Argentina 2025: Truman Show, pura casta y falacias que pretenden ser verdaderas

Argentina 2025: Truman Show, pura casta y falacias que pretenden ser verdaderas

La Infocracia simula la verdad, pero no la reemplaza. La comunicación impone versiones convenientemente adaptadas a ciertas corporaciones. Argentina, entre el nihilismo y los enemigos imaginarios.


No es que Ellos nos mienten. Es que viven en un mundo paralelo, que tiene sus propias normas, sus propias reglas y sus propias verdades, que nada tienen que ver con las del mundo real. Ésa es una descripción adecuada de la casta.

Sueldos altos, vehículos caros, choferes mal pagos (siempre se paga mal al vulgo), helicópteros, aviones, lugares exclusivos para la juerga, el cachondeo y la algazara, circuitos gastronómicos a los que el vulgo no tiene acceso. Desde ahí arriba nos miran sin ser mirados, nos diseccionan sin delatarse, nos analizan en profundidad y nos dominan con técnicas que les son provistas desde usinas calientes, que derraman ideas, frases hechas, estrategias de marketing, técnicas de guerra psicológica y artes de seducción.

Son los cultores de un nuevo nihilismo, que “se alza cuando perdemos la fe en la propia verdad”, de acuerdo al planteo del filósofo Byung-Chul Han en su libro “Infocracia-La digitalización y la crisis de la democracia”. En La Crisis de la Verdad, tal como titula al último capítulo de este libro, Han relata que “la información circula ahora completamente desconectada de la realidad, en un espacio hiperreal”.

Así funciona el poder en la era del capitalismo de la vigilancia. George Orwell escribió dos novelas políticas en las que describió mejor que muchos politólogos esta era de la humanidad. En la primera, “Rebelión en la Granja” (1945), describe quirúrgicamente a un sistema político opresor y en la segunda, “1894” (1949), a los sistemas de vigilancia social. Desde entonces, lo orwelliano describe al “Gran Hermano”, que todo lo vigila y todo lo reprime.

Para que los individuos que viven en sociedad acepten ciertos grados de vigilancia ilegal sobre sus actividades o algún deterioro en sus niveles de vida, es necesario que quienes tomas las decisiones políticas y económicas destinadas a lo que se supone que es el bien común, aleguen que lo hacen para prevenir ciertos difusos peligros que acechan a los desprevenidos e indefensos ciudadanos.

Noam Chomsky describió con exactitud el recurso. “Si quieres controlar a un pueblo, crea un enemigo imaginario que parezca más peligroso que tú, entonces preséntate como su salvador”. Siempre el gobernador alega ser el mal menor, el que llega para salvar a todos del comunismo, del populismo, del fascismo o de algún otro “ismo” no menos peligroso.

La sociedad de la información crea nuevas versiones de la realidad que sirven para imponer “verdades” alejadas de las convenciones sociales. Una convención es un pacto. El idioma es un pacto. La verdad es un pacto. En el caso del lenguaje, si vemos en el campo un extraño palo del que salen ramas, hojas y flores, lo llamamos árbol y todos estamos de acuerdo en llamarlo así. Distintos pueblos lo llaman de distintas maneras (tree, arbre, albero, baum, árvore, etc.), pero la acepción es común a todos.

La verdad también es una convención. Según el coreano, “la verdad ejerce una fuerza centrípeta (hacia adentro) que mantiene unida a una sociedad”. Por eso, la verdad impide que la búsqueda de la validez conduzca, según Han, “a un bellum ómnium contra omnes”, a una lucha fratricida, de todos contra todos.

De todas maneras, el nihilismo no hace pasar la mentira como verdad. Es más sutil. Socava la distinción entre ambas. La paradoja es que el mentiroso consciente reconoce a la verdad. Entonces, la mentira exige la discriminación de la verdad. El mentiroso no cuestiona la verdad, por eso miente, engaña. Cubre su complicidad con lo malo tras el manto de la mentira. La niega para no ser procesado y castigado.

Las “fake news” no son mentiras, más bien son premisas que se desentienden de la verdad. La desenganchan de su carácter fáctico, es decir, que no constituyen un planteo “fundamentado en hechos o limitado a ellos, opuesto a lo teórico o imaginario”.

Esa indiferencia a la verdad de los hechos, ejercida por quienes muestran su ceguera a la realidad “es un peligro mayor para la verdad que el mentiroso” (Han).

Hace 104 años, en 1921, Charles Prestwick Scott, el legendario editor del Manchester Guardian (hoy, The Guardian) pergeñó una frase que debería ser la guía del periodismo actual (desgraciadamente, no lo es): “los comentarios son libres, pero los hechos son sagrados”. Por el contrario, la libertad de expresión se convierte en una farsa cuando pierde la referencia a los hechos y no respeta las verdades fácticas.

Hanna Arendt explicó el nazismo y su relación con la mentira de manera sencilla. “Hitler difundió en millones de ejemplares que las mentiras sólo pueden tener éxito si son enormes, es decir, si no se contentan con negar determinados hechos dentro de un contexto fáctico que se deja intacto, en cuyo caso la facticidad intacta siempre saca a la luz las mentiras, sino si mienten sobre la entera facticidad, de tal manera que todos los hechos concretos sobre los que se miente en un contexto coherente sustituyen el mundo real por uno ficticio”.

Volvemos a Han -al que no hemos abandonado-, que plantea que “quien inventa una nueva realidad no miente en el sentido ordinario”.

The Truman Show

En 1995, Peter Weir dirigió una película basada en una vida de ficción. Jim Carrey compuso el personaje de Truman Burbank, un hombre que vive en una “fake” ciudad, rodeada por un “fake” mar, acompañado por una “fake” esposa y conviviendo con un “fake” amigo y “fakes” compañeros de trabajo.

Detrás de una consola y de cientos de cámaras, el productor Cristof (Ed Harris) es el demiurgo de la vida de Truman, que adoptado desde bebé por una corporación para hacer de su vida una comedia que se transmita a todo el mundo por televisión. Harris dirige a todos los personajes, menos a Truman. ¿Es Truman libre por eso? Todos los demás actúan, menos él, pero no parece sentirse demasiado feliz por su “fake” libertad.

La ciudad de Seahaven es un gigantesco escenario, en el que, sin embargo, pasan cosas inesperadas. Un día, un foco que simula el firmamento se cae frente a Truman. Enseguida, una radio transmite que ha caído en la ciudad una luz de aterrizaje de un avión. Luego, Truman se da cuenta de que en la ciudad, todos los extras que hacen el papel de sus vecinos se mueven con una coreografía que se repite constantemente. También se percata de que cada vez que ocurre algo que llama su atención, la radio o la televisión transmiten alguna noticia tranquilizadora para Truman.

La esposa del prisionero, atosigada por el stress, es despedida del programa, por lo que la producción le pone una nueva compañera de trabajo para que se convierta en su novia. Pero Truman, que ya tiene 30 años, comienza a refugiarse en su sótano, solo, sumido en la melancolía. Una noche, se escapa por un túnel secreto y todos salen a buscarlo. Como no lo encuentran al terminar el día, Cristof enciende los focos que simulan la luz diurna y descubren que Truman trata de escapar por el mar ficticio.

Cristof decide simular una tormenta para aterrorizar a Truman, pero éste, como Ulises, se ata al mástil del barco y sigue navegando. Afuera, mientras tanto, millones de espectadores alientan a Truman para que se fugue. De repente, el bauprés del barco choca contra el decorado y la mentira queda al descubierto para Truman.

Recién allí Truman conocerá la libertad. o sabía hasta ese momento que era sólo un actor en una película de la que no tenía la más mínima idea de que era el protagonista.

Es para destacar que el público, durante los 30 años de cautiverio, abogó para que Truman se librara de sus captores.

Al Pueblo no le gustan ni los secuestradores, ni los manipuladores, ni los aprovechadores.

Toda similitud con la Argentina de 2025 es pura coincidencia. O quizás no. Milei da la impresión, muchas veces, de que está actuando en una película en la que el guión ya está escrito, del que no se puede apartar. No se explica sino su actitud de conducir a toda velocidad hacia el abismo a un auto sin frenos, sin dirección y sin control.

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