Fernández convoca a todos y apuesta al fin de la grieta

Fernández convoca a todos y apuesta al fin de la grieta

Fernández decidió rodearse de cuatro gobernadores. El Presidente los colocó a sus costados, con él al frente y como timonel de la crisis.


Algún desprevenido atinó a marcar que faltaba allí el cordobés Juan Schiaretti y sobraba el jujeño Gerardo Morales. ¿Por qué? Por un tema de tamaño. Además del primer mandatario, estaban los gestores de las otras tres provincias más pobladas del país: las dos Buenos Aires y Santa Fe.

Error de observación, porque más allá de la envergadura de los distritos, lo que buscó el jefe de Estado fue una imagen de equilibrio. De lectura fina. Por un lado, dos oficialistas: el kirchnerista bonaerense Axel Kicillof y el peronista santafesino Omar Perotti. Por el otro, dos opositores: el macrista Horacio Rodríguez Larreta y el radical Morales. Ante la crisis del coronavirus, todos juntos. La postal antigrieta.

Como señal, Fernández ya había dicho en público que no eran tiempos de confrontación política. Es cierto que también había abordado esta idea en campaña y en su discurso de asunción en el Congreso; pero el complejo equilibrio en el que se movió los primeros meses de gestión, con un delicado reparto de poder y una figura potente y omnipresente como la de Cristina, varias veces lo empujaron a la confrontación. Más veces de las que él mismo seguramente hubiese querido.

Si el Presidente asumió el cargo con la idea de una nueva relación con la oposición, la pandemia lo puso ante una oportunidad única. Y allí la está recorriendo, con un vértigo que sólo la Argentina puede mostrar. Hace menos de un año, antes de aquel 18 de mayo histórico en el que Cristina lo nominó como candidato presidencial, Alberto Fernández deambulaba más en un rol de lobista de campaña que de figura central. Hoy, todos los estudios de opinión lo ubican como el dirigente más valorado del país, con un apoyo contundente ante las duras medidas que está tomando.

Este último punto también es un síntoma antigrieta: el apoyo a las decisiones presidenciales –el cierre de escuelas, primero; el encierro obligado, después- atraviesan las simpatías políticas. Encuestados que dicen haber votado a Mauricio Macri también se muestran conformes con la gestión de Fernández. Y más: gente que admite haber elegido al Frente de Todos, en cambio, cuestiona la decisión de Cristina de haber viajado a Cuba a buscar a su hija cuando ya regían las restricciones. Como si todos (o casi) entendieran que la emergencia debe ubicar al dirigente bien enfocado en la urgencia general y no en la necesidad personal. Algo que parece haber entendido con exactitud Alberto, pero no su vice.

Así, en cuestión de días, Fernández pasó de una disputa algo forzada con el jefe de Gobierno porteño por la coparticipación, a reunirse casi diariamente con él y a llamarlo “Horacio”; a secas. Rodríguez Larreta es hoy el principal referente del PRO y un potencial rival para Alberto, si éste decide ir por la reelección en 2023. Con la pandemia encima, tiempos que parecen de otra galaxia. Y así lo comprendieron ambos.

Fernández también se garantizó el apoyo de los principales referentes legislativos opositores antes de decretar la cuarentena.

En ese contexto buena onda, unas pocas voces suenan disonantes. Marcelo Saín, a cargo de la Seguridad de Santa Fe, adjudicándoles a los “chetos”, la llegada del virus. Hebe de Bonafini, líder de Abuelas, reavivando insultos a Macri y a militares que ahora representan un grupo fundamental para la asistencia estatal. Y Daniel Filmus, un dirigente habitualmente mesurado, que intentó sacar forzadamente provecho del aplauso a los médicos y trabajadores de la salud.

En Provincia también hay señales de buena convivencia, con un problema de base: el gobernador Axel Kicillof lleva en su ADN un estilo que cuesta digerir para algunos intendentes y legisladores opositores. El extremo se dio cuando se discutió el presupuesto. La potencial gravedad del coronavirus aplacó ánimos. Pero la sintonía no es tan fina aún. Con un marco insoslayable: la realidad del conurbano como foco de tensión social requerirá de una comunión de esfuerzos total. Y ni aún así se sabe cómo terminará la película.

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