Uno de los principales problemas que tenemos los porteños es la constante desviación hacia la transgresión estúpida -no la inteligente-, la falta y la contravención, el delito barato, el desprecio por el otro, por el que viene detrás en el baño y por el que viene adelante en cualquiera de las filas (a pie o en auto), a quien pasamos por el costado, y la solidaridad mal entendida, siempre encubriendo mafiosos; en una palabra, tenemos una sociedad compleja, sobre todo si agregamos la desobediencia civil casi generalizada que al amparo de un Estado carente de poder, de sentido común y con la justicia renga, por no decir herida de muerte, marca una cuadro de situación desastroso.
Así es la Ciudad de Buenos Aires, el gran Buenos Aires, muchos centros urbanos del interior del país; mal que nos pese, estamos frente a un problema de degradación institucional, de debilidad social sin precedentes. La exclusión y la baja de los niveles de conciencia es directamente proporcional a una educación que nos lleva por un tobogán que no permite ver el futuro. Escuchamos a los más vagos rezongar porque no se consigue trabajo, y cuando se conseguía tenían todas las excusas para no agarrarlo; también los que se desviven gritando ¡Argentina! en los partidos de la selección, haciendo gala de un patriotismo nada claro cuando buscaron influencias para evitar el servicio militar e ir a defender la Patria en la gesta de Malvinas; también los ladrones de guante blanco, empresarios y políticos, cuando no sindicalistas, amparados en una justicia superpoblada de magistrados corruptos y millonarios, con un cuerpo social de abogados que en su gran mayoría son la contraparte de esta desgracia nacional, en la que se falla siempre para el poder por una convicción que se basa pura y exclusivamente en los billetes.
Sí es cierto que tenemos héroes de los cuales tomar ejemplo para no suicidarnos, los científicos que investigan sin recursos tecnológicos ni económicos, que ganan lo mismo que un ex puntero de barrio ex UCR o PJ (ya casi da lo mismo), los docentes que hacen cursos de capacitación y demuestran que lo suyo es una vocación por el prójimo y una responsabilidad social indelegable, los bomberos que arriesgan su vida en una catástrofe de dimensiones y el policía raro, el que es capaz de dar la vida porque no conoce o no está de acuerdo con los negocios en algún bar cercano a la comisaría por "el sub" y los traficantes de todo, mientras sus subordinados le toman la denuncia a un fulano por el auto que ellos mismos le robaron.
Es casi imposible defender a los políticos, buena parte de la culpa de esta descripción es por ese poder que alguna vez tuvieron y desperdiciaron los gobiernos democráticos; y tan asesino cuando fue el turno del brazo armado de la oligarquía, los militares. Pero desde esta tribuna siempre vamos a procurar construir y apoyar más y mejor política para la transformación social, en lugar de quejarnos mientras al país lo hace cualquiera menos nosotros.
Y además nos pasa todo lo que nos pasa, ¿y si los otros no son tan diferentes a nosotros, sino que tienen otras oportunidades quizá más lucrativas pero no más honestas? La integridad social es uno de los objetivos hoy más lejanos y ello -junto a la escasez de valores- abona la desigualdad y la fertilidad para el manejo mafioso que avanza en una Argentina que se apresta a dilapidar -por la crisis política más berreta de la historia vernácula- su tercera oportunidad de desarrollo sustentable en 120 años. Y ojo: el tren que nos pasó cada cincuenta años se come generaciones de argentinos (sus vidas) que ven la frustración como algo imposible pero que siempre llega, puntualmente.
Hemos criticado infinidad de veces a los políticos de las más diversas ideologías, pero creo sinceramente que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen, que las mayorías no se equivocan, sean compradas o no, que los gobernantes son representativos de sus votantes, o de lo que conviene a sus votantes en el momento del sufragio; creo que los publicistas no hacen milagros ni dan vuelta el humor social, a lo sumo pueden guiarlo por un camino con más rosas que espinas, pero no creo que Mauricio Macri haya ganado por "Mauricio y Gabriela" y el ecuatoriano Jaime que los luquea cada dos años con el "va a estar bueno"; tampoco creo que los gobiernos de Aníbal Ibarra (el de la crisis y el de la tragedia) sean casuales; ni el de Néstor Kirchner e increíblemente el de su ¿sucesora? Cristina; ni el de Fernando de la Rúa y los aviones con dinero volando hacia Uruguay el 18 de diciembre del 2001; y tampoco los diez años del riojano Carlos Menem, su salariazo, voto cuota y las relaciones carnales; y ni hablar de Raúl Alfonsín, que desaprovechó el veranito más democrático desde 1810, sino que todos son fieles exponentes de la voluntad popular que Dios (o alguien) dirá por qué compraron esa esperanza.
El cuerpo social fue degenerando al tiempo que crecían los planes de asistencia llamados Cajas Pan hace 25 años para renominarse, paradójicamente, Trabajar -parece una cargada-, mientras la gente iba quedándose sin respuesta ante estos desatinos, y salvo honrosas excepciones, se resignó a vivir en esa trampa, sin combatirla y aprendiendo a ser tramposo. Los negocios grandes se hacen arriba y son para los elegidos, los medianos en la clase media y los "masivos pequeños" en el conurbano bonaerense, cuna de cualquier triunfo electoral.
Podemos putear a Cristina y no está mal, también podemos putear a Macri para que cumpla; los gobiernos andan mal pero la sociedad -que somos todos- está igual de mal, y no es cuestión de plata.
Propongo en estas líneas lo difícil: el compromiso; decir yo también soy una mierda pero voy a cambiar porque necesitamos cambiar; decir no voy a hacer el mundo como hicieron ellos y como somos "tan inteligentes cuando puteamos", fijémonos si lo podemos hacer un poco mejor. No quiero más de lo mismo, piquetes pagos, Carpas Blancas, quejas de todos los hipócritas polirrubro en los noticieros de la tele, luchadores de subsidios, informadores oficiales revoleando sobres con mentiras, policías en acción y chacareros llorones.
Antes que escuchar a esos "combativos de la lucha hablada" y funcionales de todos los fracasos, el silencio.
Vos, que nunca los votaste, por supuesto, tenés la culpa.