Asesinos burlados: la fuga de Orletti que provocó su desmantelamiento

Asesinos burlados: la fuga de Orletti que provocó su desmantelamiento

La huida de José Morales y Graciela Vidaillac, corriendo desnudos por la calle, cruzando las vías mientras él les tiraba con un FAL a sus captores.


Corría el año 1976 y la represión se profundizaba en la Argentina. En su cruzada contra la oposición política, los militares reclutaban mano de obra hasta en los bajos fondos. Son innumerables los rateros de poca monta que ejercieron como represores para que nuestro modo de vida occidental y cristiano fuera preservado del accionar de “la subversión apátrida”.

El coronel Otto Paladino era, por entonces, el titular de la Secretaría de Inteligencia del Estado. Uno de sus “contratados” era un criminal llamado Aníbal Gordon. Éste formaba parte del “OT-18” (Operaciones Tácticas 1.8), creado en marzo de 1976 para secuestrar a los extranjeros que habían llegado a la Argentina huyendo de las dictaduras de Chile y Uruguay, que habían accedido al poder mediante sendos Golpes de Estado el 11 de septiembre de 1973 y el 27 de junio del mismo año, respectivamente.

El grupo de Gordon operó al principio desde una central ubicada en Bacacay 3570 (un dato que proveyó la CIA norteamericana, hace poco tiempo), que luego fue trasladada a un taller ubicado en Venancio Flores 3519, en la misma manzana. Fue el centro de exterminio que se llamó Automotores Orletti.

Este local de tortura y exterminio duró unos pocos meses, debido a la fuga que protagonizaron Graciela Vidaillac y José Morales, dos militantes de las Fuerzas Argentinas de Liberación.

Todo comenzó el 1° de noviembre de 1976, cuando la patota de Gordon llegó al negocio de chatarra que administraba el padre de José Morales. Lo secuestraron a él, a su hijo colectivero y a la esposa de éste, que estaba embarazada. Así, el padre, el hermano y la cuñada de José llegaron a Orletti.

Luego de torturarlos cruelmente, la banda se hizo de la dirección adonde vivían Graciela, José, sus dos hijos y la madre de él, en Haedo, cerca del Hospital Posadas. Llegaron, la secuestraron a ella y la llevaron a Orletti.

A la noche llegó José, que sospechó algo y entró con su pistola en la mano. Sus captores se le tiraron encima y en la lucha le pegaron un tiro en la pierna. José lo mismo se recuperó, pero cuando estaba por disparar de nuevo, abrieron una puerta y le mostraron que tenían cautivas a su madre y a sus hijas.

José se entregó y lo metieron en el baúl de un auto y también llegó a Orletti, herido y maniatado. Un médico le curó la herida, para poder picanearlo mejor. La tortura comenzó inmediatamente. A ella la ataron de un gancho en el techo y a él lo llevaron a la sala de armas, adonde lo dejaron exhausto después de horas de golpes y descargas eléctricas.

De repente, Graciela escuchó que Gordon le decía a uno de sus secuaces, Eduardo Ruffo: “paremos, que hace 24 horas que estamos con este fato”. Todos se fueron a la sala de descanso que tenían en la planta alta, la misma en la que Graciela y José estaban siendo atormentados. Ella, de repente, escuchó a su guardia roncando y comenzó a tirar de una ligadura que sabía que estaba floja, zafó de una mano y se desató. Salió de la sala de tortura y fue adonde había escuchado la voz de José, que era la sala de armas. Él estaba esposado, pero le dijo adonde estaban las llaves, ella abrió las esposas y él tomó una ametralladora, un FAL y una pistola. Por si acaso, se supone.

Desnudo y tensionado, José entró a la sala de descanso y apretó el gatillo de la “metra”, pero la bala se encasquilló y los torturadores se despertaron y buscaron sus armas. Hubo un tiroteo, en el que José se defendió con el FAL. Retrocedió hacia la escalera, ya que sus enemigos no se animaban a enfrentarlo. El FAL es un arma contundente. Ella lo tomó del hombro y lo guió por la escalera. Cuando comenzaban a bajar, un guardia que estaba en la planta baja le disparó a ella y le pegó en el brazo.

Él respondió al fuego y el sicario corrió hacia la puerta y salió en calzoncillos a la calle.

Los prisioneros corrieron tras él, entreviendo que era su única oportunidad de huir de la muerte. Frente al chupadero pasaban las vías del Ferrocarril Sarmiento y hacia allí corrieron Morales y Vidaillac. En esos momentos, su oportunidad era casi nula. Para peor, desde la planta alta comenzaron a tirarles y la distancia no era mucha. José respondió al fuego y, de repente, vieron un tren que se acercaba a toda velocidad. No lo pensaron dos veces. Se podía cruzar antes que el tren o morir en el intento. Se apuraron y cruzaron. Esto detuvo a sus captores y les permitió perderlos.

En la calle Yerbal robaron una camioneta y escaparon. A las pocas cuadras, robaron otro auto y siguieron huyendo. Así perdieron definitivamente a sus secuestradores, demasiado amantes del descanso y del jolgorio y, por eso, descuidados. Suerte para dos, entonces.

Inmediatamente, José contactó a sus compañeros y armaron un operativo para liberar a los familiares de éste. Cuando llegaron se dieron cuenta de que era imposible lo que se proponían y debieron desactivar el operativo.

Tras permanecer escondidos un tiempo, José y Graciela se fueron a México, vía Brasil. Allá trabajaron en un diario durante un tiempo, ella tuvo a su tercer hijo y llevaron una vida tranquila.

Esto duró hasta 1979, cuando José se fue a Nicaragua. Era el último tiempo de la dictadura de Anastasio Somoza. Se unió al Frente Sandinista de Liberación y terminó peleando en el Frente Norte, en la frontera con Honduras. Un día, José se fue solo a buscar a uno de sus compañeros, secuestrado por el enemigo y cayó en manos de la Guardia Nacional. Su cadáver, con signos de terribles torturas, fue encontrado días después. Se cree que sus captores lo entregaron al GTE (Grupo de Tareas en el Exterior), del cual formaba parte Raúl Guglielminetti, uno de sus secuestradores en Orletti, que terminó la tarea que mejor sabía hacer: torturar y asesinar a gente desarmada.

En 1985, Graciela volvió a la Argentina. Declaró en el Juicio a las Juntas, luego en 2010 lo hizo en el juicio por Orletti y en 2013, en el juicio por el Plan Cóndor. El 20 de mayo de 2021, ella, que cargaba una larga historia de lucha, tragedia y alegrías, murió por coronavirus.

Lo único que queda por agregar es que, a raíz de su escape, la SIDE debió cerrar Orletti y desmantelar parte de su aparato represivo y reconvertirlo, porque el Batallón 601 de Inteligencia al que pertenecían los sicarios siguió operando.

Otra paradoja de la historia. De los aproximadamente 300 secuestrados que pasaron por Orletti, muchos eran uruguayos. La calle Venancio Flores lleva ese nombre porque ese general uruguayo, que fue presidente de ese país, peleó en las guerras civiles argentinas a las órdenes de Bartolomé Mitre. En la batalla de Cañada de Gómez, que se llevó a cabo el 22 de noviembre de 1861 en esa localidad santafesina, las fuerzas unitarias comandadas por Venancio Flores atacaron al ejército federal mientras sus hombres dormían y pasaron a degüello a 300 soldados.

Flores, el asesino de Cañada de Gómez, fue descripto por Juan Andrés Gelly y Obes, ministro de Guerra de Mitre, con palabras de desprecio. En una carta al gobernador Manuel Ocampo, aquel expresó que “el suceso de la Cañada de Gómez es uno de esos hechos de armas que aterrorizan al vencedor… esto es lo que le pasa al general Flores, y es por ello que no quiere decir detalladamente lo que ha pasado. Hay más de 300 muertos, mientras que por nuestra parte sólo hemos tenido dos muertos… Este suceso es la segunda edición de Villamayor, corregida y aumentada… Para disimular más la operación confiada al general Flores se le hizo incorporar toda la fuerza de caballería de la División de Córdoba enemiga”.

Venancio Flores y Aníbal Gordon. Los asesinos siempre se celebran entre sí.

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