“Renovar, unir y reafirmar la identidad: la UCR frente a una nueva etapa histórica”

“Renovar, unir y reafirmar la identidad: la UCR frente a una nueva etapa histórica”

Por Juan Loupias, Vicepresidente Primero de la Unión Cívica Radical de la Ciudad. Especial para Noticias Urbanas.


La Unión Cívica Radical atraviesa una nueva etapa de su historia. La reciente renovación de autoridades a nivel nacional no puede leerse como un hecho aislado ni como un simple recambio dirigencial. Es, en realidad, una definición política profunda que interpela al partido en su conjunto y lo desafía a asumir un rol protagónico en un país atravesado por la incertidumbre, la fragmentación social y una crisis de representación que afecta a todo el sistema democrático.

En tiempos donde la política es cuestionada, banalizada o directamente atacada, que un partido centenario como la UCR apueste nuevamente por la democracia interna, el debate de ideas y el recambio generacional es una señal clara de madurez institucional y de responsabilidad histórica. No todos los espacios políticos están dispuestos a someter sus liderazgos al voto de sus afiliados, ni a respetar el funcionamiento de sus órganos partidarios. El radicalismo sí. Y lo hace porque cree profundamente en la democracia, no solo como sistema de gobierno, sino como forma de organización interna y de construcción colectiva.

La elección de Leonel Chiarella, con apenas 36 años, como presidente de la UCR Nacional, junto a Piera Fernández como secretaria general, sintetiza de manera elocuente ese espíritu de renovación. No se trata solamente de juventud en términos biológicos, sino de una generación formada en la gestión, en la militancia y en la vida institucional del partido. Dirigentes que no llegan por imposición ni por marketing, sino por el respaldo democrático de sus pares y por un recorrido político que los legitima.

Esta renovación expresa una convicción compartida: el radicalismo no puede quedar atrapado en debates del pasado ni resignarse a un rol secundario en la vida política argentina. Debe recuperar iniciativa, propuesta y vocación de futuro. Y para eso necesita dirigentes capaces de interpretar el presente, dialogar con la sociedad y construir consensos amplios, sin renunciar a los valores que dieron origen al partido.

En ese sentido, la unidad del radicalismo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires adquiere una relevancia estratégica. La UCR porteña ha demostrado, a lo largo de su historia, que cuando logra ordenar sus diferencias internas y priorizar los objetivos colectivos, se convierte en un actor político determinante. La unidad no implica ausencia de debate ni pensamiento único; implica madurez política, respeto por las reglas y compromiso con un proyecto común.

Esa experiencia debe proyectarse también al plano nacional. La construcción de una unidad amplia del radicalismo en todo el país es una condición indispensable para que el partido vuelva a ser una alternativa electoral sólida de cara a las elecciones de 2027. No se trata de una unidad circunstancial ni basada únicamente en acuerdos electorales, sino de una unidad programática, con un horizonte claro y una identidad definida.

En un sistema político cada vez más personalista, donde muchos espacios dependen de liderazgos individuales y decisiones verticales, la UCR sigue siendo el único partido tradicional que conserva plenamente la democracia interna, el funcionamiento regular de sus órganos, la deliberación colectiva y el respeto por sus estatutos. Convenciones, comités, elecciones internas y debate doctrinario no son reliquias del pasado, sino herramientas vigentes que fortalecen al partido y le otorgan legitimidad frente a la sociedad.

Ahora bien, la renovación y la unidad deben ir acompañadas necesariamente de una reafirmación de la identidad radical. El radicalismo no puede diluirse ni perder su razón de ser. Debe volver a poner en el centro de la escena sus banderas históricas, adaptándolas a los desafíos del presente, pero sin renunciar a su esencia.

La defensa de las instituciones, del sistema republicano, de la división de poderes y del respeto por la Constitución Nacional es una de esas banderas irrenunciables. En un contexto donde se relativizan los controles, se desacredita al Congreso, se ataca al Poder Judicial y se promueve una lógica de confrontación permanente, el radicalismo tiene la responsabilidad de ser un dique institucional, una voz firme en defensa de la legalidad y de las reglas democráticas.

Del mismo modo, la educación pública ha sido y sigue siendo un pilar central del pensamiento radical. No solo como derecho social, sino como herramienta fundamental para la igualdad de oportunidades, la movilidad social ascendente y el desarrollo nacional. Defender la educación pública no es una consigna ideológica: es una política de Estado que define el tipo de país que queremos construir.

La salud pública, por su parte, constituye otro eje esencial. Garantizar el acceso universal a la salud, fortalecer el sistema público y reconocer el rol de quienes trabajan en él es una obligación ética y política. En momentos de crisis, es el Estado el que debe estar presente, cuidando, acompañando y sosteniendo a quienes más lo necesitan.

A estas banderas históricas se suma hoy un desafío clave: construir una agenda moderna centrada en la producción y el trabajo, tal como lo ha planteado el nuevo presidente de la UCR Nacional. No hay proyecto de país posible sin empleo genuino, sin desarrollo productivo, sin apoyo a las pymes, a las economías regionales y al entramado productivo que genera trabajo y arraigo en todo el territorio nacional. El radicalismo tiene una tradición profundamente ligada al desarrollo, al federalismo y a la promoción del trabajo como ordenador social.

Este debate no puede escindirse del contexto actual que atraviesa la Argentina. Vivimos un momento social y económico extremadamente complejo, con niveles de pobreza, desigualdad e incertidumbre que afectan la vida cotidiana de millones de argentinos. Frente a esta realidad, el gobierno de Javier Milei ha optado por un rumbo que, lejos de ofrecer certezas, profundiza la confrontación, el ajuste indiscriminado y el debilitamiento del rol del Estado.

Desde el radicalismo tenemos una mirada distinta. No creemos en la destrucción del Estado, sino en su modernización. No creemos en la descalificación de la política, sino en su jerarquización. No creemos en un país para pocos, sino en una Argentina con oportunidades para todos. Y esa diferencia debe ser expresada con claridad, con responsabilidad y con vocación de construcción.

El radicalismo tiene un rol fundamental que cumplir en este escenario. No como fuerza testimonial ni como mero observador, sino como actor político central, capaz de ofrecer una alternativa democrática, republicana y socialmente justa. La renovación partidaria que estamos viviendo es una oportunidad histórica para ordenar, fortalecer y proyectar al radicalismo hacia el futuro.

Renovar dirigentes, consolidar la unidad y reafirmar la identidad no son consignas aisladas: son partes de una misma estrategia. Una estrategia que debe tener como horizonte la reconstrucción de la confianza social, la defensa de la democracia y la construcción de un proyecto de país que vuelva a poner a las personas en el centro.

El desafío es enorme. Pero también lo es la historia del radicalismo. Y es esa historia, hecha de luchas, de convicciones y de compromiso democrático, la que nos obliga a estar a la altura del tiempo que vivimos y del futuro que queremos construir.

Finalmente, este proceso de renovación y proyección hacia el futuro se apoya también en una realidad concreta: pasó un nuevo año con el Comité de la Unión Cívica Radical de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires lleno de vida, de debate y de acción política y social. Lejos de ser un espacio meramente formal, el Comité Capital volvió a ser un ámbito de encuentro, de discusión y de construcción colectiva, con una agenda intensa que combinó formación política, plenarios de debate, actividades sociales y trabajo territorial.

A lo largo del año se desarrollaron plenarios de discusión política que permitieron reflexionar sobre el presente del país, el rol del radicalismo y los desafíos de cara al futuro. Espacios abiertos, plurales y profundamente democráticos, donde convivieron distintas miradas pero con un objetivo común: fortalecer al partido y consolidar una propuesta política seria y responsable para la Ciudad y para la Argentina.

Este trabajo se vio reflejado también en un año marcado por dos procesos electorales clave: la elección legislativa local de mayo y la elección legislativa nacional de octubre. En ambos casos, el Comité Capital tuvo un rol activo y protagónico, articulando el trabajo militante junto a las distintas organizaciones internas del partido. Franja Morada, la Organización de Trabajadores Radicales (OTR), UCR Diversidad y la Juventud Radical fueron parte fundamental de ese esfuerzo colectivo, demostrando una vez más que el radicalismo se construye desde la militancia, desde la participación y desde el compromiso cotidiano.

La campaña no fue solo electoral: fue también una instancia de fortalecimiento partidario, de presencia en el territorio, de diálogo con vecinos, estudiantes, trabajadores y organizaciones sociales. Un trabajo sostenido, muchas veces silencioso, pero profundamente necesario para sostener la identidad y la vigencia del radicalismo en la Ciudad.

Todo este recorrido no habría sido posible sin un dato central que hoy distingue a la UCR porteña: la unidad partidaria. Una unidad construida con esfuerzo, con diálogo y con respeto por las diferencias, pero siempre priorizando el interés colectivo y el fortalecimiento del partido. La UCR de la Ciudad de Buenos Aires demostró que, cuando hay reglas claras, vocación de acuerdo y objetivos comunes, es posible construir una fuerza política sólida, organizada y con proyección.

Ese camino de unidad, militancia y participación es el que debemos profundizar hacia adelante. Porque el radicalismo no se construye solo en los momentos electorales, sino todos los días, en cada comité, en cada organización interna, en cada espacio de debate y en cada acción solidaria. Con renovación, con identidad y con unidad, la UCR tiene la responsabilidad y la oportunidad de volver a ser una referencia política clara para la sociedad argentina.

 

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