La Argentina tiene una historia de enfrentamientos entre unitarios y federales en el pasado, y entre peronistas y antiperonistas en las etapas más modernas, desde la aparición de Juan Domingo Perón en el escenario político argentino hasta nuestros días. No pretendemos menoscabar otras expresiones o partidos, algunos de ellos centenarios como la Unión Cívica Radical o más modernos como la UCeDe y el Partido Intransigente en los 80, el Pro o las izquierdas resistiendo hasta la actualidad y la aparición de la Libertad Avanza con este gobierno libertario. La mayoría de ellos, a pesar de un comportamiento bastante democrático, fueron igual protagonistas de los enfrentamientos antes enumerados. Incluso algunos estuvieron de los dos lados del mostrador, depende de la época.
Las contradicciones del país deseado nos llevaron a tener un importante período de dictaduras en el siglo XX, en dónde se inscriben las páginas más trágicas de la política argentina, sobre todo en el llamado Proceso de Reorganización Nacional, entre 1976 y 1983.
La democracia moderna, nacida tras ese oscuro período nos trajo a varios “cisnes negros” a la Presidencia de la Nación. Ni Raúl Alfonsín, ni Carlos Menem, ni Néstor Kirchner ni Javier Milei eran los favoritos cuando accedieron a la Primer Magistratura. Todos ellos, importantes en la historia argentina por su paso por el poder, dejaron huellas positivas y negativas en la realidad argentina. Salvo Milei, que recién anda por los 20 meses de mandato, los demás ya están siendo analizados por la historia reciente. Milei sufre el presente, particularmente en estos últimos meses, a partir de su falta de equipo para llevar un país, su raquitismo parlamentario, su insólito alineamiento internacional bipolar, solitario y peligroso y una matriz de corrupción en la gestión que crece a pasos agigantados, sin ninguna explicación admisible para nadie. Nuestro país a desea constituir una Nación, digna de ser vivida con mayor empatía ciudadana, con un crecimiento inteligente del PBI, con una mayor integración federal más allá del sistema político, con cambios positivos en los tres Poderes de la Nación, con una coparticipación federal justa y solidaria y sobre todo con un proyecto común que nos permita avanzar –con discrepancias, pero sin enfrentamientos violentos- en un consenso que nos una siempre, un sentimiento inalterable, como el que tenemos con la selección argentina o nuestras queridas Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur, hoy ocupadas militarmente por el enemigo anglosajón.
La pregunta es el mayor desafío de la política argentina: ¿En qué país queremos vivir?
Hay algunas cuestiones que deben explicar a la ciudadanía los partidos o las coaliciones antes de presentarse a elecciones: ¿Para qué quieren ser gobierno?
Quizás esta pregunta ayude en el corto plazo a dejar de decir slogans estúpidos, echarle la culpa al anterior con la herencia recibida y avanzar en un camino que aglutine a las posibles mayorías ¿Qué pretenden hacer con este país y cómo?
Sin esta respuesta no se puede aspirar a nada, seguiremos a los tumbos como siempre.
Esto parece difícil de realizar si los profetas del odio, políticos y mediáticos, siguen avanzando en guiar la justa desazón de la gente a escenarios sin salida, de destrucción de nuestras fortalezas, tanto en recursos humanos como en riquezas naturales, y logrando que las diferencias las resolvamos a los piedrazos o tiros. Nunca estuvimos peor en democracia que ahora. Es hora de plantearse cambios nunca pensados para intentar desandar el odio del fracaso acumulado y proponer un país inclusivo, pienses como pienses.
Para ello es necesario un consenso del que estamos muy lejos, pero hay que empezar a construirlo. Si está de moda decir que “lo viejo funciona” a ello le podríamos sumar que “lo nuevo no funciona” salvo para privilegiados, pero no para las grandes mayorías nacionales. Cuando va a votar el 50% de la gente, sobran las palabras. Y no es menos por la inercia que traíamos de antes. Demasiados pobres, indigentes, frustrados en general y sin ninguna esperanza. Debemos frenar y dar de nuevo. Esto ya no sirve más.
Personajes de la política como el propio Javier Milei, Juan Grabois, Miguel Piccheto, Máximo Pullaro, Santiago Cúneo, entre otros muchos, ya se refirieron a la necesidad de una Reforma Constitucional. De qué se trata viniendo de tantos dirigentes tan distintos. Unos querrán afianzar sus ideas y derrotar a los adversarios/enemigos. Se equivocan, para eso están las elecciones y como vimos, hasta ahora no resolvieron nada. O cuestiones menores.
Reforma Constitucional
El rol del Estado, protección y desarrollo de nuestros recursos naturales, desarmar los cinturones de pobreza e integrarlos de a poco a un sistema productivo, con Estado Nacional o Confederado, diseñar una correcta relación entre los distintos gobiernos provinciales y aclarar de una vez y para siempre, los dividendos y el manejo de cada parte poniendo como prioridad el bien común. También habría que “federalizar” la justicia, empezando por la Corte. Y los sistemas penitenciarios y las fuerzas de seguridad. Eso es un sistema, Justicia y Seguridad, respetando derechos, pero cumpliendo obligaciones. Premios y castigos en este punto, al igual que los temas de Defensa Nacional, no da los mismo ser un flan a la deriva o un país soberano. Posicionamiento en el mundo de hoy, conflictivo y peligroso, creciendo geopolíticamente con intereses nacionales permanentes.
Hay leyes y regulaciones que se “saltan” fácilmente para cumplir objetivos delictivos o perjudiciales para la Nación. Sería bueno, darles rango constitucional a algunas de esas leyes para que no se pueda realizar más “estafas legales”. Un ejemplo claro, el tema recurrente de la “Deuda”. La toman unos, la pagan todos. Un freno allí, por favor. Lo inconstitucional no puede avanzar, ahora lo “ilegal” avanza casi todo.
La reforma Constitucional de 1994 ya no genera garantías de progreso. No se puede realizar una nueva de un día para otro. Requiere de una voluntad de mayorías (por el consenso necesario), habría que determinar quiénes se pueden – y que serían importantes- presentarse a ser constituyentes, ello sería clave que estén representantes de los sectores productivos, tanto empleadores como trabajadores, representantes de todas las zonas del país para evitar las desigualdades ya existentes, generar una justicia efectiva y rápida, a nivel federal y provincial, constituyentes que entiendan la protección de los recursos naturales estratégicos y de zonas geográficas (como la Antártida), las reformas políticas electorales necesarias, ¿sistema presidencialista?, elecciones de medio término o no, duración de los períodos, etc. Democracia real u otro régimen de representación popular, hay muchas cosas a discutir.
Para eso el odio actual no “garpa”, trae más pobres y peores ideas en el corto plazo. Pensemos qué país queremos, algo menos crispante y más tranquilo, también en quiénes pueden redactar la Carta Magna que nos brinde ese alivio y salgamos de la berretada insoportable a la que ha llegado nuestra democracia liberal. Junto con un nuevo presidente, en el 2027 podríamos votar también constituyentes para discutir el país que soñamos y no qué hace el que gane con sus restos.
Es una idea para todos, no para resolver mañana ni por un grupito. Saquemos constitucionalmente a la grieta de nuestras vidas. No tenemos otra posibilidad que hacernos cargo de nuestras cagadas y de nuestro futuro. Nadie lo hará por nosotros.