30 de marzo de 1982: la CGT en las calles derrumbaba a la dictadura

30 de marzo de 1982: la CGT en las calles derrumbaba a la dictadura

La consigna era, como otras veces: Paz, Pan y Trabajo. La represión fue feroz. Hubo miles de detenidos. Fue el principio del fin.


La dictadura que se lanzó al asalto del poder el 24 de marzo de 1976 fue particularmente agresiva en su accionar contra las demandas de los trabajadores y aún más violenta con los sindicatos que los representaban.

Cientos de dirigentes fueron asesinados y desaparecidos, en un intento por frenar sus demandas por aumentos salariales –uno de sus principales objetivos era lograr la disminución de los costos laborales- y por mejores condiciones de trabajo.

Como muestra, el secretario general de Luz y Fuerza de Capital, Oscar Smith, había liderado una huelga por la reposición de las conquistas que la intervención en la empresa estatal Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires (la mítica SEGBA) había conculcado en 1976, “manu militari”.

A principios de 1977, Smith negoció con el ministro de Trabajo, el general Horacio Tomás Liendo, el levantamiento del paro, pero a otro general le pareció que era una muestra de debilidad tal convenio, por lo que mandó a secuestrarlo y asesinarlo. Además, desaparecieron a 16 delegados del gremio y, como siniestro colofón, al ser levantado el paro, Liendo afirmó que “han triunfado el diálogo y la cordura”.

El objetivo primigenio de los dictadores era el desmantelamiento de las organizaciones sindicales. Por eso, a la vez que prohibieron el funcionamiento de los partidos políticos, hicieron lo mismo con las organizaciones gremiales.

Pero muchos trabajadores se negaron a abandonar la pelea por sus derechos, por lo que el 27 de abril de 1979, la CGT Brasil, liderada por Saúl Ubaldini, lanzó el primer paro general contra la dictadura, que culminó con cientos de detenidos y con una feroz represión. El paro se hizo sentir en el Gran Buenos Aires y provocó que integrantes de organizaciones obreras internacionales viajaran a Buenos Aires para pedir por la libertad de los gremialistas presos.

El siete de noviembre de 1981, nuevamente el sector ubaldinista convocó a una huelga y a concentrar en los alrededores de la Iglesia de San Cayetano, bajo la consigna “Paz, Pan y Trabajo”. Es necesario recordar que, paralelamente existía otro sector del movimiento obrero, liderado por Jorge Triaca (padre) denominado CGT Azopardo, que se negó sistemáticamente a adherir a las medidas de fuerza antidictatoriales.

A fines de 1981, el salario real sumaba apenas el 20 por ciento del que regía en 1974. En este marco, 50 mil personas se concentraron en San Cayetano, para corear por primera vez en años, con la escasa prudencia de los hambrientos, el glorioso cántico “se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”. Los oídos sensibles de la Guardia de Infantería no soportaron tanta insolencia y desataron una fuerte represión, como era su inveterada costumbre.

Con una dictadura que había llevado la participación de los asalariados en el Producto Bruto Interno desde el 49 (en 1975) al 32 por ciento (a partir de 1976), era imposible otra opción que no fuera el enfrentamiento y la lucha por las vuelta de las conquistas de los trabajadores, muchas de las cuales habían sido suprimidas.

Así se llegó al 30 de marzo de 1982. La calle hervía y la CGT Brasil convocó a un paro con movilización. La consigna seguía siendo “Paz, Pan y Trabajo”. La movilización convocó a alrededor de 50 mil personas, nuevamente. El Ministerio del Interior pretextaba que la CGT no había pedido autorización para movilizarse, por lo que desplegó un enorme anillo represor en torno a la Plaza de Mayo. Al mismo tiempo, sin demasiada sutileza, recordó que seis de los convocantes a la huelga –Ubaldini entre ellos- se encontraban procesados por paros anteriores.

Al mismo tiempo, siguiendo la tradición golpista represora, los dictadores cortaron el Puente Pueyrredón con vehículos militares. A pesar de tanta voluntad prohibitiva, durante seis horas, el centro fue un caos de gases, disparos y represiones de todo tipo.

Este cronista, que se encontraba circulando pacíficamente, fue golpeado por “los titanes del orden viril” (1) y de esta manera fue convencido de que sólo la pedrea podía ser la respuesta.

La movilización se repitió en Mendoza –adonde fue asesinado a tiros el secretario general de la Asociación Obrera Minera Argentina (AOMA), Benedicto Ortiz-; en Rosario, en Neuquén y en Mar del Plata.

En Buenos Aires, hasta los “trabajadores de cuello blanco”, habitualmente reacios a sumarse a los disturbios gremiales callejeros, arrojaron toda clase de objetos sobre las cabezas de los policías, mientras éstos reprimían con saña a los trabajadores rebeldes.

Entretanto, hubo miles de detenidos –se calcula que fueron unos dos mil, porque no hubo cifras oficiales-, pero a la vez se desató un gran temor entre las patrullas militares. En Córdoba, por ejemplo, soldados del Tercer Cuerpo de Ejército patrullaban las calles con columnas de al menos siete vehículos militares, por el temor que provocaban en sus jefes los obreros movilizados.

En esos momentos, las políticas basadas en el ajuste, el dólar barato, el alto endeudamiento y la apertura económica que había diseñado José Alfredo Martínez de Hoz habían provocado una crisis brutal. Ya no había viajes a Miami, ni plata dulce, ni campañas de desprestigio contra la industria nacional. Sólo hambre, miseria y dolor. Y rabia, por supuesto.

Desde febrero de 1982, el genio de las finanzas Roberto Alemann había congelado los salarios y aplicado un bestial aumento de las tarifas de los servicios públicos, que eran estatales por entonces, una estrategia que han repetido todos los gobiernos neoliberales.

Aquel día de marzo de 1982, la invasión a las Islas Malvinas ya estaba decidida, pero la fecha fue adelantada por el dictador de turno, Leopoldo Fortunato Galtieri. La dictadura se derrumbaba y la vanguardia de esa lucha era el Movimiento Obrero. Dos días después, a Galtieri se le despertaba el sueño de emular a Perón, pero Galtieri no era Perón y todo el mundo lo sabía, menos él.

Los partidos congregados en la Multipartidaria calificaron a la jornada como “un verdadero estallido social”. Firmaron el comunicado, entre otros, Luis León (Unión Cívica Radical), Deolindo Felipe Bittel (Partido Justicialista) y Oscar Alende (Partido Intransigente).

Entretanto, autos sin identificación iniciaban la cacería de los disconformes, disparaban sus pistolas y detenían personas a mansalva. Este cronista debió ejercer sus habilidades como corredor de fondo para eludir el acoso policial.

Mientras escapaba de los “formidables guerreros en jeeps”(2), escuchaba, no sin placer, aquel cántico que rezaba “se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”.

La diferencia es que esta vez era verdad. Un año y medio más tarde, el diez de diciembre de 1983, para ser más exactos, comenzaba una historia sin dictadores. Lo que para un hombre de nuestra generación era casi una utopía.

 

(1) y (2) – Tomado de “Nuestro amo juega al esclavo” –Carlos “Indio “ Solari y los Fundamentalistas del Aire Acondicionado.

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