Peronismo: la anorexia política

Peronismo: la anorexia política

Ahora quieren ofrecerle la candidatura presidencial a un pastor que vive en Estados Unidos. Ante la pasividad, Milei recorta hasta el límite el gasto social y quiere construir un peronismo descafeinado. Farsa y tragedia.


Mientras el proyecto político libertario fluye libremente, las conducciones del peronismo -no hay un general, sino una serie variopinta de coroneles y capitanes- siguen enfrascadas en sus dilemas internos, sumidas en una actitud autista.

Se discuten los espacios de poder, se puja por los pocos cargos que hay disponibles y se pelea por evitar que las nuevas camadas de dirigentes desplacen a los veteranos, que son los que los condujeron al desastre y luego se desentendieron de las consecuencias.

Es tan pobre la capacidad propia para generar política, que existe un grupo de dirigentes sindicales que se plantea ir buscar a un pastor evangelista que predica ante las almas perdidas desde su propio streaming en Annaheim, California. Hasta tiene su propia iglesia, la River Church. Ya fueron a verlo un legislador porteño y un sindicalista y el propio pastor reconoció en un programa de televisión que tiene aspiraciones presidenciales, estimulado por tan ilustres visitantes.

Por si esto no fuera suficiente, un sindicalista se atrevió a declarar que el gobernador de Entre Ríos, Rogelio Frigerio es un candidato potable y que lo prefiere antes que a Milei, como si el dilema de estos días fuera entregar las llaves del peronismo al primero que pase por la vereda de Matheu 130.

Tanto desvarío responde a la dispersión y a la caída de los objetivos políticos. El peronismo, en realidad, no sabe qué hacer con Milei, ni con su propia existencia. Y la desorientación cunde en todos los niveles, desde los militantes de base hasta Azopardo 802, San José 1111 y aún en Rivadavia 1841.

Mientras tanto, en Ciudad Gótica…

Simultáneamente, Milei envió al Congreso un presupuesto que recortó el 85% de los fondos de Desarrollo Social; un 88% a la educación; un 52% a la Seguridad Social; un 54% a Desarrollo Productivo; un 68,5% a la Salud y un 37% a la ciencia. Las consecuencias serán devastadoras en los barrios periféricos de todo el país.

El presidente, con sus modales poco elegantes, es un enigma para muchos argentinos. Algunos piensan que “hay que darle tiempo”, mientras Milei entona (algo desafinadamente) sus cantos de guerra, que se asemejan al Haka de los maoríes, en el que los All Blacks prometen pasar a degüello a sus rivales, pisarlos y comerles el corazón.

Milei no llegó a la Tierra procedente de GJ 357, el exoplaneta que se ubica a 31 años luz de nuestro globo terráqueo, por lo que quien quisiera llegar hasta allí debería viajar durante unos 2.500 años. Milei es nosotros, los argentinos. Descontrolado por momentos, casi siempre desordenado, incomprensible a veces, rodeado por un aura de rebeldía (más aparente que real), plantea los problemas que el peronismo no resolvió en los seis mandatos que cumplió desde 1983. Milei tampoco los va a resolver, pero le ganó de mano a todo el mundo y se deslizó por el camino que pavimentó con sus errores y sus pavores el partido que fundara hace 80 años el General Perón.

Además, hubo un cambio de roles en los últimos dos años. Milei se adentró en un estilo peronista, confrontativo y contestatario, que utiliza en sus alocuciones, en sus peroratas y en sus presentaciones de stand-up para definir sus prioridades, sean éstas deseables o cuestionables.

Los dirigentes peronistas, por el contrario, eligieron los buenos modales, pero vacíos de contenido, asimilables a las buenas conciencias y a cierta trucha hipocresía liberal, propia de los “progres”. Ni chicha ni limonada. Ni sí ni no. Se volvieron estatales, más que estatistas.

Definir a Milei es descifrar un enigma que los peronistas aún no han resuelto. Estigmatizarlo -el camino elegido- es una frivolidad. “Frenar a Milei”, la consigna elegida para la última elección, desnudaba la impotencia. Es sabido que en campaña se habla de lo que se va a hacer y de que no es lo mismo votar a un partido que al otro. Salir a agraviar al adversario es cederle la iniciativa. Esa incapacidad enmarcó el triunfo de La Libertad Avanza.

Lo que ocurre es que el peronismo, desde Celestino Rodrigo -cuando perdió la virginidad antiliberal- ya no es el mismo. El quiebre que significó el paro general y la enorme movilización que convocó la CGT el siete y ocho de junio de 1975 jamás fue reparado. Se acabó entonces esa dinámica que auspiciaba la proporcionalidad entre las ramas del peronismo: política, femenina, sindical y juvenil. Se acabó la armonía entre los distintos sectores que componían el movimiento y ese conflicto interno culminó con un baño de sangre que la dirigencia peronista no intentó detener, a partir del 24 de marzo de 1976. Lo que no imaginaban los pusilánimes políticos es que el golpe no era contra los jóvenes contestatarios, sino contra el sistema político y contra la economía de sustitución de importaciones que había erigido trabajosamente el peronismo durante 30 años, aun estando lejos del poder.

Hoy, el devaluado Movimiento Peronista existe sólo como una tradición histórica, pero está lejos de aquella fuerza arrolladora que supo cambiar la realidad argentina. Hoy, un grupo de devaluados dirigentes se dedica a practicar el viejo deporte de las internas, sin intentar siquiera cuestionar el statu quo. El mismo deporte que practican los radicales desde que aceptaron la “alvearización”.

Entretanto, allá, a la intemperie, se empieza a construir lo que aún no tiene nombre, ni una forma definida. Los pueblos no mueren nunca, por lo que la conciencia empuja sin remedio hacia el futuro. La historia transcurre como tragedia y, si se repite, se repetirá como una farsa.

Dios dirá.

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