No lloramos lo suficiente

No lloramos lo suficiente

¿Cómo procesa una ciudad 194 muertos? ¿Cuántas cosas tienen que pasar, tienen que seguir pasando, alrededor de esas muertes, para darles sentido?


La reivindicación, como cada vez que se grita “¡presente!” ante cada nombre de cada uno de los chicos muertos en Cromañón, remite a los modos políticos de la memoria. ¿Esos chicos tenían una causa, eran combatientes, militantes? No, y sin embargo sus muertes tienen un peso simbólico evidente. Y no es que haya muertos más o menos simbólicos, o más o menos importantes. Pero hay algunos detalles sociales (como que venían del conurbano, o de los barrios del sur de la ciudad, por ejemplo) que apuntan a una de las nuevas (y saludables quizá) modas discursivas de estos tiempos. Esa que reivindica a los negros. En Cromañón no murieron blancos.

Cromañón, lamentablemente, fue la implosión de un modelo de gestión urbana cuya volatilidad estaba impresa en cada una de las flotantes variaciones de la “noche de los museos”: gestionar Palermo era una delicada tarea de política cultural. Pero el universo de rúcula y jazz no podía contener la realidad de un pibe de Lugano, que labura doce horas por día, cuyo “rito de la bengala” era un juego perverso, mortal, pero no demasiado alejado en sus riesgos que el resto de su vida. Hay mucha gente que vive al filo de la muerte todo el tiempo.

Siempre hubo algo en la heroicidad de esos chicos que debió ser pensado: una gran cantidad de ellos murió en el intento de salvar a otros. Murió por la intoxicación producida en esos intentos de rescate. Toda la vida sabemos que vamos a morir. Pero eso no impide que en su inminencia, ante una amenaza fatal, cualquiera se desespere, sienta el horror al vacío, brutal, y se salve a sí mismo. Había un círculo infernal en la salida y la vuelta de cada joven, en cuero, con el calor de esos días de verano y el fuego, entrando y saliendo del local para salvar a alguien, a más, a la novia, a los amigos, a cualquiera…Una de las frases del arzobispo Bergoglio (son tantos los que usan a los chicos como carne de cañón para sus propios intereses) quiso poner a Cromañón como palabra y signo. Cromañón: carne de cañón.

Y hubo otras voces, templadas, como la del ensayista Alejandro Kauffman, que advertían, a partir del conflicto de envergadura política que se desató, sobre las formas brutales del origen de una especie de neo-fascismo en las sociedades líquidas, liquidadas: necesitamos crear condiciones para la asunción de la complejidad que caracteriza hoy a la experiencia urbana. Así consignó su desesperación por el desborde. La justicia es un límite a la pulsión de linchamiento.

Cromañón es un agujero negro. Y una sangría continua de varias cosas, entre ellas, la “calidad institucional”. ¿Se acuerdan cuál era la bandera progresista en la alborada de los 90? Era la ética. Y la ética tenía que ver con el fuero íntimo, con la conducta individual de las personas públicas. No robar, no negociar, no corromper ni corromperse, más allá de las ideas finales que se tuvieran sobre lo público. O sea, sobre la economía del país, o sobre los derechos sociales, laborales y humanos. De la Rúa fue el emblema, el producto de esa nueva intelligentzia argentina, cuyo problema político, cuya ruptura, era con los medios. El progresismo así, aparece como una política sobre los métodos de la política. Los fines, los fines, ay, los define el humor social. ¿Pero cuál es el detonante de la caída de De la Rúa? ¿El recorte famoso del 13% a los empleados estatales (un tiro en la sien de sus propias bases)? No, la “banelco” para coimear. Una ley (¡no importa que legisle qué!) no puede ser votada a través de la coima, le dijo Álvarez, volviendo a decir y a poner el problema político en las formas, en los modos, no en los fines. Esa es la paradoja del gobierno aliancista, porque a nadie le importa que esa ley fuera la culminación de un proceso de flexibilización laboral sanguinario. Alguien con buen tino podría preguntar: ¿y los que la votaban “gratis”?

La responsabilidad política de Ibarra, su destitución, el juicio oral, todo, parece más un fruto de la tenacidad de los padres como colectivo de justicia, que un proceso atado a la inercia institucional. Sí, “los padres y familiares de Cromañón” estuvieron siempre al límite, ¿no? Sobre todo, su acción fue juzgada por quienes parecieran desconocer a la hora “en que los tiros pegan cerca” cuáles son los efectos de la debilidad institucional y de la impunidad. El agravante de un hombre cuyo mérito originario fue el combate a la impunidad (Ibarra blandió como bandera legítima haber sido fiscal en la causa contra López Rega) es justamente ese: haber sido un hombre cuyo mérito originario fue haber combatido a la impunidad.

Más columnas de opinión

Qué se dice del tema...