Cody Right es de Texas, llegó a la Argentina escapando de un pasado turbio y en esta tierra de las oportunidades encuentra su lugar en el mundo. No obstante, la puesta es mucho más profunda. Allí se entremezclan identidad y valores. Porque el que viene establece la defensa de ?su? tierra frente a ellos, los otros invasores, que ponen en duda sus valores.
El texto mantiene la coherencia en las palabras de un Cody Right que viene de una familia digna (como todos), que hace lo que puede con su vida (como todos) y que también cree en Dios y los designios y pruebas a las que nos somete el Todopoderoso. Entonces, el momento de quiebre en la puesta coincide con el que se produce en el interior de cada espectador, al ver cómo ese discurso se traspasa a una furiosa vigencia.
El texto es riquísimo y logra su exacto correlato en Germán Rodríguez (alma máter de la excelente Rodando), especialista en unipersonales en los que se hace carne de las palabras que salen de una dramaturgia excelente, en este caso creada por Agustina Gatto. La identidad del cowboy y el gaucho se entremezclan en un contexto donde el segundo es fundamental en su concepto, porque en él se resignifica toda la puesta, a través de los dichos de Cody.
El ejercicio de relacionar lo escuchado con los diversos contextos de nuestra historia da en el centro de nuestra existencia porque lo que piensa y dice este texano está tan arraigado como cierta conciencia de clase media bien pensante, poseedora de un discurso poco feliz pero aceptado ?y votado? socialmente.
La escenografía y la iluminación dan el marco adecuado para que la sutileza se haga presente en una obra que logra esa complicidad acusatoria que hace ruido. La puesta es atrapante en su ritmo, tanto que, cuando termina, la sorpresa hace que no haya reacción. En síntesis, Rodeo es de esas propuestas que le dejan más de una idea al espectador.