Efecto CFK: La tormenta perfecta

Efecto CFK: La tormenta perfecta

Opinión.


Pareciera que la Argentina no puede vivir ninguna temporada tranquila ni económica ni políticamente hablando. Necesita -como los adictos a la incomodidad- de esas dosis de movimientos bruscos que generan un tembladeral social mientras la capacidad de sorpresa o de asombro se va alejando de las cabezas de los ciudadanos, más bien – y a pesar de su historia de resistencia- el pueblo se va acostumbrando a casi todo. Y cuando está absolutamente desconcertado para tomar decisiones determinantes, se permite un movimiento más e intenta una inexplorada experiencia de supervivencia atlántica a bordo de un gomón ya usado, sin llevar parches ni radio y encima con sobrepeso. Esa emoción –en algunos desbordante- por aquello que se presenta como nuevo, disruptivo y glamoroso, se va desvaneciendo a medida que la “nave” no avanza los suficiente como para cumplir con la travesía, pero a su vez, con el impulso de la nueva narrativa, se aleja lo suficiente de la costa para comprar todos los boletos de la desgracia marina.

La Argentina tiene una historia muy rica en el enfrentamiento entre los grupos económicos oligárquicos y los movimientos populares a lo largo de la historia, hegemonizados éstos -en los dos últimos siglos- por el peronismo, desde la aparición política de su fundador, el general Juan Domingo Perón. Luego con todas sus variantes, con mejores o peores experiencias, aunque nunca con la visión nacional y de estadista de Perón.

Para no irnos tan atrás en el tiempo, nos vamos a centrar en peronistas y antiperonistas, como la grieta más virulenta a la que asistimos los mayores de 60 años. De alguna manera ésta nos es más visible, tanto por haber sido uno parte de la misma, por recuerdos de familia o por lecturas u otras formas de conocimiento de la época y sus contradicciones. Es más, en nuestra generación la controversia puede durar hasta el presente con las coordenadas del pasado o también a partir de las experiencias más nuevas como es el caso del kirchnerismo en sus tres versiones, contando con generosidad a Alberto Fernández.

Nos saltearemos -a propósito- al gobierno de Carlos Menem el cuál, con una impronta en la campaña electoral bien peronista y federal, su gestión benefició claramente a los sectores más concentrados de nuestro país, luego de haber llevado a Disney a pasear a toda la clase media durante un lustro y medio. El final de esa política la pagó el más inepto de todos nuestros presidentes modernos, Fernando De la Rúa, yéndose en helicóptero de la Rosada dejando un baño de sangre a lo largo y ancho del país. Por eso Menem no se cuenta como gobierno nacional y popular, a pesar de su legitimidad e identidad política. El final lo delata más allá de la farsa final de la Alianza. La convertibilidad lo hizo. Un dólar barato, un peso sobrevaluado. Recesión, desempleo, exclusión, analfabetismo, hambre, una enorme deuda externa y final obvio: muertes callejeras. Fue el primer gomón, y era nuevo.

La era K

El gobierno de Néstor Kirchner es recordado en general como el mejor de la era moderna por amplias mayorías populares. Trascendió el peronismo largando con un 22% de los votos, legitimándose rápidamente en la gestión, con un concepto de multilateralidad moderno y de lo dañino de adoptar las políticas ajenas, la ilegitimidad de una deuda de la cual igual se hizo cargo y refinanció con audacia -para después pagarla- y una definición impactante acerca de los pañuelos blancos en la ONU: “Somos los hijos de las Madres y la Abuelas de Plaza de Mayo”. La legitimidad para él apenas tardó seis meses.

Así llegó sobrada Cristina Fernández al poder, y luego, tras la muerte repentina de su compañero, encaró dos mandatos al hilo, preocupada por los derechos de los más vulnerables y de las minorías en general, tratando de generar empleo en el país de la Pymes y manteniendo en trazos gruesos los lineamientos políticos nacionales e internacionales encarados por Néstor, quizás con menos capacidad o destreza. Pero con una magia especial que la hizo adorable para buena parte del movimiento popular. Algunos peronistas jugaron –hasta hoy- otras fichas y el odio de los grupos económicos concentrados fue in crescendo desde entonces hasta tornarse intolerable para todos. La grieta a full de nuevo, con Cristina en el eje, amarla u odiarla eran las únicas  opciones, sin nada en el medio. La ancha avenida no llevaba a ningún lado en el plano nacional.

Cristina en 2019, con un ballotage imposible de sortear, saca de la galera el peor conejo de su vida. Un Alberto incluso más dañino que Daniel Scioli, sin fe ni esperanza siquiera.  Ella quería ganar y cerrarle el camino a Mauricio Macri, sabedora de lo peligroso del accionar del Ángel Exterminador, tal cual lo bautizara Jorge Asís. Lo logró, pero a un costo altísimo, en lo personal, para el peronismo y para el país. Todo mal.

Llega Javier Gerardo Milei.

Y agarra el gomón y allá vamos, con la tormenta perfecta acercándose al mismo. La frágil embarcación que dejó Menem no da para más. Antes de soltar la débil amarra, en la única coincidencia visible con Macri (al que le robó los tres peores marineros), permite a sus mecenas darse el gran gusto que necesitaban para no morir insatisfechos. Hacía años que aportaban tiempo, plata y relaciones para un castigo ejemplar a Cristina. Tres de sus monigotes hicieron el trabajo sucio. Ya está.

Ahora juegan las negras. Veremos.

Qué se dice del tema...