El día siguiente a su liberación, pero aún mostrando las huellas del agresivo comportamiento de los agentes de la Policía Federal que lo arrestaron cerca del Congreso, Tomás Cuesta, uno de los periodistas que fue detenido el miércoles por la tarde mientras realizaba su labor en la marcha habitual de jubilados, compartió su experiencia.
“Me molesta un poco cuando uso el casco”, comentó el hombre de 28 años, que colabora de manera regular con el diario La Nación, además de la agencia francesa AFP (Agence France-Presse). Su frente del lado izquierdo todavía presenta algunos moretones.
como lo hace habitualmente los miércoles, cubriendo para Amnistía Internacional la marcha de los jubilados. Debía registrar con su cámara todo lo que sucedía alrededor del Parlamento nacional, incluso si había alguna detención.
Pocos minutos después de las 17, cuando el reportero se encontraba sobre la avenida Rivadavia, vio que la Policía apresaba a Pablo Luna, un referente de Jubilados autoconvocados, en la Plaza del Congreso. “Me acerqué a registrar ese momento. De repente, policías de la Federal, sin uniforme ni identificación pero con chalecos, me rodearon y en cuatro oportunidades algunos de ellos quisieron bajarme la cámara. Yo les bajaba el brazo y seguía filmando. A la quinta vez, lograron tirarme al piso”, relató.
“Les decía que tenía colgada la identificación de fotógrafo, pero no me escuchaban. Ahí me rodearon gendarmes y entre uno y dos me sujetaron con fuerza del brazo”, prosiguió Cuesta mientras mostraba cómo inmovilizaron su miembro superior izquierdo. “Me aplastaron la cabeza contra el piso”, recordó. Una colega le contó que también le tiraron gases lacrimógenos, pero dijo que él no se dio cuenta.
“¡Me estás lastimando!… ¡Me estás lastimando, hijo de puta! (sic)“, reclamó en voz alta Tomás, como se puede ver en el registro fílmico de algunos testigos. “Quedate quieto, quedate quieto”, fue la respuesta tajante que recibió.
El difícil momento apenas comenzaba. Tras unos minutos, le hicieron levantarse. Primero, le colocaron un manillas entre las manos, pero el dolor era tan intenso que, al quejarse, decidieron cortarlo con un cuchillo tipo Tramontina y le pusieron las esposas.
En medio del caos, y a pesar de las protestas de sus compañeros, Cuesta fue llevado a empujones, con su cámara al cuello, a un aparcamiento que se encuentra en la calle Hipólito Yrigoyen, donde la seguridad generalmente establece un lugar para la detención temporal.
“Me repetían ‘esto te pasa por pegarle a una policía’”, recordó el fotógrafo. “Toda una mentira”, se quejó. Estuvo unas tres horas demorado en ese lugar, sin tener permitido conectarse con su teléfono celular para llevarle tranquilidad a sus seres queridos, hasta que, finalmente, se dispuso su liberación.
“Pero como no iban a soltarme ahí, donde había muchos periodistas, me subieron a un móvil y me trasladaron hasta la Superintendencia de Drogas de la calle Belgrano”, contó. Todavía seguía esposado, aunque le habían cambiado la posición de las manos hacia adelante para estar más cómodo en el auto. Una vez en la dependencia policial, “me leyeron el acta en el que se me imputó por resistencia a la autoridad, me hicieron firmar y me soltaron”. Por fin, alrededor de las 21, le quitaron las esposas.
Cuesta, que recibió todo el apoyo de sus colegas y de distintos ámbitos (aunque no recibió ninguna comunicación desde el Gobierno nacional), dijo que el paso siguiente es ponerse en contacto con un abogado para ver cómo sigue la causa “porque entiendo que estoy imputado y no quiero antecedentes. No sé por qué hicieron lo que hicieron. No sé si hay una bajada de línea para que no se registren las detenciones”, reflexionó, aún dolorido por los golpes.