40 años después: memoria y misión

40 años después: memoria y misión


Respeto todos los ejercicios de memoria cada 24 de marzo. Pero en este nuevo aniversario quiero reflexionar sobre los 32 años que llevamos de democracia, dentro de esos 40.

Sabemos que los pueblos no escriben linealmente su historia. Hay avances y retrocesos, y nunca faltan los que pugnan por escribirle al pueblo su propia historia.

Se ha dicho y hasta cantado que la historia la escriben los que ganan, pero parece que más ganan quienes la escriben primero o los que llevan a la TV su propio relato. En todos esos casos quiere decir que hay otra historia. La verdadera historia.

La que empezó, por ejemplo, el 16 de junio del 55, con el bombardeo criminal que hoy denominaríamos de lesa humanidad. Cuyo objetivo era destruir la democracia y al movimiento peronista, con Perón incluido. 300 muertos y más de mil heridos.

Eso fue terrorismo. No la resistencia popular posterior que en defensa de sus derechos  se fue organizando, mientras se sustituían entre sí débiles gobiernos electos, nuevos golpes civico-militares y democracia cero.

La muerte de Perón dejó en debilidad al gobierno que continuaría Isabel, con su entorno de brujería y oportunistas. El golpe cívico-militar del 24 de marzo, fue la segunda versión del terrorismo cívico-naval del 55, pero el del 76 alcanzó más criminalidad aún. Los secuestros, torturas, campos clandestinos, los aberrantes y perversos sometimientos en ESMA, los robos de bebés, los vuelos de la muerte, todo mostró la peor cara de las fuerzas armadas y de seguridad, de los intereses económicos nacionales y extranjeros, y de traiciones y cobardías impensables.

Claro está que todo eso se supo después de ocurrido. Entre 1976 y 1983 reinó el ocultamiento de la verdad.

Iniciada la democracia, salieron a la luz algunas de las primeras verdades. Fue el conocimiento de los hechos aberrantes, y desapariciones lo que desencadenó el clamor social de justicia. A esos primeros años le sobraron pasión y fuerza convocante, y por eso mismo quedó connotada la etapa y sesgado el movimiento social de derechos humanos a partir de la crónica del horror y consecuente reclamo de juicio y castigo.

Paradojalmente, junto con las verdades que trajo la CONADEP y el resonante Juicio a las Juntas se instaló el primer relato mentiroso: el de los dos demonios. Al gobierno de entonces le convenía ubicarse en árbitro y juzgador de una pelea entre dos minorías. Exculpando así, de paso, a los grupos económico financieros transnacionales, que saquearon el país y dejaron la impagable deuda externa.

La sociedad civil, por su parte, puso en la mira principal: el juicio a los responsables de los crímenes aberrantes.

Aun sabiendo que –en realidad- sólo la condena social y el juicio de la historia son la punición que no prescribe ni aún después de muertos.

Cuando en los años 90 pusimos en marcha –desde la Secretaría de Derechos Humanos- la política reparatoria, a los primeros que se reparó fue a los sobrevivientes de la lucha contra la dictadura:  los ex presos políticos. Lo hicimos para desagraviar a uno de los dos demonios: el que había sido ofendido ante la historia al calificárselo como delincuente subversivo según el relato de los 80. Indemnizándolos pasaban de ser demonios a ser acreedores del Estado. Y reconocidos por éste en su dignidad y derechos.

Con la reparación comenzaron a llover  testimonios y documentos, libros, narraciones, películas. Los protagonistas salieron del oscuro lugar satánico en que se los había colocado. Ya no sólo se supo lo hecho por los represores. Ahora empezaba a ser popular y conocido, lo actuado por una generación y las razones para ello de la boca de los actores civiles de la sociedad. Cada sindicato, cada barrio, cada escuela, cada facultad, cada pueblo empezó a re-conocer su propia historia, a través de la memoria de los sobrevivientes. Y los archivos de la Conadep se cuadriplicaron en su información.

Las investigaciones avanzaron, la búsqueda de los niños desaparecidos se institucionalizó, y sucesivas leyes reparatorias ampliaban el universo de los damnificados por la dictadura. Sin embargo, el logro más trascendente en estos 32 años ha sido la Reforma Constitucional de 1994 que integró las convenciones de Derechos Humanos al Sistema Constitucional, y las jerarquizó, abarcando más derechos y abriendo las puertas para el reinicio de los juicios a los represores que habían quedado suspendidos por las leyes de impunidad de los 80. Y otro logro trascendente fue la transformación de las FFAA en fuerzas de paz, sin conscriptos y con presupuesto acotado. No volverían a ser mano de obra de los intereses transnacionales.

La última década fue la más abierta, generosa en simbología, publicidad, discursos, y aplausos. Todos los programas que ya existían fueron ampliados en contenidos y divulgación.  Los juicios a los represores que habían comenzado a fines de los 90 se multiplicaron y dieron satisfacción a muchos argentinos que necesitaban ya esos juicios de los tribunales, antes que los futuros juicios de la historia.

Sé que nuestro pueblo aún cree que la cárcel a los genocidas es garantía del nunca más. Sé que la impunidad dolió, y aún duele. Pero también sé que mantener encarcelados de por vida a la anciana mano de obra del Terrorismo de Estado no nos garantiza el viraje de la historia.

Para que ese viraje se produzca hace falta mucha más verdad y que la sepa todo el pueblo, ya no solo la verdad sobre los crímenes y autores,  sino sobre sus causas, contexto, y la cultura que nutrió y encubrió durante décadas y aún encubre la minuciosa expoliación del país rico que ha quedado lleno de pobres esperando solidaridad, esperanza, equidad  y nuevas utopías.

La inmolación de tantos argentinos fue en pos de un país más solidario, más justo, más soberano. Ese país aún está pendiente. Hay mucho ya aprendido, mucho sufrido y muchos errores a reconocer que pueden abrir nuevas oportunidades.

También hubo mucha falsificación, muchos impostores, muchos intereses y mucho desprecio por la democracia.

40 años después, marzo es memoria y es también misión a cumplir: sostener la esperanza en nuestro desarrollo autónomo, equitativo y soberano,  construir más verdad y mejor democracia, promover las políticas de encuentro que antes no supimos valorar y apostar a la paz y a la justicia.

Treinta mil pares de ojos nos miran desde la historia. Están presentes, hoy y siempre.

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