queda para uno y los demás es mínimo”.

¿Cuál es la solución? Los partidarios del Slow lo tienen claro: trabajar menos. ¿Y la reducción del salario? Según piensan, los que reducen su jornada laboral suelen salir menos perjudicados económicamente de lo que esperaban, ya que a menos tiempo menos gastos.-

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