La Argentina, nuestro país, a menudo nos desconcierta, a pesar de nuestro amor por esta tierra que nos vio nacer. Al estado de crisis constante que azota a nuestra Patria, la respuesta del Gobierno que nos rige ha sido favorecer a quienes menos necesitan ser favorecidos.
Desde el 10 de diciembre de 2023, los argentinos más prósperos fueron beneficiados de muchas maneras. Tras una larga serie de exenciones y rebajas impositivas, la población de mayores ingresos destina sólo el 9,2% de sus ganancias al pago de impuestos. Por el contrario, en los países de la Unión Europea -supuestamente, el modelo a imitar- ese porcentaje alcanza al 21,3% de sus emolumentos.
En el otro extremo de la línea divisoria, el sector de los asalariados pierde cada vez más. Según un informe del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), los salarios en Argentina son los más bajos de América Latina. Aquí llegan a 225 dólares, contra los 729 dólares que gana un asalariado en Costa Rica, el mejor pagado de la región. Entre noviembre de 2023 y septiembre de 2025, el salario mínimo, vital y móvil perdió el 34% de su poder adquisitivo, de acuerdo con un estudio de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Por si esto no alcanzara, el informe de CELAG aporta un dato adicional, que cierra el círculo de los desatinos: dos tercios de los argentinos perciben ingresos por debajo de la media, mientras que el 77% no supera los $800.000 per cápita.
¿Nafta para extinguir el fuego?
La administración libertaria, ante la crisis que el propio Milei provocó ni bien asumió, termina de enviar al Senado un proyecto de reforma laboral que, en realidad, entraña una monumental transferencia de recursos desde el sector asalariado al capital. Paralelamente, la norma contiene un intento para desmantelar la capacidad de los trabajadores para defender sus derechos, muchos de los cuales el proyecto les arrebata.
En este caso, vamos a centrarnos en el análisis del fondo de cese, que fracasó en su primer intento, contenido en la Ley Bases, ya que los empleadores consideraron que era demasiado gravoso. Ahora pasará a denominarse Fondo de Asistencia Laboral, que deviene en una sigla de connotaciones militares: FAL, como el Fusil Automático Liviano que utilizaron profusamente nuestras fuerzas armadas en combate constante contra el Pueblo.
Las razones por las que se aceleró esta reforma, que muchos en el Gobierno dudaban en impulsar, tiene que ver no sólo con una cuestión de poder, sino de dinero. Un viejo pirata del asfalto siempre advertía a sus conmilitones que “hay que seguir la ruta de la guita”. Al igual que algún vivillo de un gobierno anterior fue por la plata del Fondo de Garantía de Sustentabilidad, en esta ocasión, más creativos, otros vivillos -quizás los mismos- buscarán construir su propia prosperidad con un FAL, tal como hiciera hace algunos años el famoso “Pachu” Peñaflor, de triste memoria.
El FAL (el de Milei) se va a constituir con el tres por ciento de las contribuciones patronales, que deberán ser depositados mensualmente en una empresa asociada a la Bolsa de Valores. Ese tres por ciento les será descontado de su aporte, por lo que el fondo por despido será gratuito para los empresarios. Adicionalmente, a éstos se les va a rebajar un uno por ciento de las contribuciones patronales a las obras sociales, que caerán del seis al cinco por ciento. Así de un solo golpe, caen cuatro puntos porcentuales del salario. Lo que se dice, una transferencia de riqueza gigantesca. El FAL y la quita a la contribución a las obras sociales son recursos que se le quitan a la ANSES, en una palabra. Lo van a pagar los jubilados y los beneficiarios de las asignaciones familiares, incluida la AUH.
Téngase en cuenta que la masa salarial de los argentinos que trabajan en blanco equivale a 1.14 billones de pesos mensuales ($1.140.000.000.000). El cuatro por ciento de esa cifra, que es mucho mayor, si se le suman los salarios que corren por debajo del voraz radar estatal, roza los 550 mil millones de pesos por año.
Esto viene a cuenta porque el 43,2% de los trabajadores revista en el inventario de la ilegalidad. Suman unos nueve millones de asalariados, en total. En cambio, los que gozan de beneficios sociales son alrededor de once millones y medio de argentinos.
A su vez, esto significa que existe un amplio sector de la sociedad -sumarían más de 10 millones más de personas- que sobrevive en condiciones de precaria subsistencia, por fuera del conocimiento del Estado y del resto de los habitantes de este suelo. Éstos estarían comprendidos dentro de la “economía social”, un eufemismo por los abandonados, los que no son reconocidos, ni protegidos, ni tenidos en cuenta en el diseño de la política. El único contacto que tienen con el Estado se produce cuando los muchachones de la Guardia de Infantería les aplican nociones de disciplina mediante el uso de sus tonfas.
Estos sectores no serán afectados por la reforma laboral, al contrario de los asalariados que están inscriptos en los registros oficiales. Los trabajadores en blanco, en una palabra, verán disminuidos sus haberes y perjudicados sus derechos. Los sumergidos, en cambio, que quizás alberguen la esperanza de alcanzar una cierta prosperidad algún día -cuando la bonanza futura que siempre prometen los liberales, milagrosamente brote como manantial-, pasarán a habitar en el infierno de la desesperanza, ya que esa mejora jamás llegará a ellos.
Estas medidas dejan claro que no existe un plan económico en marcha, sino un modelo de negocios. Aplicar esta reforma en medio de una crisis, favoreciendo solamente a un sector y desarmando a otro sector equivale a resucitar la fábula del Lecho de Procusto, aquel deshonesto posadero de Eleusis que invitaba a los viajeros a dormir en su albergue y luego, cuando se acostaban en el lecho, aserraba la parte de su anatomía que sobresalía, fueran las piernas o la cabeza o, si eran más cortos, los descoyuntaba a martillazos hasta hacer que sus cuerpos coincidieran con la longitud adecuada.
Esta reforma a la medida de los más ricos, que se financia con el dinero de los más pobres, es el contrasentido más perfecto. Reproduce la fábula del liberalismo tal como lo vivieron siempre los argentinos, en sus ciclos de enriquecimiento y empobrecimiento y en sus ciclos de endeudamiento y desendeudamiento.
Como por arte de birlibirloque, el mago Milei arrebatará a los trabajadores alrededor de 550 mil billones de pesos por año. Con su galera y su varita mágica quizás esté construyendo su propia escalera al cielo. Aquí, en la Argentina real, la que habitan los que construyen todos los días el país que diariamente destruyen algunos, “gracias a Dios, uno no cree en lo que oye”, según profetizó el poeta del conurbano, Indio Solari.




