Recientemente fue publicado por la AGCBA un informe de auditoría sobre el Parque de la Memoria. Su contenido podría pasar por intrascendente, no expone grandes desarreglos financieros o administrativos.
Algún señalamiento sobre documentación en los legajos de personal o respecto de alguna desprolijidad en las cajas chicas, pero nada que se escape a los usuales traspiés de la burocracia. Sin embargo, una observación que apunta a un aspecto general de lo expuesto llama la atención y es un aspecto significativo de sentido común que parecería estar gestando el olvido. El 16 de septiembre de 1976, miembros de la Policía secuestraron a estudiantes en la ciudad de La Plata. Suponemos que estando a 49 años del accionar represivo perpetrado por el Estado, hoy más que nunca el Estado debería garantizar
memoria para evitar el olvido, pero ocurre lo contrario.
El informe señala falta de planificación para el resguardo del Parque, ante las inclemencias de un clima ribereño que afecta las esculturas, monumentos y edificios que constituyen el dispositivo material para sostener el recuerdo de los horrores de la última dictadura militar. La conclusión del informe señala: “Se verifica la necesidad de una adecuación en la planificación relacionada con el desgaste propio del espacio que en su momento no requería actividades de mantenimiento por estar construido en forma reciente.”. Hasta acá, nada que escape a la realidad de muchos espacios a cargo de la ciudad. En otras palabras, podríamos decir abandono pero en este caso, no casualmente, el abandono es olvido.
Lo que sorprende de la mirada puesta sobre ese espacio físico, puntal para el recuerdo, expone
a cielo abierto es que las políticas públicas del gobierno de la Ciudad se asienten en ese olvido.
No es aleatorio este abandono. Si uno recorre la zona, es particularmente vivaz la actividad
constructiva en toda el área: solo cruzando la avenida Costanera renacen con fuerza los locales
gastronómicos y nocturnos, unos centenares de metros hacia el Aeroparque explotan las obras
en Punta Carrasco, del otro lado de la autopista aflora el Parque de la Innovación con ingentes
recursos del estado invertidos. Podríamos seguir sumando obras y acciones que atestiguan que
no es desidia respecto del cuidado del área. Es un olvido premeditado.
Podríamos sumar también otras formas de olvido, propias de este oficialismo. La destrucción
de las identidades barriales, con la profusión de demoliciones de edificios emblemáticos, opera
una forma particular de negación del pasado en cada rincón de la ciudad. En otro plano, la
eliminación progresiva de los contenidos históricos en las escuelas, excluyendo a las nuevas
generaciones la posibilidad de pensar críticamente su ser social y político. Borrar el pasado.
Como quien pretende borrar las huellas de un crimen.
Es indispensable frente a este panorama recuperar todo aquello que pretenden eliminar de
nuestra Historia y Memoria. Sea en el plano material y concreto – como es el caso del Parque
de la Memoria y los edificios que simbolizan nuestra cultura e identidad – como en el plano
simbólico, especialmente, en la recuperación de una educación que atienda una mirada de las
personas como parte de un colectivo comunitario, no como individuos lanzados a una
experiencia vital centrada en una subjetividad aislante.
El informe del Parque de la Memoria expone algo mucho más profundo que lo que enuncia. La falta de planificación del Gobierno de la Ciudad. En este caso, expresa una concepción de sociedad, una mirada sobre el ser humano, y por lo tanto, expone un proyecto político que niega el pasado, porque allí residen los dolores y las miserias que están en el haber de una sociedad que necesita reencontrarse consigo misma para recuperar el proyecto colectivo que le devuelva su futuro.