30 de marzo de 1982: el comienzo del fin de la dictadura militar

30 de marzo de 1982: el comienzo del fin de la dictadura militar

Los militares no pudieron frenar la huelga general ese día. Pensaron, que invadiendo las Islas Malvinas recuperarían el poder perdido.


E l 30 de marzo de 1982 se cerró el último capítulo del proyecto político y económico que inauguró la Dictadura Militar el 24 de marzo de 1976. Como ocurrió tantas veces en la historia, fue el Movimiento Obrero Organizado el encargado de ponerle un punto final al Proceso de Reorganización Nacional (en realidad, Proyecto de Destrucción Nacional).

Como todo el país estaba militarizado hasta entonces, ese día Buenos Aires amaneció sitiada por el mismo ejército que debería haber estado preparado para defender la soberanía y no para imponer un proyecto neoliberal a sangre y fuego.

Hasta ese momento, la Dictadura llevaba seis años de entrega del patrimonio nacional, de asesinar y desaparecer a toda una generación de militantes populares y de desaparecer junto con ellos una larga serie de reivindicaciones laborales y salariales que habían sido conseguidas por los trabajadores, algunas de ellas hacía más de 50 años.

Ese día, la Confederación General del Trabajo-Brasil, el sector que comandaba el cervecero Saúl Ubaldini, convocó a una manifestación en Plaza de Mayo para expresar su repudio contra la dictadura, que había prohibido la actividad gremial, el derecho a huelga, el fuero sindical y las medidas de fuerza fabriles, como el trabajo a desgano, las medidas de acción directa y otras que bajaran la producción. El otro tema de la Marcha por Paz, Pan y Trabajo era la caída de la participación de los asalariados en la renta nacional, que había caído del 48 al 24 por ciento, acosados por los secuestros y asesinatos de sus delegados y activistas gremiales.

Entre los dirigentes que acompañaban a Ubaldini estaban todos los miembros de la Comisión de los 25, que conformaban Roberto García (Taxistas), Roberto Digón (Empleados del Tabaco), Osvaldo Borda (Caucho), Demetrio Lorenzo (Alimentación), Fernando Donaire (Papeleros), Ricardo Pérez (Camioneros), José Rodríguez (SMATA) y Santiago Serpa (Obas Sanitarias).

Los militares y la policía había establecido cordones, que ocupaban a miles de uniformados, en un radio delimitado por las avenidas Nueve de Julio, Santa Fe, Leandro N. Alem y Belgrano. Alrededor de 40 mil trabajadores se dieron cita para combatir contra la salvaje dictadura que en esos momentos encabezaba el genocida Leopoldo Fortunato Galtieri.

La represión fue, como era de esperar, brutal. Los militares habían cortado el Puente Pueyrredón y casi todos los demás que cruzan el Riachuelo, pero nada podía detener a la riada de gente que llegó hasta las cercanías de Plaza de Mayo. La policía golpeaba, lanzaba gases lacrimógenos y atropellaba con sus vehículos a todos los que se movían por el microcentro, fueran o no manifestantes.

Este cronista, que fingía estar trabajando con un móvil del Correo, lo mismo fue apaleado con dureza, a pesar de que aún no había hecho nada más que cantar. Después, fue otro cantar, precisamente y la represión arreció salvajemente.

Durante seis horas, los argentinos enfrentaron al enemigo de la Patria con valentía y a un alto precio. Miles de detenidos dan fe de este hecho. El método era sencillo y había sido utilizado cientos de veces en anteriores dictaduras. En una esquina se juntaba repentinamente un grupo grande de manifestantes, se tiraban volantes, se cantaba consignas y se desconcentraban rápidamente cantando la Marcha Peronista. Antes de la dispersión, se citaba en voz baja a los reunidos a un nuevo acto-relámpago en otra esquina no demasiado lejana. Allí se repetía el método de hacer ruido y escapar, generando la frustración entre los represores, que sólo atinaban a apresar, algunas veces, a los retrasados.

El otro método que se utilizó fue el concentrarse y escapar cuando cargaba la Guardia de Infantería. Este recurso fue en el que cayeron más heridos y detenidos, por su frontalidad en el combate.

Hubo también grandes manifestaciones –todas ellas reprimidas con brutalidad- en Mendoza, Rosario, Neuquén y Mar del Plata. En Mendoza, el secretario general de la Asociación Obrera Minera Argentina fue asesinado por un gendarme que bajó junto a otros de un móvil de esa fuerza, dispararon contra los manifestantes y luego huyeron cobardemente. Posteriormente, su esposa y su hijo fueron “apretados” para que firmaran un papel que exculpaba del crimen al gobernador, el demócrata Bonifacio Cejuela. Posteriormente, los militares, con su cinismo habitual, intentaron hacerle creer al Pueblo que Ortiz había muerto de “neumonía”.

De todos modos, como era tradicional, no todos los representantes del Movimiento Obrero se hicieron presentes aquel 30 de marzo. Existía “otra” CGT, que se denominaba Azopardo, que ocupaba, con anuencia de la Dictadura, el edificio de Azopardo 826. Estaba comandada por un cuarteto de cómplices de la dictadura, que conformaban el maquinista Luis Etchezar, el telepostal Ramón Baldassini, el vidriero Jorge Luján y el plástico Jorge Triaca, padre del exministro de Trabajo de Mauricio Macri.

Esta no fue la primera huelga ni la primera manifestación antidictatorial. El 29 de abril de 1979, la Comisión de los 25 había lanzado un paro de 24 horas que también costó muy caro, con un alto precio de detenidos, algunos de los cuales fueron posteriormente desaparecidos. El 22 de julio de 1981, ya bajo el manto de la CGT Brasil, Ubaldini había convocado a la segunda huelga general y el siete de agosto siguiente, a una marcha a San Cayetano, siempre bajo la consigna Paz, Pan y Trabajo.

El 22 de septiembre de 1982, la CGT Brasil convocó a la tercera huelga general contra la dictadura. La Guerra de Malvinas había culminado en un desastre y no había servido a la Dictadura para perpetuar a los militares en el poder. El 30 de octubre de 1983, Raúl Alfonsín se convirtió en el 30° presidente constitucional argentino, decretando de esta manera el fin de la sangrienta dictadura que asoló a la Argentina.

Pero los militares ya habían perdido su capacidad para sembrar el terror aquel 30 de marzo de 1982.

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