La Argentina viene mutando su representación política en la etapa moderna. Tras aquélla nación bipartidista del Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical, donde siempre había complementos liberales o conservadores por derecha y marxistas o progresistas por izquierda, vino el tiempo de las coaliciones. Ya entrando al siglo XXI, el reformismo del Frepaso, el Pro y la Coalición Cívica se fueron insertando con peso en el sistema, algunos con desprendimientos de los dos grandes partidos, otros con una concepción nueva o distinta para determinar dónde se ponían los ejes de las propuestas. En ambas posturas prevalecía la fuerza naciente por sobre las establecidas. Por ejemplo, la UCR retornó al Gobierno Nacional con Fernando de la Rúa legitimada por el Frepaso de Carlos “Chacho” Álvarez. Y fracasó por las enormes diferencias internas, solo compatibles en la idea de quitar del gobierno a la estructura peronista. La renuncia de Chacho Álvarez, desarmó, desmoronó inmediatamente el barco de papel que los llevaba.
La experiencia del Pro fue más exitosa. Nacido en CABA como Compromiso para el Cambio, traía nuevas caras a la política como el entonces Presidente de Boca Juniors, Mauricio Macri y un grupo de nuevos dirigentes ligados a su figura y a su grupo Socma, algunos jóvenes provenientes del peronismo y una idea que traía la modernidad y la eficiencia como la nueva esperanza. La aparición de este fenómeno se llevó puesta a la UCR en el distrito federal, la cual fue una aliada de menor envergadura durante los distintos gobiernos porteños. El posterior paso de Macri por la Presidencia de la Nación consolidó el liderazgo amarillo por sobre las fuerzas aliadas, en especial la propia UCR, la CC de Elisa Carrió y un grupo de partidos liberales como Recrear de Ricardo López Murphy, entre otros.
Mientras tanto el Movimiento Popular Peronista dominado hace casi dos décadas por los K (hoy sólo en el AMBA), las distintas realidades provinciales del PJ y el Frente Renovador de Sergio Massa lideraban una coalición para enfrentar al Peo, que estaba ya de salida. La triste página de Alberto Fernández canceló esa etapa.
Por más que Massa intentó el milagro, y casi lo logra en primera vuelta en 2023, una frustración social albergó a medio país e iba a parir una nueva etapa democrática en la Argentina, la que lleva adelante el presidente Javier Milei. Con un fuerte sesgo autoritario, con minorías parlamentarias importantes, sin gobernadores ni intendentes propios, con algunos aliados que se van sumando a partir de un primer año aceptable en la macro, La Libertad Avanza intenta hacerle honor a su nombre e intenta armar una fuerza política propia con particularidades y acciones poco comunes, y con dos modelos bien marcados de acumulación distintos.
Uno, liderado por Karina Milei y los primos Menem (Martín y Lule) sumados a Sebastián Pareja, buscan pasar la ambulancia de la “casta” combatida y generar fuerza propia para el sello. Los resultados hasta ahora son bastante malos, a pesar del poder que ostentan y muestran un estilo “punteril”. Pocas ideas o ninguna, pero mucha ambición es lo que generan. Algunas bancas quedarán con este sistema.
El otro punto de acumulación de LLA no tiene reglas fijas ni tampoco armadores. Solo se evalúa la teoría de la mayor conveniencia sin ningún tipo de receta. No hay dogmas, pero tampoco se descarta nada. Se aplica la “acción más útil” y es el estilo de avance del sujeto más importante de este gobierno, Santiago Caputo.
El joven inventor y gran desarrollador de esta movida se ubica teóricamente en los modelos mundiales basados en el “odio movilizador y acumulador” hacia determinadas cuestiones, en la certeza que se acabaron las épocas del consenso amplio y de la discusión infinita, para dar paso a una marcha ultra rápida que no deje pensar mucho a nadie, ni organizarse en contra de los objetivos por ellos buscados. Esto se combina con una billetera abultada con lo cual se logra abreviar los acuerdos y los tiempos y hacerlos realidad, efectivos. Cada operación empieza y termina en sí misma. No se concatenan las operaciones en función de alcanzar ningún punto, todos los partidos son distintos, cambian los “socios” pero no la mecánica. Aunque a veces, como en el caso de Ficha Limpia, se repiten los amigos, casi todos ellos vienen de tierras lejanas a CABA. Da lo mismo, radicales, Pro o peronistas. Todos sirven o no. Depende. Pragmatismo zen en el aquí y ahora político.
La experiencia santafesina constituyente, las cuatro provincias del domingo pasado y lo que se viene en CABA este domingo, se ajustan a estos dos modelos de acumulación, todos ellos diferentes, algunos tendrán continuidad y otros no.
La Capital no es un tema menor por el factor vidriera, el factor Macri y por su abultado presupuesto. Además, en la Ciudad LLA nunca pasó de los quince puntos, y ahora con Manuel Adorni y Ramiro Marra (UCeDe) quizás pueda duplicar esa cifra. Y también en esta afirmación y resultado confluyen los modelos antes explicitados. Si para debilitar a Macri y comerle la reina, deben ir separados sus candidatos, ningún problema. Ya se los verá unidos más temprano que tarde. Por ahora – y seguramente hasta su funcionalidad- tienen ambos un solo jefe, Javier Milei. Luego, o Santiago Caputo inventará otra “etapa” para tapar esta o “la política” retomará su dominio cuando se despierte de una vez y aprenda a jugar al nuevo juego. Jorge Macri está atento. Y por ahora, Leandro Santoro en CABA, de la mano de un Juan Manuel Olmos cada vez más porteño, aprovecha y lo intenta. Veremos con qué éxito.