El abogado Alejandro Carrió, presidente de la Asociación por los Derechos Civiles, dice que nuestras dificultades con la ley podrían resumirse en los avatares de la bicisenda de Palermo y su sistemática violación por parte de los automovilistas que la usan como vía alternativa, desde el momento mismo de su creación. Este abogado, que es profesor en el Master de Derecho en la Universidad de Palermo y litiga en casos de interés público a través de la ONG que dirige, se dedica a hacer docencia y enhebrar hipótesis en torno a nuestros conflictos con la ley (acaba de publicar un libro, "Digamos Basta", donde pone el foco en este punto), que él conecta con el estancamiento del país.
Usa historias de la vida cotidiana para relatarnos, en las que es fácil reconocernos. La historia de la bicisenda que bordea la cancha de golf -fue "arreglada" por las autoridades con lomas de burro para evitar que circulen autos, pero lo que ocurrió finalmente es que terminó perjudicando más a los ciclistas, ya que a los automovilistas la siguen usando como si nada- sería una metáfora bien argentina de la búsqueda del atajo. "Nos cuesta ver que el acomodo o el amiguismo son la antesala de la corrupción, que tanto criticamos. Sencillamente porque es aprovechar la cercanía al poder para sacar ventajas".
-¿Por qué somos así?
Los argentinos, por alguna razón, no hemos incorporado la idea de prohibición, que no significa demasiado para nosotros. Y, lo peor, no significa demasiado para el funcionario que debe aplicar la ley y que da por sentado que la ley rige para todos los mortales, menos para él. ¿Te acordás cuando Menem manejaba a toda velocidad la Ferrari? ¿A alguien se le hubiera ocurrido pararlo y aplicarle una multa? Insólito, ¿no? Bueno, he ahí un ejemplo visible de lo que hablamos.
-Bueno, ahora no está de moda la testarossa sino los cortes de ruta, que, al menos, son democráticos porque los practica todo el mundo, desde los piqueteros hasta los estancieros, como diría nuestra Presidenta.
-Bueno, ahí hay un ejemplo precioso de falta de legalidad y de coherencia. Durante años se cortaron las rutas, en protesta por la instalación de las pasteras de Gualeguaychú, y la gente debe haber creído que cortar rutas estaba bien porque el Gobierno nunca hizo nada al respecto ni dijo lo contrario. Con el conflicto del campo, empezaron a instalar que cortar rutas es ilegal, como también lo era antes.
-A los amigos, todo; a los enemigos, ni justicia: ¿le suena?
-Yo creo que lo peor que le pasa a la Argentina es no darnos cuenta de lo nocivo que es la autoridad concentrada. Yo estoy cansado de los ‘ismos’ porque es una cultura que genera mucho resentimiento y división. No hemos sabido en toda nuestra historia estructurar mecanismos republicanos en serio que permitan la dispersión del poder, de manera que vos no tengas a cinco o diez personas decidiendo la vida de todos los demás. Yo prefiero esos países donde ni te acordás cómo se llaman los que gobiernan.
-También es cierto que en Argentina fue el populismo el que redistribuyó la riqueza y que quienes han hecho hincapié en la institucionalidad no pudieron impulsar un país más justo.
-Hay antecedentes muy buenos en las leyes impulsadas por los socialistas, a principios de siglo, en la época de Alfredo Palacios. Porque el problema con el populismo es que viene con una cuota importante de autoritarismo.
-¿Qué podemos hacer como ciudadanos?
-Hinchar, presionar juntos al poder político y no creer que eso es perder el tiempo o que no tiene sentido: esas ideas son muy destructivas. Nosotros tendemos a reaccionar cuando ya vemos que se ha esfumado todo nuestro dinero, como sucedió con el corralito. Por ejemplo, hoy todo el mundo sabe que el Indec está perreado y que eso influye directamente sobre nuestra calidad de vida. Y sin embargo, no protestamos lo suficiente.
-Muchos le dirían que no tienen tiempo para esas cosas porque, para eso, ya eligieron a sus representantes.
-Bueno, eso ocurre porque nosotros hacemos de la democracia un valor limitado casi exclusivamente a las elecciones. Pensamos que vivimos en democracia porque tenemos elecciones y todo lo que pasa en el medio, no pareciera perturbarnos.
-Otros dirán que esas son cuestiones formales.
-Para nada, no es algo formal lograr un juego más o menos equitativo de distintos poderes: hace a nuestra solidez como país. La falta de legalidad no es una cuestión ni de teóricos ni de pensadores que están en un laboratorio. No es una cuestión que no tiene conexión con la calidad de vida que tenemos. Todas las naciones cuya calidad de vida admiramos, han evitado las concentraciones de poder y los autoritarismos, incluso lo reconocen aquellas que tuvieron sistemas autoritarios durante algún tiempo, como la Unión Soviética, que fue una experiencia que fracasó, pese a todo el idealismo con el que puede haber nacido.
-Decía el New York Times cuando Obama le ganó a Hillary, algo así como que el triunfo del primer candidato negro a la presidencia de Estados Unidos instalaba la idea de que "cualquiera" podía ser Presidente.
-Claro, seguro. Y también una enseñanza buena es cuando vos tenés un funcionario público al que lo han enganchado en un acto de corrupción y ese señor termina preso. Que los actos tengan consecuencias es fundamental porque la anomia (falta de reglas) es enloquecedora. También es una gran enseñanza para el republicanismo. Y no la idea de que los funcionarios tienen coronita. Fijate que la Corte de los Estados Unidos hace años que está integrada por jueces mucho más conservadores que los liberales de los años 70 y 80 y es el día de hoy que, todavía, hay principios de los liberales -el derecho al aborto, los derechos de los imputados, por ejemplo- que están vigentes, a pesar de que muchos de los jueces actuales no están de acuerdo con esos fallos; sin embargo, advierten la trascendencia negativa que tendría para los Estados Unidos cambios en la jurisprudencia. Porque la gente ya se acostumbró a que sus derechos son de una determinada manera, más allá del poder de turno.
-¿Qué habría que hacer para salir de este atolladero?
-Habría que barajar y dar de nuevo porque hemos llegado a un punto donde cada vez que alguien habla en un micrófono es para agredir a otro. Y así un país no puede ir para adelante.
(PUBLICADO ORIGINALMENTE EN EL SEMANARIO NOTICIAS URBANAS Nº 151 DEL 28/08/08)



