El ruido del helicóptero, orbitando como vigía, vuelve el panorama aún más dantesco. Son, de acuerdo a los datos del censo que coordinó el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, 13.330 personas viviendo en un lugar donde reina el abandono, donde sobresale como un faro la torre de lo que alguna vez fue un parque de diversiones para chicos, entre la toldería armada por carpas vetustas, mantas sostenidas con dos ramas y hasta una vieja pileta pelopincho que hace las veces de techo.
La entrada al predio está tapada por un camión cisterna donde la gente se apiña con botellas, baldes, bidones y hasta ollas para juntar agua y resistir el caluroso verano porteño. En la reja, un cartel hecho a mano, con una fibra, dice a modo de bienvenida ?Macri, asesino?. El Jefe de Gobierno porteño no es el único destinatario de las quejas. Más atrás, una bandera de lienzo blanco dice con aerosol ?Cristina, dame una casa?. Y del ex presidente Menem, nadie tiene un buen recuerdo.
Se ven más mujeres que hombres, todas con chicos y bebés, muchas solas, solteras, sin marido a la vista. Caminan como si buscaran algo, se acercan, todas dirán lo mismo: ?Quiero un lugar para vivir con ellos? y señalarán a la prole que las mira, que juega con lo que sea, una ramita, tierra, algún juguete desvencijado. Son muchos los chicos en la toma. Y se aburren, se impacientan, como todo chico.
Un grupo de maestros nucleados en Ademys llega con una buena noticia: se presentan y ofrecen contenerlos, hacerlos jugar, enseñarles algo. ?Yo tengo pibes, como ustedes?, le dice un maestro, de guardapolvo blanco en pleno día sábado a Alejandro Salvatierra, uno de los líderes de la toma, que se conmueve, los hace pasar y les da las gracias.
?¿Ve esto??, pregunta un hombre de unos 40 años y levanta un machete filoso en el aire. ?Dijeron que estábamos armados, esto lo usaba yo en Corrientes para desmalezar, acá era todo yuyo y lo traje para eso, es costumbre, vio?. Explica y se pierde, con el machete bajo al costado del cuerpo.
A medida que uno se adentra en el parque que no parece parque, se va cruzando con los hilitos, sogas, piolines que se usaron para delimitar las parcelas. Lo único que se ve es pobreza. Personas mirando al cielo, pidiendo que no llueva, porque hace calor pero la lluvia no ayuda, la lluvia hace barro y todo se vuelve aún más difícil. Noticias Urbanas habló con familias de Mataderos, Retiro y Piedrabuena. Todos aseguran que un familiar les avisó que estaban repartiendo tierras. El resto es historia conocida.
Un pacto para vivir
?No queremos nada de regalo, que se entienda bien, queremos un pago que podamos pagar, algo en cooperativa, fijate si yo querré pagar, que hace 3 años que espero un plan del IVC (Instituto de Vivienda de la Ciudad) pero ya me cansé, estoy sola, con mis hijos y nietos en una pieza y no aguanto más.? La mujer, que habla mientras come un helado de palito ??lo primero del día que compro??, se llama Griselda, no tiene más de 50 años, pero su cara no dice lo mismo.
La bandera argentina es una constante que se repite en muchas de las precarias protecciones que se montaron en pos de defender la tierra ganada. ¿Por qué? ?Porque no tenemos nada en contra de un boliviano, pero que no digan que todos somos bolivianos porque no es cierto, nosotros nacimos acá, en este país?, aclara Ramón. Y casi con una sonrisa, señala: ?Yo soy del Chaco, me ven negro, morocho, medio pobre, con rasgos aindiados y enseguida me convierto en paraguayo?.
Cerca de las palmeras descuidadas, plantadas a un lado y al otro de la entrada de Escalada, los líderes negocian por teléfono con la política. A las cuatro de la tarde no se había repartido comida, apenas agua. Pero sin embargo, el concepto de equidad parece estar claro entre tanta acusación cruzada desde los poderes políticos: ?Somos 3 mil de este lado, si me mandás comida, mandame para 3 mil, porque si me das para la mitad, no me ayudás en nada, me traés un quilombo?, le dice Salvatierra con una franqueza sorprendente a su interlocutor al otro lado de la línea.
Y una vez más, el grupo de 20 personas que lo rodea vuelve a clamar por baños. Dos baños para mil personas no alcanzan, dicen, y explican que les da ?bronca? cuando los tratan de roñosos, porque cualquiera que no tenga un baño se vuelve roñoso de un modo u otro. ?Nosotros hasta limpiamos acá. ¿Dónde ves que esto sea un parque??, cuenta Blanca, y muestra que ella y su familia juntan la basura en una bolsa y desmalezaron parte del lugar. Uno de los niños, de 7 años, muestra con sus manos el tamaño de una víbora muerta que encontró cuando hacía pocitos en la tierra. ?Vos en una plaza cerca de tu casa te sentás y no encontrás una yarará?, grafican.
En el predio se ven cochecitos, muchos, todos viejos, se nota que vienen de segunda o tercera mano. Los bebés no juegan con nada, duermen o lloran. Los más grandes, mujeres y varones, juegan al fútbol. ?Yo tengo donde vivir, pero pedí terreno para mis hijos, trabajan los dos pero, ¿cómo hacen para que alcance? Y eso que trabajan todo el día. Hasta los fines de semana, yo estoy acá, cuidándoles el lugar para que sigan trabajando?, cuenta Elvira, debajo de una sombrilla desteñida, que rescató del lado que semeja más a un basural que a un espacio recreativo. ?La limpié, y servir, sirve. Estoy acostumbrada a usar lo que otros no usan. Con este lugar pasa lo mismo, ahora todos se acordaron que era un parque.?
Una mujer con tres niños cocina fideos guiseros en una olla prestada. Entre la villa del bajo Flores y ?esto? no ve tantas diferencias. ?Al menos acá no dejamos entrar a los dealers de paco, porque nosotros no andamos todos drogados y todos vendiendo droga; el que vende no necesita venir acá, tiene plata?, cuenta. Asegura que le gusta ?la vista que hay acá?. Entre tanta marginalidad amontonada, la vista abierta del horizonte que se pierde es la única señal de belleza que nadie puede robarles.
Las versiones, los rehenes
En la necesidad hay, sin dudas, coincidencia. Nadie está allí, a la intemperie, con miedo de recibir un golpe de un momento a otro, con calor y sin agua, porque quiere. Pero sí las voces cambian al momento de explicar cómo fue que se generó la toma. Cómo, de repente, una marea humana entró al predio y lo sitió. Con la condición de no ser fotografiados ni decir sus nombres, cada cual cuenta su verdad: ?Punteros de (Eduardo) Duhalde?, ?punteros de (el legislador Cristian) Ritondo?, ?punteros kirchneristas? y hasta, ya rozando el absurdo, ?gente pagada por Hugo Chávez?. El concepto de puntero se mantiene, sólo cambia el jefe político.
También se enfrentan las versiones sobre quién es quién en la toma. Muchos coinciden en que el ?barra de Huracán?, que se hizo tristemente célebre apuntando a la multitud con un arma que luego calificó como ?de juguete?, es ?el peor de los transeros y trabaja para el Gobierno de la Ciudad?.
?Yo tengo alumnos del barrio, trabajo en una escuela de acá, y la verdad, los mismos chicos dicen que esa gente se tiene que ir de ahí, que les da miedo que sean sus vecinos y ojo, no son chicos ricos ni chicos bien. Acá hay pobres enfrentados a otros todavía más pobres?, resume una maestra que da clases en una de las escuelas de la zona todos los días de la semana.
?Yo estaba casi al lado cuando bajaron de la ambulancia al chico que después salió por todos lados, esa gente no era de acá, eran muy violentos y hasta golpearon a mi hija?, cuenta una mujer que tiene dos nenas de 5 y 7 años. Enseguida, corre el cabello de la más chica y enseña los puntos que le quedaron como saldo de la agresión que relata. La mujer trabaja de empleada doméstica, y aclara: ?Creo que a los muertos alguien los buscó, acá nadie había entrado con armas?.
?¿Para qué está entrevistando??, pregunta una mujer.
?Queremos hacer un panorama del lugar, contar lo que está pasando.
?Entonces cuenten, los medios tienen que decir qué ven, no formar opinión.
Es que los medios son otro destinatario muy frecuente de, cuanto menos, el enojo. Todos quieren huir de los estigmas recurrentes. ?Nos empiezan a decir chorros, mafiosos, y lógico, nadie quiere de vecino a un chorro ni a un mafioso, la verdad, nos salió todo mal en la vida, yo tenía trabajo, cerró la fábrica, en la época del quetejedi y nunca más encontré. Viví de changas, estoy cada vez más viejo, cada vez me voy más abajo?, cuenta acompañando su sensación con la cabeza, angustiado, Juan Carlos, que prefiere definirse como, otra de las ?víctimas? de Menem.
?Jesús, no nos abandones, Dios, no nos dejes, Dios no se puede olvidar de los pobres.? Más que un ruego, es un pedido, pero a los gritos, con fuerza, ayudado por un altavoz. Un predicador llegó a la toma y va entre la gente ?llevando la Palabra?.
Intentará, tal vez, ponerle un poco de fe a los que se cayeron de todo, incluso de la mano de Dios, que, dicen, suele ser grande y generosa.