La política es el periodismo por otros medios

La política es el periodismo por otros medios

"La política del siglo XXI no tiene como objetivo mejorar la calidad de vida de nadie, no forma cuadros para la revolución, no perora acerca de las ventajas comparativas del país sino que gasta lo que hay, no anda por mejores caminos que la vieja política para combatir la desigualdad de ingresos y la inequidad social".


Recuerdo la sonrisa que se me escapaba cada vez que alguien opinaba que la metodología política generada en la Ciudad por el "sistema", en épocas del grossismo, dominada en esa época por radicales legendarios, peronistas y algún que otro figurante de la UCeDé, podría, en algún momento, ser alterada por una nueva hegemonía política, o por una fuerza que tuviera la suficiente potencia para ir desarmando de a poco todas las trampas que se fueron acumulando y que hicieron que esta urbe milagrosamente no tuviera más desgracias que la tragedia de Cromañón, la muzzarella podrida y los bidones de "Soy Cuyano" y "El Mansero", esos vinos de paladar asesino.

Y la sonrisa no era de incrédulo, uno al fin y al cabo no es más que un utopista, sino que era muy difícil pensar qué soporte tendría una transformación de esa magnitud, y qué tan tirano tendría que ser quien la ejecutara. El gobierno de Néstor Kirchner (el de Macri se le empieza a parecer), se caracterizó por su firmeza en el ejercicio del poder, el control de una caja -en el Central- a tope, beneficiada por una de las coyunturas históricas más favorables de las últimas décadas, y por la anestesia que hizo que las neuronas disminuyeran su acción en su afán de disenso, hasta llegar a ganar una elección de taquito con Elisa Carrió como única adversaria (y gracias a Daniel Scioli). La misma chaqueña que ganó en la Capital, pero que en la compulsa comunal defeccionara junto al calvo Telerman. En esa ocasión, Macri ganó con el 60 por ciento de los votos en el ballottage, de los cuales 35 son suyos y los otros 25 llegaron de los que resistieron a la anestesia, esos que tuvieron la valentía de votar contra esa mentira llamada progresismo, a pesar de los comicios anteriores, donde esos mismos ciudadanos votaron a la Alianza y a Fuerza Porteña, las dos versiones de Aníbal Ibarra, y a la mutación de Telerman, ávido de reelección.

Sí, existe una porción importante de gente que votó a Ibarra en un ballottage y a Macri en el otro, salvando las distancias entre los contrincantes del jefe del Pro, un progre medio vago y un aburrido profesor de Flacso que siendo ministro de la Nación, subejecutó el presupuesto de tal manera que puso la infraestructura edilicia de las escuelas porteñas al borde del colapso.

Pero volvamos a la idea anterior: la anestesia se puede evitar y la Ciudad llenarse de "porteños que no saben votar"; es la clave, en las dos elecciones que tuvimos en 2007, dos ganadores de distinto perfil aventajaron al oficialismo nacional. La Capital Federal no es K pero la política respira mejor, existe una autoridad y un orden, que puede gustar o no pero si no se entiende cómo funciona, no se entiende nada, o se debe renunciar a hacer política (Ricardo López Murphy es el mejor ejemplo): a cuarteles de invierno.

Y la política cambió, pero no es el verso de la vieja-nueva política: es la política del siglo XXI. La política del siglo XXI no tiene como objetivo mejorar la calidad de vida de nadie, no forma cuadros para la revolución, no perora acerca de las ventajas comparativas del país sino que gasta lo que hay, no anda por mejores caminos que la vieja política para combatir la desigualdad de ingresos y la inequidad social. Es más, si uno la practica a fondo se encontrará con candidatos de cartón pintado que hablan del cambio climático, de los multiprocesadores informáticos y de los niveles porcentuales de inversión en ciencia, salud, publicidad y asistencia social con la misma liviandad e ignorancia, porque lo único que importa es hacia dónde hay que apuntar. Es el poder del dinero y de los medios más que la cuestión social lo que cuenta, aunque a veces haya coincidencias.

Entonces, emerge la intrépida largada de Macri: acelera a fondo con un par de pinceladas que se podían anticipar a partir de sus necesidades, pero la vieja-nueva política está tan anquilosada que se queda sin reacción ni anticuerpos. El jefe de Gobierno sólo tiene una gestión para mostrar, es de cara al futuro y no la va a dejar pasar. El empresario sabía que las decisiones se definen en los medios y eligió el rival más desprestigiado de este centro urbano: los ñoquis y los sindicatos. Bastaron dos minutos de imágenes filmadas con una cámara oculta desde una camioneta con vidrios polarizados para mostrar cómo un auto y un camioncito se llevaban unos bultos de la obra social municipal, para cerrar de manera contundente un partido que era chivo por el nivel de la apuesta y por la sorpresa. El cine es la vida en veinticuatro fotogramas por segundo. El aserto de Jean-Luc Godard, de los sesenta, no pasó por la cabeza de los muchachos del Nacional Buenos Aires, embocados por uno educado en colegio de curas. Y ni hablar de la estatura de los gremialistas: los eternos Genta y Datarmini que convocaron una nutrida movilización contra los arbitrarios “despidos”, sumada a la presencia amenazante de Hugo Moyano, al que nadie quiere tener enfrente (camiones y basura). Pero Moyano bajó tres cambios, y como si fuera poco, los K empujando, aunque sea a reglamento, porque entre el valijero Wilson y el exótico (y frustrado) rescate en la selva de Néstor, el garante, no cabían más errores en lo poco que va del 2008.

Macri entendió, de la misma forma que los K y que Alberto Fernández, que gran parte de su futuro se juega en los medios. Nunca ha sido tan importante "la verdad" publicada o filmada como en esta época interactiva. La gente, anestesiada o no, ve televisión, escucha radio y lee diarios. La tapa del domingo le sonrió muchas veces a la Casa Rosada. Esta vez no. El adversario que quieren para el 2011 (debilitado), demostró que se siente frente a las cámaras tan cómodo como en un palco de la Bombonera, y que ganar ahí también es difícil. Aunque es la primera operación de envergadura, Macri atacó de frente y frenó sólo cuando se vio ganador. Igualito a Lorenzo Miguel.

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