El asesinato de las adolescentes Lara Gutiérrez, Morena Verdi y Brenda del Castillo, que habían conocido en demasía a su temprana edad la ruindad que son capaces de ejercer otros adolescentes como ellas, nos debería haber interpelado -y no lo hizo suficientemente- a todos los argentinos de bien.
Pareciera que en estos días primara la anestesia en las mayorías, ante la ausencia de valores. Es preocupante la indiferencia frente al mal y el temor a expresar la indignación que deberían sentir los argentinos ante el trastocamiento de nuestras vidas que nos provocaron los que han abandonado toda pretensión de benefactría, devenidos en asesinos de nuestra dignidad y de nuestros derechos.
Esta peligrosa indiferencia nos habla de la inconsistencia con que los argentos enfrentamos el atropello contra nuestra argentinidad, nuestra cultura y nuestra ideología de bien común. Si los malvados van ganando la partida -y lo están haciendo por goleada-, nuestro destino será aún peor que el que hoy sufrimos.
Los soldados del narcotráfico están acorralando a las organizaciones sociales surgidas desde el seno de la pobreza, que tratan de defender los últimos vestigios de una época mejor, en la que la Justicia Social primaba. Si esto sigue ocurriendo, pronto las ciudades y sus suburbios vivirán en estado de sitio. Esa guerra ya está en marcha, por más que nadie la haya declarado formalmente.
No existe el vacío. Cuando el Estado se ausenta de las barriadas del Conurbano, alguien va a llenar necesariamente ese espacio y los únicos que tienen plata, poder, organización y armas son los narcotraficantes, que además, muchas veces se convierten en benefactores de sus comunidades, comprando comida para las ollas populares, consiguiendo medicamentos y hasta pagando a un médico para que entre al barrio cuando es necesario. Lo mismo hacía el bandido tucumano Segundo David Peralta, (a) Mate Cosido en los años ‘40 en la zona del monte chaqueño, que era donde llevaba a cabo sus fechorías. ¿El resultado? La Gendarmería nunca pudo dar con él.
La ausencia del Estado, el germen del mal
Esta historia comienza adonde siempre principia la decadencia de cualquier país: en el exacto momento en que el Estado se ausenta de la vida social. Cuando las oficinas se convierten en bunkers. Cuando los funcionarios sólo sirven al poder (y a sus propios, pequeñísimos proyectos personales). Cuando quienes reclaman en las calles por justicia se tornan en una molestia que hay que neutralizar, aún a costa de la represión.
En 1976, tras el advenimiento de la dictadura, el Estado dejó de existir en todos los barrios de los suburbios, en los que vivían y siguen viviendo los más pobres. Allí, la militancia política había desplazado a las mafias, hasta ese fatídico 24 de marzo de 1976, cuando regresaron con sed de venganza ni bien los militantes políticos comenzaron a desaparecer y a ser asesinados, a veces por la represión de las Fuerzas Armadas, a veces por el accionar del hampa, que colaboró gustosamente con las Fuerzas Armadas y la policía en su cruzada “antizurda”
El narcotráfico es la cara visible del poder real. Sin máscaras ni maquillaje. De lo contrario, los traficantes serían acosados por los agentes de la ley y sus ostentosas fortunas no existirían. No fueron los más feroces delincuentes los que diseñaron las drogas, sino que fueron científicos, químicos, biólogos, médicos y farmacéuticos. Y alguien les pagó por ello. Los narcotraficantes sólo distribuyen, pero quienes mueven los hilos se encuentran mucho más arriba. Habría que revisar algunos barcos que navegan aguas abajo por el Río Paraná para comprobarlo.
La cocaína no fue un invento de un loco marginal. Fue la obra de dos científicos: Friedrich Gaedke, que aisló por primera vez el alcaloide, llamándolo eritroxilina y Albert Niemann, que lo denominó “cocaína”. Todo ocurrió entre 1855 y 1860. Desde entonces, su utilizó como anestésico local, en especial en oftalmología. La propia Coca-Cola contenía hasta 1909, nueve miligramos de cocaína por vaso. Después el alcaloide desapareció de la fórmula de la bebida creada por el farmacéutico John Stith Pemberton, aunque recién en 1961 -100 años después de su descubrimiento-, la cocaína fue incluida en la lista de la Convención Única de Estupefacientes, que incluye a aquellos cuya comercialización se supone que debería estar prohibida.
Coca-Cola le compra las hojas de coca “descocainizadas” a la Stepan Chemicals, la única compañía autorizada por el Departamento de Justicia de EE.UU. en el mundo para realizar ese trabajo. Coca-Cola posee de esta manera el monopolio de la hoja de coca a nivel mundial. Los únicos que desobedecen esta restricción son los narcos colombianos y mexicanos, que las usan para “cocainizar” el norte de América.
Hoy, esta substancia, que nació como un medicamento, es uno de los azotes de la humanidad, a la vez que se convirtió en la droga preferida en algunas empresas, que hacen la vista gorda al consumo de algunos de sus empleados jerárquicos, mientras éstos toman decisiones polémicas, alentados por los efectos de “la droga del rendimiento”, que hace que no se sientan limitados por la cultura, ni por las fronteras morales, ni por ciertos inoportunos remordimientos.
Paralelamente, la cocaína es muy útil en este último terreno, en el mundo de valores ausentes que rige en estos días que corren. Éste es el mundo en el que “Dios ha muerto”, según Friedrich Nietzsche, que describió al nihilismo (nihil= nada, en latín) como la desvalorización de los valores supremos tradicionales.
Esta vida transcurre sin sentido para quien profesa el nihilismo. La ausencia de valores le quita sentido a la vida de estos hombres. Por eso, Nietzsche abogó por el advenimiento del Übermensch (el Superhombre), la bestia rubia que provino de la naturaleza más cruda, en la que vivía rodeado de salvajes predadores. Ese hombre, según el alemán, con su voluntad de poder crearía un nuevo mundo, con nuevos valores, alejado de la prédica cristiana que promueve la clemencia, el pacifismo, la tolerancia y el altruismo entre los humanos. El nihilismo, para el alemán, pone el acento en lo terrenal, el cuerpo y las pasiones, que son principios opuestos a esta espiritualidad.
Argentina, hoy
En la Argentina del tercer milenio, la caída de los valores no es el resultado del fracaso de la política, ni de la casta, sino del asedio al que somete a la sociedad civil una clase adinerada parasitaria, proclive al goce de los privilegios, más que a la incertidumbre de la meritocracia que finge promover. Casi el 60 por ciento del Producto Bruto Interno fue apropiado por estos sectores por la concesión de ciertos privilegios que les facilitaron los gobiernos liberales en los últimos diez años.
En cuanto al fenómeno Milei, también Nietzsche tiene una explicación y algunas palabras de aliento para su devenir. Según el alemán fallecido en Weimar el 25 de agosto de 1900, “el triunfo de un ideal moral se logra por los mismos medios inmorales que cualquier triunfo: la violencia, la mentira, la difamación y la injusticia”.
Quizás haya definido don Federico Guillermo (Friedrich Wilhelm) Nietzsche a Javier Gerardo Milei mejor que su tocayo Friedrich August Von Hayek y para el libertario sea hora de cambiar de mentor.
En su extravío, el presidente argentino sigue superándose: el riesgo país, en la semana en que se conoció el contundente apoyo de Donald Trump, llegó a 1.300 puntos el miércoles. Mientras tanto, el Senado se dispone a rechazar los vetos al financiamiento del Hospital de Pediatría Juan Pedro Garraham y a las universidades. En el último mes, las compañías cerealeras liquidaron 7.107 millones de dólares, agradecidas por el DNU N° 682/25, que eliminó las retenciones en el corto plazo.
¿La paradoja? Las asociaciones que representan a los granjeros norteamericanos, apoyados por la oposición demócrata, pusieron el grito en el cielo porque el DNU N° 682 abarató los precios del cereal argentino, que volvió al mercado chino, desplazando a los aliados de los EE.UU. y a los propios “yankees”, que esperaban colocar algunas toneladas de sus propios granos en Beijing.
No ganamos ni para sustos.