El hombre está en una habitación. Habla. ¿Qué dice? Buen punto. Tira frases. Escribe en un pizarrón bajo una luz tenue. Se escuchan voces de niños al tiempo que un perro embalsamado es su única compañía. Está solo y habla. Dice frases que, ante la agudeza que requiere el texto, irán construyendo un mundo entero, que uno no puede decir que no conoce. Es ese mundo del llamado ?mientras tanto?, en el que nada pasa cuando todo pasó y uno quiere que pase algo, sólo por el hecho de estar acostumbrado a que eso pase. Lindo trabalenguas, ¿no? Pero mucho más conocido de lo que uno quisiera. El saber que se tuvo chances y no se las aprovechó o que ni siquiera se las forzó, viendo cómo iban por la rejilla de los sueños rotos. Los caminos a seguir pueden ser varios, y van desde esa soga que está colgando justo en el medio del escenario hasta buscar las explicaciones del caso? mientras tanto.
De esa forma, las reflexiones irán desde la lucidez extrema y la ironía como un brindis a la salud de Marx, hasta el hastío de sentirse cansado de tantas ideas quijotescas que terminan chocando contra molinos de viento. Esta provocación que realiza Javier Margulis a través del texto es algo que no se venía viendo en teatro, tan acostumbrado a los mensajes ?políticamente (in) correctos? dejando de lado la búsqueda de movilización del espectador.
Norberto Trujillo es él, ?qué soy yo, qué es él y qué somos todos?, como diría John Lennon, cuando se autodenominaba la morsa. Es exacto en toda su composición, desde los mínimos gestos hasta los silencios y gritos llenos de emoción y sentido. La iluminación y la escenografía enmarcan bien un clima ominoso que se ve diferente una vez vivida la experiencia, al empezar a recordarla.
En un horario poco convencional para el teatro, Ueitin Godoy es una puesta soberbia sobre investigaciones del alma humana, consciente o inconsciente por la que todos hemos transitado.