Hace unas semanas, más exactamente, el pasado sábado 9 de noviembre, se cumplieron 36 años de la Caída del Muro de Berlín que separaba la Alemania republicana y federal de la “democrática popular” o comunista, bajo el “socialismo real”. Días después, organizamos un panel con colegas internacionalistas en Mar del Plata, sobre la política internacional actual a modo de balance con la excusa de aquella fecha histórica.
Al moderar allí, me tocó el rol de comparar el mundo de 1989 con éste de 2025, a juzgar por las noticias reproducidas por las tapas o páginas de los diarios occidentales de la época. La sorpresa no podía ser mayor, dado el enorme contraste entre los contenidos periodísticos de aquel año “bisagra” con todo aquello que se puede percibir hoy, incluyendo las redes sociales.
Eligiendo comentar ese balance desde la óptica geopolítica, que es una variable explicativamente insuficiente pero necesaria, Europa vivía una etapa de euforia. En pocos meses más, la reunificación alemana, la democratización pacífica de polacos, húngaros, checoslovacos, búlgaros, albaneses, bálticos y pronto, los rumanos, aunque de modo sangriento. Con la “Doctrina Brezhnev” extinguida, Gorbachov no era escuchado en lejanías como Cuba y Norcorea pero sí era venerado en Londres, París y New York.
Washington tras el fin intempestuoso de Reagan por el “Irangate”, era gobernada ahora por el ex CIA Bush -padre- que admitía el error de las profecías de su propio otrora organismo que en febrero de ese mismo “Annus Mirabilis” -en términos de del pensador británico Timothy Garton Ash-, auguraban larga vida al Imperio soviético. Todo Occidente “brillaba oro”. La Comunidad Económica Europea lucía impecable y sus líderes ya se frotaban las manos con la posible renuncia de la escéptica Premier británica Margaret Thatcher, la última en resistir la consolidación y ampliación hacia el Este.
La ola democratizadora sumaba a Africa -de la mano del comienzo del fin del apartheid en Sudáfrica- y América Latina, quizás la única región con algún parecido con el presente, de la mano de los triunfos derechistas de Collor de Melo en Brasil y Menem en Argentina, anticipando el de Fujimori en Perú en 1990.
La globalización y apertura de mercados estaba a la vuelta de la esquina. Hasta China, que reprimía en Tiananmen y descartaba la alternativa gorbachoviana por absurda, seguía un ritmo comercial expansivo incesante.
Por último, Medio Oriente estaba más cerca de la paz entre israelíes y palestinos, Asia buscaba combinar comercio global con liberalización política de la mano surcoreana y sólo los Balcanes y Rusia, preanunciaban nubarrones de separatismo étnico y guerra civil.
Hoy, el contraste con aquel panorama no puede ser más notorio. Por donde circulemos, la incertidumbre, el pesimismo, los tambores de guerra, el retroceso democrático, el proteccionismo y la manipulación tecnológica, son evidentes por doquier. En más de tres décadas, el mundo suena con una peor sinfonía.
Acaso de la mano de los Fukuyama y Garton Ash, fuimos muy ingenuos en torno a las bondades de la libertad y la naturaleza humana? O tendríamos que haber leído más a los Lewis Gaddis y Cohen que advertían que el mundo no sería un paraíso?
(*) Doctor en Relaciones Internacionales -UNR- y Profesor de USAL-UCES y UNVM.




