Es barata, tiene una oferta cultural amplia, vida nocturna agitada, cirugías estéticas mejor hechas y a un cuarto del precio europeo, japonés o estadounidense, tours en bicicleta, senderos salvajes, una población unánime y amable: es la condición "gay friendly" (respeto, tolerancia, amistad, ahimsa).
Si cuando Borges quiso casarse en segundas nupcias tuvo que hacerlo en Paraguay, bueno, eso fue hace tantos años: en 1986. Hoy, Buenos Aires hasta permite la unión legal de los homosexuales, sin distinción de sexo o género.
Si bien no existen datos oficiales sobre la cantidad de gays que suben y bajan por las callecitas de Buenos Aires, porque "a los turistas que entran al país no se les pregunta por su orientación sexual", dicen en la secretaría de Turismo, está a la vista: son multitudes.
Las cifras extraoficiales hablan de un 20 o un 25 por ciento del total, y no hay más que darse una vuelta por San Telmo, Palermo, Hollywood, Soho, el Bajo (no el Bajo Flores) para chequear que en ciertos días -y noches- quien no es gay, se siente como un terrícola entre extraterrestres.
Los locales, sin distinción de sexo o género, de parabienes. El 50 por ciento de los gays llegan de los Estados Unidos, el 35 por ciento de Europa, uy el 15 por ciento restante, de América Latina, Brasil y hasta Japón.
Pero la clave del crecimiento de la "industria gay" es la composición etaria (entre 35 y 55 años) y salarial del colectivo: hombres o mujeres solas, cosmopolitas, de buen pasar, que no tienen hijos, que gastan su dinero "porque la vida es una sola", de gustos sofisticados, amantes del tango, el culto al morocho y Ricky Martin, todo un signo de distinción
en el nuevo planeta digital.
Bienvenidos a nuestra generosa patria.