Tucho Valenzuela: heroísmo y tragedia

Tucho Valenzuela: heroísmo y tragedia

Lo hablaron en voz baja, en las mazmorras de la Quinta de Funes. Si él no volvía, ellos iban a matarla. Ella eligió el sacrificio. Él, entonces, no regresó.


En la historia de Edgar Tulio Valenzuela se hermanan la tragedia, el heroísmo y la traición. “Tucho”, como lo llamaron sus compañeros de la organización Montoneros, conoció primero los amargos días de la prisión en 1972, la alegría del renacimiento, al ser liberado en 1973 y, posteriormente, la tragedia y el heroísmo en los días aciagos de la dictadura genocida, cuando se fugó de la Quinta de Funes, que regenteaba el general Leopoldo Galtieri, dejando a su esposa embarazada en manos de sus enemigos, que terminaron asesinándola y apropiándose de sus hijos mellizos.

Nacido en San Juan en 1945, fue el hijo de Héctor, un dirigente del Partido Bloquista, que fue diputado provincial y luego primer secretario de la embajada argentina en Moscú.

Tucho vino a Buenos Aires a estudiar Derecho y pronto comenzó su militancia -a mediados de los ’60- en Acción Revolucionaria Peronista, la organización que liderara primero John William Cooke y luego, tras su fallecimiento, su viuda, Alicia Eguren.

En octubre de 1972, ya incorporado a Montoneros, Valenzuela fue apresado y torturado de manera brutal, tanto que quedó paralítico por cuatro meses. Pasó por la dura Cárcel de Rawson, hasta que fue liberada el 25 de mayo de 1973.

Una vez de vuelta en las calles, Tucho fue destinado a la Columna Oeste de su organización, hasta que en 1974 fue destinado a Santa Fe. Después le fue apoyado la jefatura de la Regional Rosario, ya en plena dictadura. Estando en Brasil, fue contactado por su amigo Carlos Laluf, que había traicionado a sus compañeros, inducido por Galtieri y sus oficiales de inteligencia (poco brillantes, por cierto, de acuerdo con sus resultados).

Laluf lo citó en Mar del Plata, adonde lo esperaba la patota de Rosario. Allí detuvieron a Tucho ya su esposa Raquel Negro, que estaba embarazada de mellizos. Tras eso, los llevaron a la siniestra Quinta de Funes, adonde Valenzuela fingió que aceptaba traicionar a sus compañeros.

Los militares le ofrecieron la libertad a cambio de entregar a la conducción nacional de Montoneros, que estaba a punto de reunirse en la capital mexicana. Tucho lo contó todo en una carta que le escribió a su hijo Sebastián (“Quinqui”), con desesperada lucidez.

“De allí fuimos trasladados a Rosario, donde en una quinta de la localidad de Funes, un grupo de traidores de nuestro Movimiento, quebrados por la tortura y su individualismo, trabajaron para el enemigo. Trataron de comprarnos para sus multas, dirigidos por el general Galtieri. El objetivo era que yo, jefe del partido en Rosario, facilitara la infiltración en el mismo y el asesinato de Firmenich y otros dirigentes. Nos ofrecieron a cambiar nuestra vida y nuestra libertad. Si no aceptábamos nos matarían a tu madre ya mí (…) Tu madre y yo discutimos la situación y resolvimos simular que colaboramos con el plan, para que yo pudiera viajar a México y avisar a nuestros líderes de lo que se tramaba.Quedarían como rehén tu madre, amenazada de muerte, y hasta tu propia vida correría riesgos, pese a que logramos enviarte con tus abuelos. Nuestras convicciones patrióticas no nos harían dudar, pero el cariño que nos utilizaría nos sufriría mucho. No nos veríamos más porque las bestias enemigas difícilmente iban a dejar con vida a Raquel. Ella decidió su propio sacrificio y decidió todas sus posibles consecuencias. Engañamos a enemigos y traidores y encontramos la oportunidad de fugarme en México y denunciarlos allí y en Europa descubriendo un escándalo internacional. Los asesinos que viajaron conmigo fueron capturados por un gobierno amigo y desenmascarados…”.Engañamos a enemigos y traidores y encontramos la oportunidad de fugarme en México y denunciarlos allí y en Europa descubriendo un escándalo internacional. Los asesinos que viajaron conmigo fueron capturados por un gobierno amigo y desenmascarados…”. Engañamos a enemigos y traidores y encontramos la oportunidad de fugarme en México y denunciarlos allí y en Europa descubriendo un escándalo internacional. Los asesinos que viajaron conmigo fueron capturados por un gobierno amigo y desenmascarados…”.

Así fueron las consecuencias. Sus hijos nacieron el 26 de marzo de 1978 en el Hospital Militar de Paraná, pero más tarde Raquel fue asesinada en la misma Quinta de Funes adonde decidió su destino junto a su marido.

Luego de denunciar las atrocidades de la dictadura, Tucho Valenzuela fue juzgado por sus compañeros y, finalmente, decidió regresar al país. Al llegar, fue detectado por sus enemigos y desde allí, las versiones diferentes. Hay quienes dicen que ingirió la pastilla de cianuro que tenía preparada para esa eventualidad, pero no existe aún una versión definitiva sobre su caída.

Como si la historia se empeñara en reparar em algo las heridas que dejó la dictadura, el 20 de diciembre de 2008, Sabrina Gullino, una joven adoptada por una pareja de Villa Ramallo que no conocía su identidad, entregó su ADN a Abuelas de Plaza de Mayonesa. Tiempo después se supo que era la hija de Tucho y Raquel.

Un año después, en diciembre de 2009, las Abuelas de Plaza de Mayo anunciaron la identidad del Nieto N° 100, que resultó ser Matías Valenzuela, que fue el fruto de una relación de Tucho con Norma Espinoza, que había nacido el seis de marzo de 1976. Unos seis meses después de nacer, Norma llevó a su hijo para que su padre lo conociera. Fue un encuentro feliz, pero Tucho no pudo darle su apellido debido a las condiciones de clandestinidad en las que estaba viviendo.

Matías no desconocía la historia de su padre, por lo que el suyo fue un caso atípico, sin apropiadores, ni desconocimiento de las circunstancias que experimentaron.

Tucho Valenzuela, Raquel Negro y el hijo varón de ambos seguirán desaparecidos. Existe una versión de que el niño murió al tiempo de nacer, pero sus hermanos lo siguen buscando.

En cuanto a Laluf, los militares lo utilizaron hasta que no les atribuyen más. Lo asesinaron el 15 de marzo de 1978. Sin pena y sin gloria.

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