L os recientes sucesos que culminaron con la confirmación de la condena de Cristina Fernández de Kirchner retrotrajeron al país a exactamente 69 años atrás, cuando una dictadura se enseñoreaba en el país y no dudaba en utilizar los métodos más canallescos para someter al Pueblo a un régimen de negación de sus derechos y de explotación laboral similar al que existía antes de 1916.
Reprimarizar la economía
La decisión de proscribir a una de las jefas de la oposición no es un hecho aislado, sino que se inscribe en la lista del desmantelamiento del Instituto Juan Domingo Perón, del Browniano, el Belgraniano y el Newberiano. Están reescribiendo la historia, intentando superar a Bartolomé Mitre y desgarrar aún más la identidad nacional.
El apuro por sacar de la cancha a una figura política del calibre de Cristina tiene que ver con la necesidad de los EE.UU. de Trump de superar su crisis económica, que ya lleva varias décadas, con altibajos. Los nacionalismos son sus peores enemigos, no las izquierdas, ni los grupos revolucionarios de estos tiempos.
Su dilecto seguidor argentino, Javier Gerardo Milei, por su parte, atacó primero al Congreso, luego fue contra los movimientos sociales con su protocolo y en estos días cargó contra la canasta básica familiar, que tiene un efecto disciplinador sobre los más pobres, que son a su vez, los sectores sociales más proclives a protestar. Su situación es explosiva y la única razón por la que no se despliegan en la calle es porque no hay una identidad política que aglutine las luchas reivincativas.
Hace 69 años actuaban los querían a Perón de vuelta
El nueve de junio de 1956, la dictadura que encabezaba el general Pedro Eugenio Aramburu ya había detectado que algunos miembros de las fuerzas armadas conspiraban para dar un golpe de estado y traer de regreso a la Argentina al General Juan Domingo Perón, que había sido derrocado por ellos nueve meses antes. Aramburu y su vice, el contraalmirante Isaac Rojas, decidieron dejar que las acciones siguieran su curso para ahogar en sangre el “putsch” y generar de esta manera un efecto disuasorio sobre un Pueblo al que le habían desordenado la vida y sobre el cual habían desatado anteriormente una violenta represión. Los “libertariadores” guardan tantas similitudes con Javier Milei que asombran.
Entretanto, el General Juan José Valle, un militar depuesto junto a Perón, había convocado a sus compañeros a formar parte del Movimiento de Recuperación Nacional. Prisioneros en un buque de la Armada, Valle, el general Raúl Tanco y un grupo de oficiales y suboficiales del Ejército comenzaron a planear otro golpe de estado para permitir el regreso de Perón, que se encontraba exiliado en Colón (Panamá) en esos momentos.
Decididos a terminar con la Argentina productiva y reprimarizar la economía a como diera lugar, los “libertariadores” desataron sus propios demonios, con esa brutal perversión que era su principal característica. Para eso, solo continuaron con la misma línea represiva que mostraron con los bombardeos a Plaza de Mayo y a las inmediaciones del Palacio Álzaga Unzué, adonde estaba la residencia presidencial. Éste fue demolido en cuanto derrocaron a Perón. En ese mismo predio, hace una semana clausuraron el bar Un Café con Perón, que era administrado por una cooperativa que pagaba un canon al Estado y tenía contrato hasta 2027. El bar funcionaba en la antigua residencia del mayordomo del palacio presidencial, que tiene frente sobre la calle Austria. En esa pared, una mano anónima -prototípico de quienes practican conductas vergonzosas- pintó en 1952: Viva el cáncer, mientras Eva Perón agonizaba a pocos metros de allí.
Los compañeros de Valle comenzaron a ser apresados en la noche del nueve de junio de 1956. Primero, el jefe de la policía bonaerense, teniente coronel Desiderio Fernández Suáres, encabezó un allanamiento en una vivienda de Hipólito Yrigoyen 4519, en la localidad de Florida. De allí se llevaron a diez detenidos, a los que se sumaron dos más, que llegaron más tarde y fueron atrapados por los policías que habían quedado vigilando la casa allanada.
En Lanús, mientras tanto, fueron apresados una larga cantidad de civiles y militares, que intentaban instalar una radio en una escuela. En La Plata, los conjurados coparon el Regimiento 7 de Infantería, del cual fueron desalojados después de un violento combate.
Al final del día diez de junio, habían sido detenidos alrededor de 100 personas, que se iban concentrando en distintos lugares de la provincia. Hasta ese momento, sólo habían sido asesinados -de manera infame- cinco de los apresados en Florida. La orden de Fernández Suárez al jefe de la Unidad Regional San Martín, comisario Rodolfo Fernández Moreno, fue que se llevaran a los 12 detenidos a un descampado cualquiera y los matara. Éste intentó que le permitieran matarlos en el Liceo Militar San Martín, pero los militares lo sacaron corriendo, luego comenzó a deambular con su carga de condenados a muerte por la localidad de San Martín, hasta que llegó al basural de José León Suárez.
La orden resonó en la noche como un latigazo. “¡Bajen todos aquí!” Los condenados se dieron cuenta de que no iban a salir vivos de allí. Arrearon al primer grupo hacia la lóbrega oscuridad. Los faros de los autos iluminaban la escena, proyectando sus sombras deformadas sobre los yuyales. Los más audaces eligieron correr para esconderse en las tinieblas. En ese momento sonó la primera descarga. Nicolás Carranza, Mario Brión, Francisco Garibotti, Carlos Lizaso y Vicente Rodríguez cayeron asesinados en el momento. Juan Carlos Livraga y Horacio Di Chiano, ilesos, trataron de hacerse pasar por muertos. A ambos les dispararon en el piso. El primero recibió el balazo en la mandíbula, que quedó destrozada. Al segundo, el policía que le disparó, le erró el vizcachazo. Temblando, se quedó ahí hasta que se fueron. Luego, sin todavía poder creerlo, se levantó y se fue.
Entretanto, Julio Troxler, que estaba en el camión esperando, bajó corriendo y se perdió también en la noche, junto con Norberto Gavino. Los que ocultaron sus cuerpos en la noche del basural fueron Miguel Ángel Giunta, Reinaldo Benavídes y Rogelio Díaz.
El diez de junio, en la Regional Lanús, fueron fusilados el teniente coronel José Albino Yrigoyen, el capitán Jorge Costales y los civiles Dante Hipólito Lugo, Norberto y Clemente Braulio Ross y Osvaldo Alberto Albedro. Casi al mismo tiempo, en los combates que se produjeron en La Plata, murieron los civiles Ramón Videla, Carlos Irigoyen y Rolando Zanetta.
El once de junio fueron fusilados en Campo de Mayo el coronel Eduardo Cortines, el capitán Néstor Cano, el coronel Ricardo Ibazeta, el capitán Eloy Caro, el teniente primero Jorge Noriega, y el teniente primero maestro de Banda de la Escuela de Suboficiales, Néstor Videla.
El mismo día fueron asesinados en la Escuela de Mecánica del Ejército el sub oficial principal Ernesto Gareca; el sub oficial principal Miguel A. Paolini, el cabo Músico José M. Rodríguez y el sargento Hugo E. Quiroga.
El mismo día -los fusiles no descansaron el once de junio-, tras los muros de la Penitenciaría de Avenida Las Heras se produjeron los crímenes del sargento ayudante Isauro Costa, del sargento carpintero Luis Pugnetti y del sargento músico Luciano I. Rojas. Simultáneamente, era fusilado solitariamente en La Plata el teniente coronel Oscar Cogorno. Junto con Cogorno fue detenido también el subteniente de reserva Alberto Abadíe, que había sido apresado herido. Lo curaron malamente y el doce de junio lo fusilaron en La Plata.
El nueve de junio, al intentar tomar la radio del Automóvil Club Argentino, fue acribillado a balazos Miguel Ángel Mauriño. Trasladado el Hospital Fernández, le amputaron un brazo y las dos piernas. Falleció el 13 de junio, mientras sus captores lo seguían torturando. No “cantó” a ninguno de sus compañeros y murió en paz. El 28 de junio murió en dudosas circunstancias Aldo Jofré, que permanecía detenido en la Unidad Regional Lanús. Según sus carceleros, “se ahorcó”.
Cuando arreciaba el frenesí fusilador que se llevaba las vidas de sus hombres, el General Valle parlamentó su entrega, a cambio de que no siguieran asesinándolos. Esto le fue garantizado, pero no cumplido. Ni bien se entregó, fue llevado a la Penitenciaría de Avenida Las Heras y también fue ejecutado. No conoció el miedo y dejó una carta para su hija, en la que le dejó como legado la afirmación de que “no muero como un cualquiera, muero como un hombre de honor”.
Un episodio proverbial
El nivel de estolidez que alcanzaron los “libertariadores” se superó a sí mismo cuando el 14 de junio un grupo de unos 20 energúmenos al mando del jefe de la SIDE, el general Juan Constantino Quaranta, invadió la embajada de la República de Haití para secuestrar a siete asilados que se encontraban allí, entre los cuales se contaba el General Tanco, el segundo al mando de la intentona.
A pesar de la inmunidad diplomático que rige para cualquier embajada, Quaranta entró y se llevó a los asilados. La esposa del embajador, la abogada Dilia Vieux, se interpuso entre los asesinos y la puerta y les ordenó que los soltaran. La mujer se había identificado como “la embajadora”, ya que su esposo, el poeta Jean Brierre, estaba ausente. La respuesta de Quaranta fue increíble: ¡Qué vas a ser embajadora, negra de mierda! La apartó de un empellón y salió a la vereda, llevándose a los prisioneros.
El energúmeno los alineó contra la verja de la casa, ubicada en Vicente López, con la evidente intención de dispararles allí mismo. La embajadora comenzó a gritar, presa de una crisis emocional, y los vecinos comenzaron a prender las luces -eran las 3:30 de la madrugada- y a salir a la calle para ver qué pasaba. Asustado, Quaranta ordenó desalojar un colectivo de la línea 19 que pasaba y así se llevó a siete asilados a la sede del Regimiento de Patricios.
Los embajadores se movieron rápido, llamaron a los medios internacionales y a la embajada norteamericana, no se sabe con qué intención. Al día siguiente, Brierre trajo de vuelta a sus siete prisioneros, sin más novedades.
Una historia lateral ocurrió cuando Tanco fue despojado de sus enseres personales. Los guardó en un sobre y escribió la leyenda: “éstos son los enseres que quien en vida fuera el general Tanco”, convencido como estaba de que iba a ser fusilado él también.
Jorge Costales: “No fueron fusilamientos, fueron asesinatos”
Hijo del capitán Jorge Costales, que fue fusilado en la Unidad Regional Lanús un diez de junio de hace 69 años, Jorge Costales se lamenta porque “es importante que la memoria esté viva, pero un odio brutal sigue tan vigente hoy como en aquel tiempo. Aquellos gorilas dejaron herederos. Practican el mismo odio, pero más cruel. Superan todos los límites. Hace casi 70 años te fusilaban con las armas, hoy lo hacen con una lapicera y te proscriben para siempre”, se indigna.
“Antes te mataban los militares y hoy lo hacen los jueces. Es necesario rescatar la dignidad de Valle y sus hombres, que debieron enfrentar una violencia sin límites. En tres o cuatro días se conmemoran los 70 años del bombardeo a Plaza de Mayo, pero lo peor es que esos hombres dejaron una tremenda herencia de odio. Lo que pasa es que los hombres como mi padre nos dejaron paralelamente una capacidad de amar igualmente inmensa. Con los demás hijos de los fusilados del 56 somos hermanos de la vida, porque si bien somos los hijos biológicos de nuestros padres, tenemos miles de hijos políticos, que continuaron -y continuarán- las mismas luchas”, expresó Costales.
“De todos modos, es necesario aclarar que aquellos no fueron fusilamientos, fueron asesinatos. Los dictadores ni siquiera se molestaron en cumplir con los requisitos legales que eran necesarios. Tenían el mismo desapego a la ley que tienen sus herederos libertarios. No dictaron decretos, mataron a prisioneros que habían detenido antes de que entrara en vigencia la Ley Marcial. Hicieron un desastre en todo sentido”, cerró Costales, que el lunes último habló junto a Cristina Fernández de Kirchner en el Día de la Militancia, recordando a su padre y a los otros 31 héroes, que cayeron asesinados de una manera vulgar e infame, a manos de asesinos que aún siguen predicando el odio.