A Felipe Vallese, desaparecido hace 63 años, nunca se le hizo justicia

A Felipe Vallese, desaparecido hace 63 años, nunca se le hizo justicia

Lo secuestraron en la calle Canalejas que hoy lleva su nombre.


Esta es una historia que cruzó en el tiempo y en el espacio a dos personalidades opuestas: Felipe Vallese era un obrero y delegado sindical de la empresa Trafilación y Esmaltación de Alambres (TEA), mientras que Juan Fiorillo era un policía bonaerense en busca de venganza.

El 23 de agosto de 1962, Felipe Vallese salió de su casa a las 23:30 para ir a ocupar su puesto de trabajo en TEA, ignorante del atroz destino que se cernía sobre él. De repente, frente al 1776 de la calle Canalejas, a pocos metros de su hogar, ocho policías de civil se arrojaron sobre él. Vallese peleó como lo que era: un dogo.

La lucha fue salvaje, lo golpearon, lo patearon y lo arrojaron al suelo, pero no podían con él. Alarmados por los gritos y los ruidos de la pelea, algunos vecinos salieron a la vereda e increparon a los policías. En una crónica aparecida en el diario El Mundo, el periodista señala que un hombre armado con una pistola 45 les espetó: “Esto no es para ustedes. Píquenselas si no quieren ligarla”.

De todos modos, finalmente el número pudo más que el coraje. Trataron de arrastrarlo hacia una Estanciera que esperaba sobre la calzada, mientras Vallese se agarraba de un árbol, intentando torcer su destino. Finalmente, se lo llevaron.

El oficial inspector bonaerense Juan “El Tano” Fiorillo, de la Regional San Martín, buscaba a los asesinos de dos policías de su tropa que habían sido abatidos pocos días antes en un tiroteo. Luego se supo que la balacera había enfrentado a los “patas negras” (bonaerenses) con los “federicos” (federales). La razón fue algún negocio oscuro, en el que unos “mejicanearon” a los otros, quedándose con el fruto del delito. El combate no fue por motivos policiales, ni por un exceso de celo en el cumplimiento del deber. Todos ellos eran delincuentes de uniforme en busca de un tesoro pirata. Rodolfo Walsh, en alguna de sus investigaciones, los llamó “la secta del gatillo alegre”, una secta que amalgamaba a mafias policiales federales y provinciales. En ella militaban los comisarios Juan Ramón Morales y Rodolfo Almirón, que fueron expulsados de manera ignominiosa de la Policía Federal y reincorporados en 1973 por José López Rega, para que lo ayudaran a crear la Triple A. Por la parte bonaerense, uno de sus representantes era Fiorillo.

Mientras el grupo secuestraba a Felipe, otra patota se dirigió hacia el domicilio en el que vivía, ubicado sobre la calle Morelos. Ingresaron violentamente y raptaron a todos los que estaban allí. El hermano mayor de Vallese, Ítalo, Mercedes Cerviño de Adaro, Agustín Adaro, Rosa Cándida Salas, Osvaldo Abdala, Francisco Sánchez y Elvia Raquel de la Peña corrieron la misma suerte que Felipe.

Fiorillo suponía que Alberto Rearte, un militante de la Resistencia Peronista y compañero de los Vallese, era uno de los asesinos de sus hombres. Su objetivo era atraparlo a cualquier precio. En aquellos tiempos, los comisarios de la policía bonaerense ascendían por ranking de muertos, tal como le manifestó a este cronista unos años después un alto jefe policial. O sea, que el destino de Vallese y de Rearte estaba sellado. El juego de la crueldad facilitaba los ascensos. ¿Cómo ahora…?

Todos los secuestrados fueron a parar a la Comisaría primera de San Martín, adonde conocieron de primera mano la picana del Tano Fiorillo, un hombre que hizo de la coherencia su bandera. El 24 de noviembre de 1976, en un violento operativo, policías bonaerenses asesinaron a Diana Teruggi y a otros compañeros suyos. Finalizado el operativo, su beba de tres meses, Clara Anahí Mariani, fue secuestrada por un efectivo policial. Era Juan Fiorillo, la mano derecha del sanguinario comisario Miguel Etchecolaz, director de Investigaciones de la Bonaerense y estrecho colaborador del no menos sanguinario general Ramón Camps.

En algún momento de esa fatídica noche de 1962, Ítalo Vallese, que era un excelente cantante de conservatorio, comenzó a cantar en el calabozo para hacerle saber a su hermano que estaba allí. Esperaba la respuesta de Felipe, que le llegó a través de un delincuente que estaba detenido -éste, legalmente- con ellos. Felipe ya estaba muy deteriorado en su salud y murió esa misma noche.

Unas horas después, el delincuente fue liberado y, hombre con códigos, concurrió solidariamente al gremio metalúrgico para llevar la denuncia. El abogado del sindicato, Juan Carlos Torres, presentó un hábeas corpus y un pedido de que allanaran inmediatamente la comisaría, pero el juez denegó la solicitud y así les dio tiempo a los policías para que hicieran desaparecer el cuerpo de Felipe Vallese, que sigue desaparecido hasta hoy, 63 años después.

La democracia que proscribía

Entre el 29 de marzo de 1962 y el 12 de octubre de 1963 fue presidente José María Guido, que reemplazó tras un planteo militar a Arturo Frondizi. En ese período fue asesinado Vallese. El secretario del Interior del Ministerio del Interior era, en esos días, el inefable Mariano Grondona, que tenía 30 años y poco tiempo después, el 28 de junio de 1966, se transformaría en el redactor del Estatuto de la Revolución Argentina que lideraría el general Juan Carlos Onganía, apodado “Caño” por sus desvergonzados camaradas de armas: recto por fuera, vacío por dentro.

Frondizi, a su vez, fue elegido presidente gracias a la proscripción del peronismo, que estuvo 18 años fuera del poder, entre los que medraron como presidentes sustitutos el general Eduardo Lonardi (23/09/1955 hasta el 13/11/1955); el general Pedro Eugenio Aramburu (13/11/1955 hasta el 1°/05/1958); Arturo Frondizi (1°/05/1958 hasta el 29/03/1962); el mencionado José María Guido; Arturo Umberto Illia (12/10/1963 hasta el 28/06/1966); el general Juan Carlos Onganía (28/06/1966 hasta el 08/06/1970); el general Roberto Marcelo Levingston (18/06/1970 hasta el 22/03/1971) y el general Alejandro Agustín Lanusse (26/03/1971 hasta el 25/05/1973).

Finalmente, el 25 de mayo de 1973, en las primeras elecciones libres realizadas desde 1955, el peronismo volvió a la Casa Rosada, poniendo fin a los 18 años de clandestinidad que le impusieron los defensores de la República.

Mientras, en Ciudad Gótica…

En los días en los que Vallese sufrió las consecuencias del Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado), el oscuro senador Guido había sucedido a Frondizi, jaqueado por la Junta de Comandantes de las tres fuerzas armadas. Guido asumió la presidencia en la sede de la Corte Suprema de Justicia, en los precisos instantes en que el general Jonet le proponía al comandante en jefe del arma, Raúl Poggi, rodear con sus soldados el Palacio de Tribunales para impedir que se realizara tal aberración. Para ellos, el presidente debía ser un militar. En esos tiempos estaba de moda el verbo “fragotear”, derivado del apellido Fraga. El fragote era la conspiración permanente, que se llevaba a cabo en el living-room del domicilio del general Rosendo Fraga (padre del analista político homónimo). Las vidas de estos prohombres era una conspiración permanente.

Frondizi había sido derrocado por haber cometido el pecado mortal de convocar a elecciones. Los militares y el propio Frondizi evaluaban -con escasa lucidez- una derrota contundente del peronismo. Para eso, Aramburu había firmado el Decreto N° 4161/56, que prohibía siquiera nombrar a Perón y a los peronistas; había fusilado a 32 argentinos; había encarcelado a miles de delegados fabriles, intelectuales, simpatizantes y hasta a peatones que pasaban por la vereda y ejecutado una represión sangrienta, con el saldo de cientos de muertos.

Con este panorama, el 18 de marzo de 1962 hubo elecciones en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, Mendoza, Corrientes, La Pampa, Tucumán, Chaco, Río Negro, Neuquén y en la ciudad de Buenos Aires. ​En la ciudad de Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes, Formosa, La Pampa, La Rioja y Santa Cruz ganó el partido de Frondizi, la Unión Cívica Radical Intransigente. En la provincia de Buenos Aires, Tucumán, Santiago del Estero, Chaco y Río Negro ganó el peronismo, que utilizó el sello de “Unidad Popular”. La Unión Cívica Radical del Pueblo, que lideraba Ricardo Balbín, ganó en Córdoba, mientras que en Neuquén ganó el Movimiento Popular Neuquino y en Mendoza ganó el Partido Demócrata.

El peronismo camuflado seguía ganando elecciones, aunque su nombre no apareciera en las boletas electorales. La suerte de Frondizi estaba echada y pronto fue enviado a la isla Martín García por cuenta de la Armada Argentina.

Felipe Vallese no fue el primer desaparecido argentino, como creen muchos, pero con su martirio comenzó la segunda etapa del proceso de desindustrialización y de remate a precio vil de las materias primas argentinas que había comenzado en 1955.

Luego llegarían otras dictaduras, más crueles, más planificadas, mejor organizadas. Para eso, perfeccionan sus artes de asesinos, de saqueo y de apropiación y secuestro de la verdad.

Pero ésas son otras historias.

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