El viernes 9 y el sábado 10 de noviembre, a las 21, en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín (Avenida Corrientes 1530), se presentará en el marco de la onceava edición del Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea -bajo la coordinación general de Martín Bauer-, la ópera Satyricon de Bruno Maderna. Contará con dirección escénica de Marcelo Lombardero y dirección musical de Alejo Pérez.
Intérpretes: Laura Rizzo (soprano), Graciela Oddone (soprano), Virginia Correa Dupuy (mezzosoprano), Santiago Bürgi, Pablo Pollitzer (tenores), Hernán Iturralde (barítono)
Patricia Dadalt (flauta, piccolo), Rubén Albornoz (oboe), Federico Landaburu, Alejandro Cancelos (clarinetes), Diego Armengol (fagot), Alvaro Suárez Vázquez (corno), Carlos Ovejero (trombón), Pedro Pulzován (tuba), Lucrecia Jancsa (arpa), Daniel Robuschi, Martín Centeno (violín), entre otros.
Satyricon es valorada por la descripción de la vida cotidiana del siglo I a.C. y admirada por el exquisito diálogo de sus personajes –que arrojó luz sobre el uso del latín vulgar de la época–, el Satyricon atribuido a Petronio es el primer ejemplo de novela picaresca y modelo de obras posteriores.
Estrenada en marzo de 1972 en Ámsterdam, el Satyricon de Bruno Maderna está íntimamente ligado al concepto de música aleatoria, tanto a nivel del orden del encadenamiento de las veintiún piezas que la componen como del propio desarrollo interno de cada una de ellas.
El lenguaje del compositor y su manejo del libro original son lo suficientemente eclécticos como para remitirse a la decadencia de una sociedad o de una moral cualquiera.
El pastiche de los personajes –grotescos, satirizados y hasta a veces vulgarizados– se ve subrayado por la cita musical fuera de contexto, en una búsqueda irónica de la propuesta teatral. Musicalmente, Maderna contrasta canciones “a la Kurt Weill” con números casi barrocos, intervenciones aleatorias típicas de la década del sesenta con citas de óperas famosas como Carmen o Aída.
Es casi una sucesión de cuadros picarescos, muy afín a la década del setenta. Una ópera buffa de cámara –no sólo por la orquesta sino también por el ensamble de personajes– representativa de su época en cuanto a la fragmentación escénica y la antiliteralidad de la acción.