"No sé ni cómo voy a hacer campaña en contra de Alfonso", suele decir la vicejefa Gabriela Michetti a sus íntimos cuando imagina la contienda porteña que se aproxima, y en la que deberá confrontar con su amigo, el economista Alfonso Prat Gay, primer candidato a diputado por la Coalición Cívica, amadrinado por Lilita Carrió (si es que, tras la muerte de Alfonsín, la lista de CC quedara igual que ahora). Es que los dos amigos, Gabriela y Prat Gay, se disputarán el próximo 28 de junio nada menos que el 60 por ciento del electorado porteño.
Lo cierto es que, si las listas de Pro y de la Coalición se mantuvieran como hasta hoy, la campaña del 28 sería disputada, básicamente, por una nueva generación política -tanto la vicejefa como el economista tienen menos de 45 años-; una camada sin facturas pendientes del pasado, que creció en la política en democracia y que, básicamente, no vivió los setenta, ni arrastra sus heridas, difíciles de curar. No es poca cosa en la cultura política de la Argentina, signada por la frustración, el resentimiento y la polaridad. La lógica amigo-enemigo, como les gusta describir a algunos cuestionadores del declinante kirchnerismo. Se trata también de dirigentes que votaron, por primera vez, en el 83, un hito generacional hoy revalorizado, a partir del fallecimiento del caudillo radical.
Al dúo Michetti-Prat Gay, que comparte charlas, encuentro y códigos generacionales comunes, habría que agregarle al diputado Adrián Pérez (37), otro de los dirigentes de la Coalición que, si bien hoy habita políticamente en territorio bonaerense, es impulsado por Carrió para su pronto lanzamiento en la Ciudad. Pérez y Michetti también compartieron juntos un viaje al exterior. Allí, Gabriela le dijo a Adrián Pérez: "Nuestra generación se va a poner de acuerdo, después de 2011, cuando el liderazgo de Lilita y Macri pierda el peso que tiene hoy, en la Ciudad". La frase también puede explicar por qué no fue posible una lista porteña común entre lo "bueno" de Pro, en la visión de Carrió, y la Coalición. La puja entre Macri y Carrió vuelve imposible un acuerdo semejante.
Un dato interesante: a pesar de no haber estado de acuerdo con el armado de una lista común, como se propuso hace un tiempo, Pérez tiene más amigos en Pro, con quienes dialoga políticamente con frecuencia, que la propia Carrió. Muchos se conocieron, también, a través de la Red de Acción Política (Rap), una ONG que busca fortalecer a la clase dirigente, a través de actividades conjuntas y que está presidida por Alan Clutterbuck, hijo del desaparecido empresario Rodolfo Clutterbuck, víctima, precisamente, de los rebotes de la violencia de los setenta.
Esteban Bullrich, Marcos Peña, Florencia Polimeni, Paula Bertol, Mariano Narodowski y Martín Borrelli son otros de los exponentes de esta nueva segunda línea, que empieza a terciar en primera y a tender puentes en una suerte de transveralidad generacional. Claro; hay que aclararlo antes de seguir: es cierto que, en los ochenta también existió una suerte de "transversalidad", por llamarlo de algún modo, entre el Coti Nosiglia y José Luis Manzano, línea joven de los caudillos. Pero, en la percepción colectiva, esta asociación estuvo más anclada en la lógica de los noventa, que decretó la unidad entre la política y los negocios, que en cualquier otra cosa.
Pero, ¿cuál sería la diferencia cultural que proponen estos nuevos dirigentes que surgen en la Ciudad; en qué creen; qué proponen de nuevo? Básicamente, parecen reivindicar la política como construcción, antes que como confrontación. Y eso requiere de dos valores ausentes: construir confianza y dejar de ver a los demás como "cosas" que pueden ser usadas en beneficio propio.
Si la vieja corporación política siempre unió la política con los negocios; sembró la desconfianza y puso como valor máximo el uso de las personas, y la acumulación de poder a cualquier precio, éstos, los más jóvenes, cuestionan esas prácticas tóxicas, y parecen apostar por el diálogo y la búsqueda de consenso.
El parlamento -nacional y local- también unió a muchos de ellos, en una transversalidad de códigos comunes. Una transveralidad en la que, según contó Pérez en una reunión reservada, desentona, por ejemplo, Felipe Solá, sumado reciente al bloque opositor del Congreso Nacional. "Felipe se corta solo, quiere hacer sus propios proyectos, trae las viejas mañas de la política, y nosotros no estamos trabajando así".
Claro que ser joven no es garantía de cambio, ni de encarnar valores nuevos o necesariamente mejores. Las pruebas están a la vista, sobre todo en la Ciudad. "Hay varios dirigentes que rondan los 40 años, pero que siguen pensando y actuando como si la política fuera un medio para hacer buenos negocios y, en este sentido, no se diferencian en nada de la vieja corporación", alertan, palabras más o menos, algunos de los políticos aquí mencionados, cuando los micrófonos se alejan.
También creen que la generación de los setenta buscaba liberación con violencia, pero sin ley. Y la esta nueva generación de políticos, en cambio, busca lo mismo pero con ley y sin violencia. También son menos omnipotentes: podríamos decir que van por cambios más puntuales, y muy concretos. Obviamente: nadie sabe si lo lograrán o si el intento generacional será más de lo mismo. Pero, al menos, hay en marcha una apuesta diferente.