Como siempre, las cosas no son lo que parecen ser. El 7° de Caballería llegó justo a tiempo para salvar al heroico libertario, que se veía inquieto, rodeado por la indiada conurbánica. El temor dejó paso entonces a las sonrisas y a las mutuas felicitaciones, mientras que los degenerados fiscales huían aterrorizados ante la irrupción de las exuberantes billeteras del norte.
La ayuda norteamericana, como era de esperar, no será gratuita ni desinteresada. Lo único seguro es que la primera condición consiste en desterrar a los chinos del mundo argentino. El resto de las precondiciones es aún un misterio, pero ninguna será indulgente.
De todos modos, nuestro país se halla al borde de una crisis aún más aguda, endeudado hasta límites indecibles (pareciera que la solución a los problemas es siempre tomar más deuda, como el tío borrachín que siempre anda por la familia pidiendo préstamos que jamás devuelve) e inmerso en los problemas que provocó la devaluación dispuesta por el propio Milei al asumir, de los que jamás se logró salir.
Volver siempre para atrás
Los argentos, que somos peritos en crisis políticas, defaults onerosos, veloces bicicletas financieras, saqueos a la Patria, contrabandos ideológicos, banqueros vaciadores, empresarios parasitarios y pistoleros remarcadores de precios, siempre sufrimos los regresos a épocas peores.
Basta que haya un aumento salarial para que la inflación se lo fagocite. Si hay desarrollo, aparecen los liberales con sus bancos de negocios y lo vuelven atrás. Si de repente, la industria comienza a colmar su capacidad instalada, el campo lanza un lockout. Si llega un candidato con intenciones de distribuir riqueza hacia abajo, es comunista (o populista) y la ofensiva en su contra es tan feroz que incluye hasta el descrédito personal, el cuestionamiento por la posesión de sus bienes y la difamación. Hay una expresidenta que hace años que tiene embargados todos sus bienes. Entretanto, existen varios exitosos émulos de Bernie Madoff que no conocen Comodoro Py.
Este constante juego de avance y retroceso es el déficit más paralizante que padecemos los argentinos.
La visión que sostienen algunos toscos políticos, de los que suelen tomar decisiones sobre algunas cuestiones importantes, suele retrotraer al país hacia el agro como única fuente de divisas. Entretanto, ni siquiera fueron capaces de diseñar políticas energéticas, ni siderúrgicas, ni de relaciones comerciales internacionales, ni de inversiones estratégicas, ni siquiera de industrialización agraria. Hay muy pocas excepciones a la regla, fuera del General Perón y Néstor y Cristina Kirchner. Arturo Umberto Illia y Arturo Frondizi intentaron débilmente imitarlos, sin demasiada suerte.
El caso patológico que nos ocupa -aclarando que hablamos de la enfermedad de una política viciada y no de eventuales desequilibrios emocionales de ninguna persona- repite antiguos standards del pasado.
Lo peor no pasó, sino que volvió
Aquello de “lo peor ya pasó” fue el caballito de batalla de dos presidentes del pasado, que fracasaron de manera lamentable en el ejercicio de sus administraciones. Lo dijo Fernando de la Rúa al cabo de los seis primeros meses de su gobierno, mientras anunciaba que “el país ya ha comenzado a crecer”. A su alrededor, todo se derrumbaba y él parecía no darse cuenta de nada, sumido como estaba en su burbuja-búnker de la Casa Rosada, donde se comía sushi y se refugiaban los inútiles.
Mauricio Macri, como Pedro, lo dijo tres veces. La primera fue el 27 de julio de 2016, en una entrevista con Cristina Pérez y Rodolfo Barili. La segunda, en la mesa de Mirta Legrand del 18 de marzo de 2017. El 1° de marzo de 2018, en su discurso de apertura del período de sesiones ordinarias del Congreso, Macri volvió a afirmar, temerariamente, como se puede ver, que “lo peor ya pasó y ahora vienen los años en que vamos a crecer”.
En su obra “El 18 de Brumario de Luis Bonaparte”, Karl Marx planteaba que “la historia ocurre dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa”. La frase se aplica perfectamente para los tiempos que corren. Imagine el lector a un líder político que difunde su mensaje desde un escenario, pero quienes repiten sus palabras en el mundo digital transforman su discurso en un algoritmo, que otros repiten anónimamente hasta el infinito, sin convicción, sin alma, sin sustento político, convirtiendo todo el contenido en un desatino sin fin.
Más allá de las palabras con las que intentan calmar a los mercados y a los votantes, las similitudes entre procesos son evidentes. Macri, si bien no domó jamás a la inflación, al haber heredado una economía estable y un país desendeudado, tanto en el ámbito empresarial, como en el estatal y hogareño, no entró en una crisis terminal. En 2018, después de su frase fallida, debió recurrir al FMI para que los amigos de Toto Caputo pudieran regresar a sus lejanos hogares con la satisfacción del deber cumplido…llevándose los dólares que les consiguió el amigo Mauricio en sus valijas.
Como el perro que gira y gira, tratando de encontrarse el rabo, la Argentina lleva ya diez años girando en el vacío. Si hubiera un proyecto político, cualquiera sea, en el espacio común que es la Patria se llevaría puestos a todos estos inútiles, corruptos e insanos que nos conducen hacia el abismo a velocidades supersónicas.
Desgraciadamente, esta vez no lo hay. La sociedad -nosotros mismos- deberíamos mirarnos hacia adentro para encontrar nuestras propias soluciones. Porque las soluciones que nos ofrecen, pertenecen a gente que no somos nosotros.