La inflación y el déficit, esos compañeros inseparables

La inflación y el déficit, esos compañeros inseparables


Una de las tantas batallas que ha ganado el mundo a través del tiempo es la que ha llevado a cabo frente a la inflación. Sólo existen algunas excepciones como lo son Venezuela, Sudán, Malawi o Irán que no han logrado ser exitosos en la lucha. Parece increíble que Argentina esté dentro de este selecto grupo de países. Venezuela con una inflación para el último año (según datos oficiales lo que presupone que la inflación fue incluso mayor) de 180,9 por ciento está al tope de los países que han sido derrotados por el fenómeno inflacionario. Argentina, segundo en la región.

 

Inflación en la región para el año 2015:

Venezuela: 180%

Argentina: 25,4%

Brasil: 10,7%

Uruguay: 9,4%

Colombia: 6,8%

Chile: 4,4%

Perú: 4,2%

Ecuador: 3,4%

Paraguay: 3,1%

Bolivia: 3%

 

Si trasladamos la lectura al año 2016, los números siguen empeorando de manera sostenida: en Venezuela se estima una inflación para este año de más de un 700 por ciento. Por su parte Argentina terminará el año con una inflación que rozará casi con seguridad el 40 por ciento anual.

La enfermedad la conocemos y como es lógico, no nos gusta padecerla: la inflación destruye el salario real, aniquila las posibilidades de generar nuevas inversiones y ataca con mayor crudeza a quienes tienen un trabajo no registrado (cerca de un 35 por ciento de los trabajadores está n en esta situación) o incluso están desocupados. El fenómeno inflacionario también ataca cuestiones como los niveles de empleo, crecimiento y desarrollo: el veneno está enquistado y todos somos conscientes que debemos eliminarlo.

Las causas de la inflación siempre recaen en cuestiones monetarias. Quien esgrima otra definición, estará equivocado. Para citar solo un ejemplo, en los ocho años de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner la inflación acumulada acarició el 500 por ciento. Casualmente la emisión monetaria en ese período fue de un porcentaje similar.

La inflación está descendiendo fuertemente y las expectativas en el corto y mediano plazo son más que favorables. Agosto tendrá una de las mediciones en los índices de inflación más baja de los últimos 10 años (claramente influyó en este período la retracción de los valores de las tarifas de los servicios públicos a niveles de Marzo 2016 por orden de la Corte Suprema). Y a su vez, la expectativa es que la inflación se mantenga por debajo del 2 por ciento de aquí a fin de año. Lo que a priori es una buena noticia: estamos combatiendo exitosamente la inflación con una adecuada política monetaria por parte del Banco Central.

Equivocados están quienes acusan el éxito en la desaceleración de la inflación al freno en el consumo y la actividad. Lo que en tal caso ha ocurrido es que debido a la inflación ha ocurrido una perdida en el salario real (cerca de un 10 por ciento interanual) que ha hecho que se vea resentido el consumo y como consecuencia, el nivel de empleo).

Incluso según los últimos indicadores del Indec, los niveles de empleo no se han visto tan resentidos como se creía: cuando uno analiza la situación del nivel de empleo en valores absolutos, se han creado puestos de trabajo en el 2016. Lo que ocurre es que el cálculo que hacía el viejo Indec de la cantidad de gente que trabaja o busca hacerlo estaba como tantas otras cuestiones modificado para demostrar menor desempleo. Las cifras se han sincerado, lo que no evita que la realidad sea poco agradable y que preocupe.

 

¿Se está ganando esta vez la batalla contra la inflación?

A pesar de la destacada tarea que viene llevando a cabo el Banco Central en materia de política monetaria, limitando la emisión monetaria y controlando la demanda de dinero, se está lejos de poder cantar victoria. Las razones son múltiples pero entre los mas grandes y delicados desafíos se encuentra nuestro eterno problema de déficit fiscal. Más de cuatro décadas de un prácticamente ininterrumpido deterioro de las cuentas públicas hacen pensar que esta vez podría no ser la excepción. Las últimas cuatro grandes crisis argentinas (Rodrigazo, la “Tablita de Martínez de Hoz”, la hiperinflación del 89 y la crisis del 2001 / 2002) fueron en parte causadas por los incontrolables déficit fiscales. Excepto algunas raras excepciones, la inflación y el déficit fiscal nos han acompañado durante décadas.

Argentina terminará este año con un déficit fiscal cercano al 5 por ciento del producto bruto interno y aunque parezca una obviedad hay que decirlo: hay que financiarlo. Y esto se hace de dos formas, emitiendo o endeudándonos. Si optamos por la primera y emitimos, la inflación con el correr del tiempo mostrará nuevamente sus garras y nos dañará nuevamente. Si en tal caso nos emitimos, solo estaremos ganando un poco de tiempo ya que de no resolver con el paso del tiempo el déficit fiscal, habremos tal vez vencido los fenómenos inflacionarios pero la deuda se hará una vez más para nuestra historia, impagable, generando nuevamente fuertes ajustes fiscales, devaluando nuestra moneda y generando también impacto en la inflación, nuevamente conviviendo con consecuencias sociales cada vez más crudas donde el aumento de la pobreza será solamente el comienzo.

Resolvamos nuestros problemas de déficit fiscal que tienen como responsables principales al gosto publico devenido de un estado gigante e ineficiente, sigamos batallando contra la inflación y generemos todas las condiciones necesarias para atraer inversiones, generar crecimiento y evitar en unos años, todas las consecuencias sociales, económicas y políticas que ya hemos sufrido en cada una de las crisis por las que atravesamos a través de los últimos cuarenta años.

 

Dr. Manuel Adorni – Analista económico. Docente universitario. Columnista. Twitter: @madorni

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