Es la realpolitik, estúpido

Es la realpolitik, estúpido

"La rosca política opositora especula con el 2009, y el oficialismo tiene resuelto ese tema con Gabriela Michetti. Eso es el futuro. Hoy por hoy, Kirchner y Macri cerraron lo que tenían que cerrar: los dos saben que en la ciudad la vida pasa en otra parte, que la política puede esperar".


Resulta imposible para quien se ocupa de escribir sobre política, no referirse a Néstor Kirchner, un personaje que se constituyó en el mayor referente de la dirigencia argentina y por lo tanto excede largamente la política porteña que este medio analiza cada semana. Pero es tal el poder acumulado por el santacruceño que quedan pocos agujeros para encontrar algún resto, producto de algún descuido de una estructura que avanza a ritmo vertiginoso y que se sostiene en el tiempo. Es cierto que Cristina Fernández tiene un papel opaco en esta película pero ¿a quién le importa?

Si se respetan las formalidades y nadie cae en el ridículo (recurso que en algún momento usará la oposición de seguir la Presidenta en estado de letargo), los Kirchner no dudan que con sus virtudes y defectos, son, en la actualidad, los únicos capaces de hacer estallar los puentes fronteras adentro. Recuerde, lector, los primeros pasos de Kirchner en la política grande, parecía un mono en un bazar. Hoy, más allá de algunos deslices, su imagen es la de un atractor de poder, un poder que se reparte poco y nada. Este es un gobierno de absoluta concentración en todos los rubros, homogéneo y coherente, pero tanto para las decisiones como para los beneficios sobran los dedos de una mano, y si algo saliera mal, un silencio de tres días en El Calafate hará olvidar o al menos neutralizará ciertos efectos indeseados. Entretanto, en la prensa, alguien pagará la cuenta.

En ese escenario, acaso resulte un poco impresionante ver cómo el nuevo líder de la centroderecha, Mauricio Macri, camina con pie de plomo sus primeros cien días de mandato y cómo cuenta hasta veinte antes de pronunciarse públicamente acerca de cualquier tema que Balcarce 50 considere sensible. El bloque del Pro desapareció del Congreso Nacional, al menos en lo que hace al rol de oposición abierta que imaginaban sus votantes capitalinos. En el momento de disparar, a Macri no le tiembla el pulso pero entre sos objetivos nunca habrá un K. Fueron los gremios, los cartoneros, Castells, los piqueteros, pero se reserva el único roce con el gobierno nacional en un tema que tiene peso específico en el imaginario porteño: soldar el traslado de la policía a la sensación de inseguridad.

Algunas de las obras en común: la nave insignia, en la ciudad, es el Proyecto Retiro, que se subdivide en etapas, para que la cantidad de ceros no descomponga a nadie. Es lógico que comiencen con las terminales del tren y los galpones, un proyecto viable que permite que otras inversiones ya listas se acerquen a zonas sureñas no tan rentables pero sí necesitadas -y prioritarias para el proyecto del empresario, como la Boca y Barracas. Luego vendrá el duelo de la Villa de Retiro (31 y 31bis): el resultado es incierto, se necesitará una determinada concentración de poder, “la famosa concentración” antes descripta para intentar erradicar el caserío. Los costos y los beneficios, si la maniobra saliera mal, podría convertir a la movida en un clásico de época. Pero la perla de Retiro es el terreno aledaño al parque Thays. El bruñido esperará la materialización de acuerdos previos: es la última joya de la ciudad y habrá que explorar el grado de factibilidad de esa sociedad.

En el marco de los acuerdos, la autopista ribereña ya es una realidad, igual que los nuevos (y los viejos) proyectos de subterráneos, necesitados del aval de la Nación: con un guiño a ese nivel, queda claro por qué Macri no hizo referencia a esa cuestión en su discurso inaugural. Algunos ubican esa omisión en la conversación que Macri tuvo con Alberto Fernández: donde fracasa el presupuesto policial, siempre se acuerda algo que sale a la luz tiempo después. El Bicentenario cobijará algunas obras, producto de la eventual asociación entre las administraciones. Se sabe: la sede del Gobierno federal y el de la Ciudad Autónoma está en la misma urbe.

Todo esto sucede alejado de las ideologías, la suma del poder público que ostenta el Pingüino y la capacidad emprendedora de Macri (y por qué no de Franco, su padre, sumado al cerebro de Nicolás Caputo), pareciera ser una ecuación ideal que por la coincidencia en tiempo y espacio, predomina en esta etapa de la gestión Macri.

Nadie se hace el harakiri en el gobierno de la Ciudad. La gestión se haría cuesta arriba sin el paraguas que brinda la dupla del Tío Alberto y su “archienemigo”, Julio De Vido, que impostan una interna entre acuerdo y acuerdo. Es que mientras uno concentra el andamiaje aceitado para la operatoria, el otro es el jefe político del territorio y nada se hace sin su autorización (ni la de Kirchner).

Por abajo, el panorama es un tanto desconcertante, sobre todo para quienes desean ir a los bifes ya: pero no, no hay espacios abiertos combate entre los K y el macrismo. Ahora están en otra cosa.

El ibarrismo se debate pensando qué van a hacer el año que viene para colocar a los dos hermanos. El dato nuevo -y exclusivo- es un remozado (y relanzado) Partido de la Victoria, que a nivel nacional conduciría Graciela Ocaña (limando todavía más, si fuera posible, a Elisa Carrió): habrá que ver que se hace con ese instrumento electoral en la Capital. El PJ reverdece con el sol que emana de los K, pero en esta ciudad carecen de candidatos. Las siglas compondrán el Frente para la Victoria, que seguramente cosechará una nueva derrota.

La rosca política opositora especula con el 2009, y el oficialismo tiene resuelto ese tema con Gabriela Michetti. Eso es el futuro. Hoy por hoy, Kirchner y Macri cerraron lo que tenían que cerrar: los dos saben que en la ciudad la vida pasa en otra parte, que la política puede esperar.

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