El ciudadano Juan Carlos Iglesias leyó la noticia en un matutino porteño y el alma se le fue al piso. Peor aún, fue como si hubiera caído más abajo todavía -si eso es posible-, casi hasta el infierno.
La noticia daba cuenta -con el despojado estilo literario que suelen utilizar los periodistas- de las clases que un ignoto profesor de actuación llamado León Sathier dictaba en un lugar poco convencional a una serie de alumnos aún menos convencionales.
Los alumnos de Sathier eran Fernando de la Rúa y algunos otros miembros de su gabinete y el sitio en donde tenían lugar sus clases magistrales era una oficina del Gobierno.
El letrado afirmó que "las clases fueron pagadas por los contribuyentes de la Ciudad", y que este hecho configuraría el delito de malversación de caudales públicos. El artículo 261 del Código Penal condena a prisión por un plazo de dos a diez años -más inhabilitación total a perpetuidad para desempeñar cargos públicos- a quien "empleare en provecho propio o de un tercero, trabajos o servicios pagados por la administración pública".
De todos modos, desde este humilde sitio web queremos -sin ánimo de ofender- llamar a la reflexión al ciudadano Juan Carlos Iglesias. El delito de "malversación de caudales públicos" es irrelevante en este caso. ¿Qué pueden importar unos pesos de más o de menos en las arcas públicas, cuando de lo que aquí se habla es de un sangriento atentado contra la dramaturgia argentina?. ¿Qué importa que se malversen los caudales del pueblo argentino, si de lo que se trata aquí es de un intento de "articidio"? (Si así se pudiera denominar a un intento de terminar con el arte).
Quien gobernara con escaso acierto a los argentinos durante un período afortunadamente efímero no logró -a pesar de los esfuerzos de Sathier- hacer mella en la memoria de Florencio Parravacini, Margarita Xirgu, Tita Merello y Luis Sandrini. De todos modos, a causa de la naturaleza de la denuncia de Iglesias, el juez fallará acerca de la honestidad de los encausados y no emitirá justicia sobre el atentado que perpetraron los susodichos contra la dramaturgia.