Después de convidar un puñado de grisines como si fueran caramelos y marcar rápido el interno de Administración, Alfredo anuncia: "Ya te atienden". "Si querés, podés conocer el lugar", invita y se va igual de rápido, haciendo que la torre que se levanta sobre su remera, y que da identidad a la pequeña planta de Chacarita, se vea cada vez más chiquita. En tanto, la atmósfera de la fábrica recuperada y actual cooperativa de trabajo, en Charlone 55, sabe a grisines recién horneados. Pero Grissinópoli no sabe sólo a eso.
Fundada en 1964 por Carlos Savio, la empresa fue durante décadas "un modelo para la Ciudad, porque no había fábricas de grisines", explica María Pino, su administradora. Y relata la cronología del laboratorio que devino en desastre: "En diciembre del ’78 la empresa, que ya contaba con algunos socios, vende acciones posibilitando el ingreso de otro grupo. Hasta que llegamos al ’99, cuando la empresa se empezó a venir a menos, para presentarse a concurso de acreedores en el 2000. Después vino la huelga y más tarde la ocupación", comenta Pino en su escritorio colmado de papeles (¿pedidos, tal vez?) y unas cuantas facturas para pagar. Sin embargo, debajo de la soberbia de los números, sobresale una frase: "Tiene mérito vencer en el campo de batalla, pero se necesita mucha más sabiduría y destreza para hacer uso de la victoria". Toda una declaración de principios.
– ¿Cuál fue el desencadenante de la huelga?
María Pino: – No nos pagaban los sueldos. El 3 de junio de 2002 los muchachos de producción pidieron 100 pesos y la respuesta fue que no había plata. Entonces, decidieron parar. A mí me debían dos años de sueldos que nunca voy a recuperar ?lamenta María, con toda una vida laboral en Grissinópoli.
PARA EL PUEBLO LO QUE ES DEL PUEBLO
"Fueron siete meses largos, en los que además del frío, había que soportar el no saber qué iba a pasar al otro día", recuerda Norma Pinto, madre de cinco hijas, que de a poco entendieron que mamá ya no las esperaría con la cena. "Por suerte saben cocinar", agrega mientras acomoda los grisines malteados camino al envasado, con el automatismo con que se reza un Padrenuestro. Y quita aquéllos que se doraron demás. Así, ese mes de junio, 24 trabajadores permanecieron en Grissinópoli. Antes de la ocupación, habían sido despedidos casi el doble. Pero después sólo quedaron 16. "Algunos se fueron a trabajar de cartoneros", señala María Pino. ¿Cómo subsistieron quienes resistieron? Con algunos subsidios del Gobierno porteño y cajas de mercadería que les proveía un CGP cercano. Los vecinos también les acercaban yerba y azúcar. Y los fines de semana se vendían choripanes y empanadas en la vereda. Todo iba a parar a un fondo común.
Para llenar el ocio de horas propias de la cadena productiva, Grissinópoli supo de un centro cultural cuyo magnetismo atrajo a muchos, muchísimos políticos. "En la película vas a ver que hay un partido que quiere dirigir, mandar, hacer. Con bastante esfuerzo lo fuimos corriendo, aunque un poco a la fuerza", refiere Pino sobre el documental de Darío Doria, "Grissinópoli, el país de los grisines" (2004), que narra la ocupación de la fábrica y la praxis de autogestión que conllevó. Y esa agrupación que a su vez pretendió hacerse de la administración de la fábrica, en palabras de Pino, no fue otra que el Partido Obrero. "Nosotros queríamos la bandera de Grissinópoli y el trabajo. Sin partidos políticos", sostiene. Por eso, de ahí en más, la militancia, de la puerta para fuera. Y el centro cultural se fue diluyendo cuando la cinta transportadora volvió a moverse.
El proyecto "La nueva esperanza" siguió la recomendación de Luis Alberto Caro, abogado y presidente del Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas: la única salida legal para trabajar apuntaba a formar una cooperativa. "Tuvimos que presentar el estatuto en el INAES (Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social, dependiente del Ministerio de Desarrollo Social), para que nos dieran el número de matrícula. Y en diciembre de 2002 inauguramos", expone Pino. Corría 2003 y en Grissinópoli seguía escaseando el capital, así que los dos mil pesos que la asamblea de Palermo les prestó hicieron que, si bien parsimoniosamente, el engranaje de la fábrica por fin empezara a andar. "Ahora, nos falta producción ante el incremento de la demanda, y tenemos perspectivas de seguir creciendo", indica la administradora de Grissinópoli, la grisinera de las máquinas de cuatro décadas, un tiempo después de la desaparición de muchos clientes por la misma crisis, la desconfianza de algunos y la firma de contratos de exclusividad con la competencia por parte de otros tantos.
CONTIGO SALVADO, SIN SAL NI CEBOLLA
– ¿Tomaron conciencia de que en Grissinópoli no hay más patrones?
M.P.: – Es muy difícil. Después de cinco años hay gente de producción que no ha adquirido la responsabilidad de decir "esto es mío, tengo que trabajarlo". Muchos todavía tienen la mentalidad del trabajador que viene, cumple su horario y se va a su casa. No se quedan, por ejemplo, una hora más a hacer limpieza -asegura Pino. Eso sí: tanto el obrero como el administrativo perciben la misma paga, técnicamente denominada "retorno".
Por su parte, Norma, quien ya roza los veinte años en la fábrica que hoy resuelve sus asuntos en asamblea más allá de la formalidad del consejo administrativo que exige el estatuto, dice que el mantenimiento de la fuente laboral fue "a nivel anímico, un cambio bárbaro".
LAS VUELTAS DE LA LEY
Cuando los antiguos dueños de Grissinópoli llevaron a la compañía a concurso de acreedores, se presentaron unos pocos inversores que compraron activos, amparándose en la figura legal del "cramdown" o salvataje por terceros de la Ley de Quiebras, que permite, justamente, que un tercero no acreedor termine quedándose con la firma. "Aún están dando vueltas", advierte Pino, ya que, en aquel momento, el permiso para que los trabajadores pudieran explotar las instalaciones de la fábrica todavía no se había generado. Entonces, "los cramdownistas" iniciaron acciones legales, orientadas a que el Estado de la Ciudad los indemnizara por algo así como en un millón y medio de pesos.
Sin embargo, más tarde vendría la ley 910, que declaró de utilidad pública y sujeto a ocupación temporaria (dos años) al inmueble de Charlone 55, entre la Avenida Dorrego y Concepción Arenal. Y el 25 de noviembre de 2004, la Legislatura aprobó la ley 1.529, mediante la cual se expropiaba definitivamente no sólo la fábrica de grisines sino también empresas de lácteos y de artes gráficas.
En tanto, involucrado en la causa de unas ochenta empresas, como Zanón y Brukman, íconos de la lucha obrera, Luis Caro expresó a NOTICIAS URBANAS que en Grissinópoli, "el reclamo pasa por el pago de salarios de un año de trabajo". De todos modos, Caro reconoce que no hay nada como esa palmadita en la espalda que le da ver que en el "Petit Colón", de Libertad y Lavalle, se sirven los grisines made in Chacarita. Como en la Ciudad. Como en el país.
(PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL SEMANARIO NOTICIAS URBANAS Nº 146, DEL 24/07/08)