Qué significa ser “lo nuevo” para el mundo del marketing político

Qué significa ser “lo nuevo” para el mundo del marketing político

Con diferentes matices, Macri, UNEN y Massa juegan a ser “el cambio”. Sin embargo, sus fuerzas están plagadas de contradicciones que ensombrecen ciertas promesas, muchas de ellas con olor a marketing


“La foto del PJ expresa más pasado que futuro”, dijo Sergio Massa luego de que los gobernadores del justicialismo oficialista se mostraran unidos y en movimiento, de cara al fin de ciclo kirchnerista y a la transición hacia la próxima reconversión del peronismo en pos de mantener el poder.  Sin embargo, la palabra “pasado”, en el sentido negativo que se le suele dar en política, no parece ser ajena al frente que Massa encabeza.

Días atrás, Adrián Pérez, el exlilito devenido en massista, cuestionó la incorporación del polémico barón del conurbano bonaerense Raúl Othacehé a las filas del exjefe de Gabinete de Cristina Kirchner. Según Pérez, el intendente de Merlo “no encaja”.

Ahora, analicemos con detenimiento: un exjefe de Gabinete rodeado de exministros, exgobernadores, exintendentes, exdiputados y exmilitantes del gobierno del que quieren ser alternativa viene a plantearnos el futuro y qué es ser lo nuevo. ¿No es, cuanto menos, una audacia por parte de Massa? O de su publicista. Da igual.

Jugar con el futuro y usar mensajes grandilocuentes no es una metodología que únicamente el intendente de Tigre (gozante de licencia) practica. El Jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, también cayó en la tentación. Aunque ahora abandonó, parcialmente, eso de hablar sobre lo “nuevo” y lo “viejo” para presentarse como “el cambio”.

Mucho marketing y coaching. Ideas, a marzo.

En Unen, por el contrario, eligen exponer “el cambio” a través de la concordancia, el diálogo y la reivindicación de ciertos valores que, justamente, fueron bandera en el pasado y hoy son poco menos que un recuerdo. Aunque a veces les cuesta sostener la postura.

Más aún cuando el fantasma del “factor Macri” merodea los alrededores de una interna en la que los egos terminan pesando más que los nombres. Lo que podría transformar una propuesta ambiciosa, sustentada en los aparatos tradicionales, como los del radicalismo y el socialismo, en un auténtico despropósito. Y una enorme frustración para aquellos que sienten que ha llegado el turno “no peronista”, a pesar de que las encuestas no parecen haberse dado por aludidas.

En contradicción con todos los espacios anteriormente mencionados, el peronismo, con una suerte de guiño implícito de la sociedad, simplemente “es lo que es”.

No necesita de marketing ni refundaciones, mucho menos de alianzas tácticas. Porque además de ser un espacio lo suficientemente amplio como para justificar cualquier tipo de posición, es lo necesariamente camaleónico como para hacer invisibles (o casi) sus más bruscos cambios.Algo que en algún momento la sociedad sabrá facturarle, si quiere.

Con un expositor que sepa llevar adelante la franquicia que Perón dejó, alcanza. Ya que, básicamente, eso es hoy, y desde hace tiempo, el peronismo: una fuente inagotable de votos que varían en función de quien los administre.

Probablemente, el saldo que deje la administración kirchnerista sea deudor, por lo que la permanencia en el poder dependerá de las habilidades que el heredero tenga para “arreglarse con lo que quede”.

Teniendo en cuenta estas conjeturas sobre el mapa político todo, ¿quién está en condiciones de encarar “el cambio”? ¿Quién es “lo nuevo”? Tener recorrido a cuestas no imposibilita a ningún dirigente a encarar el futuro. En todo caso, habrá que tener memoria y responsabilidad cívica a la hora de elegir a quién preferimos darle una oportunidad. Como también ser conscientes de qué tipo de futuro queremos para nuestro país.

Las políticas, hoy, no trascienden a los políticos. Y ese es el error que electores y elegidos cometemos cada dos años. El cambio de signo político no es sinónimo de cambio político. Simplemente, varían las formas en función de la obtención de un mismo resultado: el poder.

Ese es el debate que la política y los ciudadanos debemos dar. Se trata de seguir optando por el cortoplacismo, sustentado en “pirotecnia verbal” –como dice Massa– y en asesores que no cobran en moneda nacional. O de comprometernos con nosotros mismos para exigirles a nuestros gobernantes la madurez necesaria para establecer reglas claras que los trasciendan. Ellos pasan, pero el pueblo y su tierra quedan.

El cambio no es una cuestión de nombres sino de forma y fondo. Y las formas van atadas a lo que somos. A los valores que tenemos y a los que dejamos ir. A lo que sabemos, pero también a lo que ignoramos o preferimos no ver. Cambio y futuro, hoy, son un eslogan trillado. Y lo seguirán siendo en tanto y en cuanto la sociedad no esté decidida a cambiar. 

Elegir el mal menor, o el “roban, pero hacen”, o el “voto anti” es el detonante (casi) principal de estas crisis de representatividad. De las que consultores y especuladores, únicamente, saben sacar provecho.

Ser lo nuevo no es un logo o un sello. Eso, simplemente, es lo que quieren instalar que es. Mientras tanto, las ideas siguen esperando por caer. O, en el peor de los casos, por nacer.

Lo nuevo llegará cuando el pueblo esté preparado para asumir que en la vida, para tener un final feliz, hay que predicar con el ejemplo. Y eso empieza en casa. Hasta entonces, seguirá reinando el conformismo.

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