Willy Landin trae un Molière moderno con una puesta novedosa y arriesgada, ubicándola en el siglo XXI. La acción transcurre en dos planos, el del escenario propiamente dicho y el de las imágenes que se proyectan en tres cuadros colgantes. En el escenario real se ve a los actores, vestidos con trajes de época, sobre un fondo azul, filmados por tres cámaras. Estas imágenes son las que se ven sobre los cuadros colgantes. ¿Y la escenografía? A los costados del escenario hay dos teatros venecianos pequeños que se filman indistintamente para proveer los fondos y los decorados. Si el espectador mira hacia abajo, solo ve a los actores moviéndose y a unos curiosos asistentes enfundados en mallas azules, refractarias a las cámaras. Cuando el espectador mira hacia arriba, ve la escena completa, aunque dividida en tres partes.
Este aggiornamiento de Molière cuenta con guiños hacia estas épocas y estas tierras. La historia de Jourdain, un nuevo rico que es engañado por los inescrupulosos que se aprovechan de su nobleza, es de actualidad aunque no lineal. Es interesante leer entre líneas algunos de los planteos que se realizan y la forma en que el dinero no compra la educación. Aquel dicho, ?El lujo es vulgaridad?, aquí se termina apreciando.
Las actuaciones son acertadas, destacándose Lucrecia Capello, como la esposa del burgués, y Gustavo Garzón, el amigo interesado respecto a Jourdain. Liliana Pécora pone en juego su histrionismo humorístico como la criada, mientras que Andrea Bonelli es una correcta amante del amigo del burgués, a la cual este sueña amar. Enrique Pinti es correcto ?nada más? en su interpretación de Jourdain.
La obra se hace larga y lenta, sobre todo al principio. Pero, al final, remonta. Esta versión de "El burgués gentilhombre" dividirá las aguas.