La muestra "Estaciones de un viaje cotidiano", de Teresa Durmüller, que se presenta en la Fundación Guillermo Roux, muestra a la manera de un "libro de horas", las pinturas de la artista, desplegadas para capturar los escenarios mínimos y entrañables en los que se desarrolla su vida cotidiana.
Se trata de un relato virtual centrado en visiones fijas o
fugaces, observadas con detenimiento reiterado o entrevistas desde la ventanilla del subte que la lleva desde su hogar de Villa Crespo al taller donde pinta, enseña y ahora expone.
"La partida", "El tránsito" y "El encuentro" son los ejes que articulan la muestra. "La partida" es el escenario fijo de terrazas y balcones que Durmüller observa desde la ventana de su casa.
Las formas son lacónicas, casi minimalistas en la escueta caracterización geométrica de los edificios. Imágenes, espacios desahabitados, volúmenes desmaterializados por una luz tamizada componen el inicio del viaje de Durmüller.
Del conjunto de la serie destaca la casi monocromía de
"Terraza lejana" (temple, 25 x 32 cm) y "El toldo" (27 x 20 cm). En las dos obras la composición es casi abstracta. Estática y ortogonal en la primera y animada por una vigorosa diagonal en la segunda. El uso del temple (pigmentos diluídos en emulsión glutinosa) da texturas y transparencias muy seductoras.
En "El tránsito", la segunda estación del relato metafórico de
Durmüller, las arquitecturas silentes son sustituidas por los
anónimos viajeros del subterráneo. Pero estos protagonistas,
recortados por la ventanilla como bustos hieráticos eluden la
carnalidad, son esterotipos míticos, en tránsito entre dos
destinos conjeturales.
La hipótesis es abonada por "Viaje solitario" (24 x 36 cm)
donde la figura femenina sirve de fondo a una somera puesta
escenográfica. En "Los pasajeros" (35 x 56 cm) el juego de
transparencias admite percibir los trazos del dibujo.
El distinto grado de dilución del pigmento interviene como
otro recurso colorístico. Durmüller lo utiliza para mantener
restringida la paleta. La voluntaria ascesis cromática le demanda una afinación estricta que observa en la totalidad de las obras expuestas.
La muestra vale como un viaje iniciático, como metáfora de la creación y seña de identidad. Todos los datos asimilables a lo visible son transfigurados poéticamente. Pero la artista evade todo énfasis retórico. Su imagen opera desde la sugestión.
"El encuentro" es el último elabón de la introspección plástica
que propone Dutmüller. La artista obliga a la mirada a
acompañarla, a ingresar al taller donde sueña y produce su obra.
"El portón verde (30 x 22 cm) diagrama la composición con
severos ejes ortogonales. Pero no hay rigidez en las fluyentes pinceladas que construyen la imagen. Una vez más la transparencia de los materiales armoniza con las sombras proyectadas. Sólo el negro intenso del acceso sienta el clima simbólico de la aparente representación figurativa.
Pero la última estación de este viaje al interior de la
pintura, en otra vuelta de tuerca, Durmüller vuelve a observar el paisaje urbano pero esta vez desde la ventana del taller. ¿Otra hora, otra luz?
Se trata de una transfiguración ideal y poética de lo visible
como evoca "Patio rojo" (temple, 34 x 26 cm). Mínimos
desplazamientos de forma y color, alteraciones sutiles de los
datos sensoriales afantasman esta pintura articulada por una
composición compleja dentro de la aparente sencillez de la
propuesta.
Nacida en Resistencia, Chaco, Teresa Durmüller se graduó en la facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires. Asistió a los talleres de Aída Carballo, Miguel DïArienzo, Antonio Pujía, Guillermo Roux, Lucrecia Orloff y Gabriela Aberastury hasta que la vocación por la plástica privó sobre su profesión de arquitecta.
Desde el 2000 ha realizado cuatro muestras individuales y
participó desde 1982 en doce muestras colectivas. Desde 1999 es profesora del Taller Guillermo Roux.
La muestra podrá visitarse hasta el 29 de enero en Villarroel
1442 (altura Fitz Roy al 700), de lunes a viernes de 10 a 13 y de 17 a 20.