Si bien "La edad de oro" forma parte del ciclo Proyecto Manual, de creación de teatralidad a partir de un manual de usuario que facilite el desarrollo de una tarea, la puesta tiene un muy interesante desarrollo que excede su idea seminal.
Aquí, el nervio motor es la pasión melómana por los vinilos y cómo la misma ha sido constructora de identidades que, llegado el caso, deben replantearse.
De esta forma, se establece la relación entre aquel que quiere vender su vieja (y amada) colección de discos y la inocencia del joven que se inicia en estas lides. Incluso, la devoción hacia Peter Hammill tiene que ver con la idea de la obra. Hubiese sido más fácil tomar a un grande consagrado como, por ejemplo, Bob Dylan (de quien se habla un buen rato en la obra en relación al ex líder de Van der Graaf Generator), pero no fue así.
Los discos funcionan como una forma de extender el tiempo en el que uno fue joven, rebelde y hermoso para ir ?creciendo? y transformarse en un simple vendedor de remeras, con todos los deseos archivados en el lugar más oscuro de las bateas.
La revisión de lo realizado e incluso la chance de cierta redención al repetirse la misma historia, pero en tiempos y lugares diferentes, da cuenta de que lo dicho por Pete Townshend, ?morir antes que volverse viejo?, se puede resignificar e incluso enriquecer de diferentes formas, como el pase de antorchas ?e ideales? de generación en generación, sin que esto implique una rendición incondicional.
El ?te amo, te odio, dame más? de la relación entre veteranos y neófitos en el mundo de los megalómanos es una metáfora extensible a variados contextos donde probablemente algún pasado haya sido mejor pero no con la idea de museificarlo, sino de tomarlo como punto de partida.
La escenografía es muy adecuada y las actuaciones justas, en las que ternura, celos y envidias se conjugan junto al amor, el deseo reivindicatorio y el compañerismo.