La inflación se convirtió en la principal preocupación

La inflación se convirtió en la principal preocupación

No deja de crecer y, para peor, en un año electoral.


Si la inseguridad, por la dispersión de sus estadísticas, dio lugar para un debate infinito sobre sensación vs. realidad, con la inflación el panorama parece más claro en los números pero oscuro respecto al futuro. Luego de la manipulación en las cifras del organismo entre 2007 y 2015, con Guillermo Moreno como emblema del desastre, el Indec recuperó su credibilidad con la llegada de Cambiemos y la mantuvo con el desembarco del nuevo kirchnerismo. Así, el primer año completo de gestión de Alberto Fernández terminó con 36,1% de suba de precios, con un arranque en 2021 menos optimista que el planteado por el ministro de Economía Martín Guzmán en el presupuesto.

Tras un 4% de incremento promedio en diciembre, se espera que el número de enero siga igualmente alto. Esto, claro, pone dudas sobre el horizonte de 29% que pronosticó Guzmán para este año: en la mayoría de las consultoras se vaticina un rango claramente más alto, entre 45% y 50% y algunos economistas como José Luis Espert creen que podría orillar incluso los 60 puntos.

Esta preocupación de los analistas se trasladó rápidamente a los estudios de opinión pública. Un par de ejemplos:

1. Management & Fit, una de las consultoras más conocidas del mercado, que trabaja para ambos lados de la grieta, mostró en su último estudio un dato como alerta. Entre septiembre y enero más que se duplicó la preocupación por la inflación (pasó de 11,2% a 24,9%).

2. D’Alessio IROL – Berensztein, dos firmas que midan juntas desde hace más de dos años, también presentaron su tabla de enero sobre las principales preocupaciones de los argentinos. Y allí no sólo resalta el dato de que la inflación lidera el ranking, sino que lo hace tanto para los seguidores de Juntos por el Cambio como para los del Frente de Todos. Es uno de los pocos temas donde el consenso de opiniones rompe la polarización.

En ese contexto, la alarma dentro del Gobierno suena fuerte. Es año electoral y preocupa sobre todo la suba en los precios de los alimentos, que pega en particular en los sectores más bajos, base de apoyo esencial para el oficialismo.

La amenaza de Alberto Fernández de aumentar las retenciones o poner cupos de exportación para anclar los valores internos de los alimentos hay que leerlos dentro de esta lógica. Es un reclamo que se escucha hace meses en el Instituto Patria: piden más acción para frenar los aumentos. Las quejas, claro, son más fuertes para el ministro Matías Kulfas –más cercano al presidente que a la vice- pero también empiezan a rozar a la cristinista Paula Español, secretaria de Comercio Interior.

 

Desde el Instituto Patria piden más acción para frenar los aumentos. Las quejas, claro, son más fuertes para el ministro Matías Kulfas –más cercano al presidente que a la vice- pero también empiezan a rozar a la cristinista Paula Español, secretaria de Comercio Interior.

 

Por ahora el remedio aplicado por la Casa Rosada es conocido, con antecedentes que no le juegan demasiado a favor: precios máximos y/o precios cuidados, dos fórmulas que para su éxito dependen de un control faraónico y casi imposible de cumplir desde el Estado. El debut de los cortes de carne más baratos dejó expuesto parte del problema. Algunos supermercados cumplieron con el pedido para presentar la oferta, pero lo que pusieron en la góndola (o al menos parte de ello) era de una calidad pésima.

Como puntos de tensión extra, en paralelo a esta negociación con productores y grandes cadenas, aparecen dos cuestiones. Primero, la presión de los gremios para conseguir aumentos por encima de la inflación, para revertir tres años de pérdida para los bolsillos de los trabajadores. Por otro lado, la negociación de Guzmán con el FMI, que pide algún tipo de ajuste para garantizar, sino superávit, al menos una reducción del déficit, que proyecte a largo plazo un horizonte para pagar las deudas. 

Cómo garantizar una mejora en los ingresos y conformar al Fondo, sin que esto redunde en una mayor presión sobre los precios, es un desafío cuesta arriba para el Gobierno. Con el reloj electoral corriendo sin pausa.

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