La película de Víctor Hugo

La película de Víctor Hugo


Como si la invención de los valores villeros por parte de diputados de La Cámpora hace unos meses no fuese suficiente atropello a la razón, otro cambalache se avecinó desde el lado de la obsecuencia oficialista: Víctor Hugo, periodista de reconocida trayectoria, cuya lucidez parece decrecer al mismo ritmo que la representatividad de este Gobierno, declaró recientemente ante los diarios que se vive mejor en las villas que en muchos lugares de la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires.

Según él, el crecimiento de los asentamientos (cuyas condiciones infrahumanas de hábitat desmiente con el gastadísimo recurso de demonizar a los medios no oficialistas) es una expresión de que en la Ciudad de Buenos Aires hay cada vez más trabajo y, añade, considera una ventaja poder residir en zonas cercanas a los centros de actividad laboral más importantes, aún si esto implica vivir en una villa como la 31.

Para rematar, borrando todo vestigio de raciocinio, Víctor Hugo se declara con autoridad para opinar sobre el tema por el sólo hecho de haber, según dice, padecido él la pobreza cuando niño. Con ese criterio está en condiciones de opinar sobre políticas públicas de seguridad cualquier persona que haya sido víctima del delito, cosa que enerva a este tipo de personajes, que son los primeros en decir que desde la experiencia personal no se pueden esgrimir valoraciones racionales sobre los problemas públicos.

Todo lo que dice Víctor Hugo se cae por el peso de su obsecuencia, si añadimos a la discusión el elemento que él, deliberadamente o no (vaya uno ya a saber), omite: la informalidad. En primer lugar la informalidad de las villas como complejos habitacionales, donde está más que probada la condición de hacinamiento en la que viven sus habitantes, y que es indefendible desde la perspectiva de cualquier persona que sostenga la necesidad de igualar las condiciones de vida en todos los territorios de nuestro país.

En segundo lugar, corresponde también hablar de la informalidad en el mercado laboral, cuyo crecimiento Victor Hugo celebra y designa como el indicador de la viabilidad de las villas como alternativa habitacional. Todos los estudios sobre población en villas y asentamientos indican que la mayoría de sus habitantes trabajan informalmente, esto es, percibiendo salarios precarios y sin los resguardos fundamentales de cualquier situación de empleo normal (aportes, ART, etc.).

Nuevamente con la proclamada pretensión de desestigmatizar, las voces del kirchnerismo se atragantan con sus más visibles deudas para con la sociedad. ¿Qué tipo de desestigmatización de la pobreza pretende Victor Hugo al asegurar que vivir en una villa está bueno porque se está más cerca del trabajo o del cine Gaumont, al que según su delirio van sus habitantes a entretenerse?

No hacen falta este tipo de ridiculeces para recordarnos que los que viven en villas son personas. Todos estos ejercicios de demagogia como las declaraciones de Víctor Hugo o el día de los valores villeros de La Cámpora recuerdan al típico furcio del que discrimina pero dice que tiene amigos en la categoría discriminada (“no soy antisemita, tengo amigos judíos”, “no soy racista, tengo amigos negros”, etc.).

Mientras tanto, las villas siguen creciendo, al igual que la informalidad, tanto habitacional como laboral. Si esto le parece una simple mentira mediática a Víctor Hugo, queda muy claro que la película que él mira sólo la pasan en el Gaumont.

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