La IA y las elecciones: cuando los algoritmos deciden por nosotros

La IA y las elecciones: cuando los algoritmos deciden por nosotros

Por Aldana Kaskich, licenciada en Comunicación/Especial para Noticias Urbanas.


Ya no votamos solos: lo hacemos con algoritmos que deciden que vemos, que creemos y hasta que sentimos. Si en siglo XX la disputa era en las plazas y sets de televisión, hoy buena parte de la opinión pública está en pantallas filtradas por algoritmos que utilizan la Inteligencia Artificial (IA) para dirigir mensajes políticos de acuerdo a nuestros datos privados.

Hace 25 años, la web 2.0 prometía participación. Foros como Wikipedia o Blogspot fueron pioneros autárquicos de intercambios genuinos donde la opinión pública se expandía sin mediaciones, pero el espíritu de colaboración chocó con un límite: no generaba crecimiento económico en el mercado accionario y la computadora comenzó a tener sentido de uso para “nerds”. Entonces los especialistas en comercialización de las grandes plataformas de Silicon Valley capitalizaron la conexión entre usuarios encontrando su huevo de oro: los datos. El botón de “Me Gusta” y cada interacción se convirtió en información comercializable.

Un ejemplo que revela hasta dónde podía llegar ese uso político de la información fue la denuncia de Edward Snowden en 2013 sobre cómo el programa PRISM de la Agencia Nacional de Seguridad Estadounidense (NSA) tenía acceso a los datos de Google, Apple y Facebook, y podían usarse para campañas electorales. La política dejó de depender del contacto cara a cara y pasó a construirse de datos privados.

Hoy convivimos con múltiples tipos de plataformas que recolectan información y nos retroalimentan con más información. Las SNS (Social Networking Sites) como Facebook, Twitter o Instagram; los espacios UGC (User Generated Content) como youtube o Wikipedia donde la producción es del usuario; sitios comerciales TMS (Trading and Marketing sites) como Amazon o Shein; y los PGS (Play and game sites) un género de entretenimiento como Minecraft, Fornite,etc. Todas son distintas, pero tienen algo en común, cada interacción deja una huella.

Con estos rastros, los algoritmos son los principales ingenieros de subjetividad. A partir de teorías conspirativas, videos virales, memes diseñados con precisión y videojuegos violentos, construyen creencias que no se sostienen en hechos, pero sí en emociones. Esas emociones son las que, a priori, se transforman en votos. Hay una tendencia a que los partidos de derecha en distintas partes del mundo usaron este fenómeno a su favor, cuentan con recursos para invertir en big data, segmentación digital y campañas de miedo que penetran en la vida cotidiana sin pasar por ningún tipo de control.

¿Quiénes manejan el algoritmo? El problema es que casi el 98% de las principales plataformas están en manos de corporaciones privadas, según recuerda Van Dijck en Cultura de la conectividad. Corporaciones que no consideran a internet como un espacio público, sino como un mercado.

Las democracias progresistas parecen reaccionar tarde. Muchos dirigentes siguen repitiendo que “Twitter no influye” o que lo digital es un accesorio cuando estamos ante el medio de comunicación política quizás más eficaz de la historia, pero sin regulaciones y así dejamos que los dueños de las plataformas decidan qué vemos, cómo lo vemos y qué queda oculto.

Si no se crean leyes que protejan la vulnerabilidad de los datos y penalicen a las corporaciones que los explotan, las campañas electorales serán cada vez más afectadas por todos aquellos que consideran lo digital como un espacio social libre de regulaciones. El riesgo es claro: que la democracia se transforme en un simulacro de soberanía popular, mientras el verdadero poder se concentra en corporaciones tecnológicas que nadie eligió y que, a través de los algoritmos, moldean nuestras emociones.

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