En la entrada del subsuelo de las Galerías Santa Fe, unos cuantos circuitos integrados son rostros sonrientes que reciben a quien baje por la pequeña escalera que da, en rigor, al Espacio Ave Fénix. Se trata de la muestra del movimiento Reciclarte, en la que cohabitan un altar hecho de maniquíes-vírgenes, un ataúd recubierto de etiquetas de Coca Cola Zero y de Philip Morris, y la representación de una familia tipo cenando contrapuesta a la de un cartonero tirando de su carro solo. ¿Los cuerpos? Cabeza de lamparita, tórax de mouse y extremidades de cables, según el caso.
Pero hay mucho más. Desde el 4 de octubre, el espacio declarado de interés por la UNESCO y patrocinado por el Centro Ambiental Argentino (CAMBIAR), está abierto al público, al que le resulta inverosímil la idea de que allí mismo, nueves meses atrás, hubo una cordillera de cascotes, vidrios, puertas, hierros y marquesinas, ¡de 30 toneladas!
Todo comenzó el año pasado, cuando Guadalupe Noble, propietaria de las Galerías Santa Fe, vio una exposición de Reciclarte en el Jardín Botánico. Impactada, enseguida convocó a los referentes del movimiento, Alberto Vázquez y David Acevedo, para hacer del subsuelo de las galerías de Santa Fe al 1600, creadas en el ’53 por su padre, Roberto Noble, un enclave artístico. Justo la voluntad del fundador de Clarín, expresada en una carta descubierta en una de las tantas bauleras de las catacumbas del lugar. Alberto Vázquez recuerda que apenas vieron el panorama, decidieron que "ni una piedra" iba a salir de ese sitio.
El espacio, comenta David Acevedo, en ese entonces fue bautizado "Kosovo", porque en su superficie "había muerto la historia". Una historia en la que funcionó una calesita, una peluquería infantil y hasta la primera pista de patinaje sobre hielo de Buenos Aires. Con la vista hacia arriba, en donde se conjugan murales de Soldi, Seoane y Battle Planas, patrimonio artístico y cultural de la Ciudad, piensa: "Eso también es inimaginable, ¿no?"
El movimiento Reciclarte surgió alrededor de 2004, cuando "la vida" fue juntando a sus integrantes, dice Vázquez. Los unieron las circunstancias, sí, pero sobre todo ciertas concepciones ideológicas compartidas, como aquélla que destaca que "el arte puede ser hecho con todo y por todos", hoy expuesta en el Manifiesto Arte Basura. La crítica a la sociedad de consumo, que también es sociedad del desecho, y la convicción de que el medio ambiente debe ser entendido como un bien común, los llevó a retomar el principio de que "nada se pierde, todo se transforma".
-¿Cómo gestaron el proceso creativo en un contexto de completo abandono?
Alberto Vázquez:- Se fue dando naturalmente, pero con el gran condicionante que imponían las estructuras de este lugar. A mí, por ejemplo, en una oportunidad se me cayó parte del techo encima. Al principio, los escombros no nos dejaban caminar ¡y había ratas de todos los tamaños! Tampoco hay fuente de agua. Si la gente que asiste al Espacio Ave Fénix no puede imaginar la transición sobra-obra, a Vázquez y los suyos les cuesta reconstruir el mientras tanto que dio lugar a la muestra. "¿Esto lo hicimos nosotros?", se pregunta el curador.
"A veces no nos acordamos que aquí corrimos riesgo de vida, que nos enfermamos y perdimos mucho peso. A veces lloramos, no podemos creer lo logrado", expresa Vázquez. Por su parte, Acevedo comenta que durante la puesta en marcha de la obra que podrá visitarse hasta el 2010, cuando venza el comodato del lugar, no hubo domingos ni feriados. Y que dentro de ese mundo subterráneo (y paralelo), en esos nueve meses no supieron grandes cosas del afuera. "Cuando fue la época de los cacerolazos por lo del campo, creíamos que había caído el gobierno", se divierte uno de los directores de la puesta. Y Alberto Vázquez no quiere olvidarse un detalle: el rol de las mujeres de Reciclarte. "Demostraron una vez más que la mirada femenina va más allá de lo particular. Cuando cada uno estaba abstraído en lo suyo, además de crear, ellas acompañaban con una palabra o un mate".
El Espacio Ave Fénix parece un todo. Es un todo. Sin embargo, esa línea de continuidad se dio espontáneamente a través de las 52 obras que la componen. Una pauta de tal fusión, sólo una, la brindan un montón de máscaras de etnias, de todos los tiempos, como posibles espectadoras de un batallón de soldaditos de plomo que sube por una bandera argentina hasta el techo, cubierto de posavasos. "Mesa imposible, de copas sin contenido ni estabilidad. Un brindis patas para arriba por la nueva realidad de los objetos", estima Javier Martínez Mingo, su creador, autodidacta como la mayoría de los miembros del movimiento.
Esos más de 70 artistas, entre los cuales hay unos pocos arquitectos, personas que dejaron la carrera de Medicina y terapeutas como Vázquez, se autodefinen como "cachivacheros". "Los artistas del reciclado somos los obreros del arte. Recuperamos las cosas que se presumen inservibles, como alquimistas que hacen de cosas oscuras la piedra filosofal. Pero desde siempre fuimos eso. Desde antes que se hablara de la ecología y cuando a los cartoneros se les decía cirujas. Ahora resulta que somos ‘recicladores’ o representantes del ‘Trash Art’, que en inglés suena más elegante", considera Vázquez, quien a su vez coordina talleres, en una ciudad que espera el avance de las metas de reducción progresiva de desechos sólidos, estipuladas por la ley Basura Cero. Porque tiene residuos para tirar al techo. Y eso no es ninguna alegoría.
(PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL SEMANARIO NOTICIAS URBANAS Nº 160, DEL 30/10/08).



