Néstor Kirchner, 10 años después

Néstor Kirchner, 10 años después

Por Horacio Ríos

Fue el hombre que apostó a resucitar el mercado interno, a revivir al peronismo y a redistribuir el ingreso.


Néstor Kirchner, de cuyo fallecimiento se terminan de cumplir diez años, fue uno de los presidentes más destacados desde el advenimiento de la democracia, que se produjo en 1983. Tuvo el honor de ser despedido por cientos de miles de personas, que supieron llorarlo y honrar su memoria.

Natural de la sureña Provincia de Santa Cruz, era un hombre de carácter duro, un incisivo polemista, un político creativo y un tipo cabrón, de reacciones intempestivas, en ocasiones.

Kirchner se preparaba en realidad para presentar su candidatura en 2007, pero las rebeliones populares de 2001 y la convocatoria del peronismo lo obligaron a adelantar sus planes.

No era el candidato del presidente provisional, Eduardo Duhalde, que primero eligió al exgobernador bonaerense Felipe Solá, luego al santafesino Carlos Reutemmann y después al gobernador cordobés, José Manuel de la Sota. Como éste último “no movía el amperímetro”, los gobernadores peronistas le impusieron a Néstor Kirchner.

Duhalde, entonces, se fue al sur y se reunió con el santacruceño. Dicen que se fueron a pescar, aunque ésta era una afición cara al exgobernador de Buenos Aires, pero no a Kirchner, que jamás había agarrado una caña en su vida.

En una conferencia de prensa que brindó el 18 de diciembre de 2002 en la Casa de Santa Cruz en Buenos Aires, pocos días después de su incursión pesquera, este cronista le preguntó a Néstor Kirchner -que se encontraba flanqueado por los legisladores Jorge Argüello, Julio Vitobello, Eduardo Valdés, Guillermo Oliveri y Alberto Fernández- si Duhalde le había adelantado “entre trucha y trucha” si sería el candidato del peronismo. Algo molesto, el santacruceño respondió que “no era el momento para esa pregunta” y que no había nada de eso.

De todos modos, las versiones que circulaban entre los mentideros de la política aumentaban progresivamente en intensidad y, finalmente, la incógnita quedó develada y Kirchner se convirtió en candidato. El anuncio lo hizo Eduardo Duhalde el 11 de enero de 2003, en una entrevista que le realizó un matutino porteño.

Esta etapa culminó el 27 de abril de 2003, cuando la fórmula Kirchner-Daniel Scioli obtuvo el 22,25 por ciento de los votos, quedando por detrás de la fórmula Carlos Menem-Juan Carlos Romero, que fue votada por el 24,45 por ciento de los argentinos. Para elegir presidente, los argentinos debían optar entre estas dos fórmulas. Las encuestas le daban a Kirchner-Scioli una intención de voto de entre el 60 y el 70 por ciento para la segunda vuelta, que iba a realizarse el 18 de mayo de 2003. Finalmente, abrumado por la realidad, Carlos Menem anunció el 14 de mayo –cuando se cumplían 14 años de las elecciones que lo llevaron a su primera presidencia- su desestimiento de continuar en la carrera electoral.

Finalmente, el 25 de mayo de 2003 –una fecha simbólica, ya que además de ser el 197° aniversario de la Revolución de Mayo, se cumplía el 30° aniversario de la llegada de Héctor J. Cámpora a la Casa Rosada, que terminó con 18 años de proscripción del peronismo-, Néstor Kirchner se convirtió en el 33er presidente electo de la Argentina, si se excluye a los mandatarios de facto y a los que llegaron a la Casa Rosada mediante métodos fraudulentos.

 

Un cambio cultural

Cuando Kirchner asumió aún reinaba las señales que habían tatuado en los argentinos la crueldad del esquema neoliberal del que habían sido víctimas desde 1976, descontando el interregno alfonsinista, que devino en un experimento fallido de reformar el esquema económico legado por la dictadura.

Finalmente, Kirchner impulsó una fuerte suba de los salarios, que desde 1976 hasta 2002 se habían mantenido alrededor de los $200 y en 2015 habían crecido hasta $5.588. Las jubilaciones y pensiones mínimas aumentaron desde los $61,26 en 2003 hasta los $4.299 en 2015. En 2003, la tasa de cobertura de personas en condiciones de jubilarse era del 66,1 por ciento, pero en 2015 ésta había alcanzado al 94 por ciento de la población.

En 2001, cuando en Argentina había 36.260.130 habitantes, sólo 5.439.019 de ellos tenían ingresos medios. En 2010, en cambio, con una Argentina habitada por 40.117.000 personas, 13.038.025 de ellos obtenían ingresos medios.

Cuando finalizaba el mandato de Carlos Menem, en 1999, el 54 por ciento de los argentinos eran pobres. Kirchner, sólo en el primer año de su mandato, ya había bajado ese índice al 40,28 por ciento. Al final del mandato de Cristina Fernández, en 2013, esta cifra había disminuido hasta el 4,7 por ciento.

Uno de los más difíciles problemas que debió enfrentar el exgobernador de Santa Cruz fue -¿es casualidad que hoy ocurra lo mismo o es una permanente estrategia del sector financiero internacional?- el de la deuda externa. Ésta alcanzaba el 138 por ciento del Producto Bruto Interno. Luego de una feroz negociación, Kirchner logró reducirla al 40 por ciento del PBI, con el consecuente impacto que este logro tiene sobre la distribución del ingreso.

Existen muchas otras medidas que cimentaron la popularidad de Néstor Kirchner –tanta, que este miércoles 28 de octubre a la madrugada el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta mandó a borrar su imagen, que lo mortificaba desde unas horas antes con su sola existencia desde las baldosas de la Plaza de Mayo-, entre las que deberían ser recordadas su política de Derechos Humanos, su constante incremento en el presupuesto educativo y su impulso a la creación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que desarrollaron políticas de integración continental, absolutamente contrarias a la política del Big Stick esgrimida por el State Department en la región.

En este camino, acaeció la épica concentración producida el cuatro de noviembre de 2005, cuando George Walker Bush llegó en el Air Force One a Mar del Plata para asistir al mero trámite de la firma del acta de creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Pero, quizás inesperadamente para él, chocó de frente con los principales líderes sudamericanos, que se opusieron a apoyar ese tratado. Allí unieron fuerzas con Kirchner, Hugo Chávez (Venezuela), Luiz Inácio Da Silva (Brasil), Ricardo Lagos (Chile), Tabaré Vázquez (Uruguay) y Nicanor Duarte Frutos (Paraguay). Los únicos presidentes que apoyaron a Bush fueron el canadiense Paul Martin, el panameño Martín Torrijos –deshonrando la memoria de su padre- y el primer ministro de Trinidad y Tobago, Patrick Manning. El último fue el mexicano Vicente Fox, al cual Kirchner frenó de manera memorable, en medio de un tenso debate.

 

Lo que quedó después de 2015

Pero adonde quedó una profunda huella de Néstor Kirchner fue en la política Argentina. Nada fue lo mismo después de él. Todas las políticas neoliberales que lo antecedieron quedaron anquilosadas. Tan fuerte fue su impronta y la de su esposa y sucesora, Cristina Fernández, que el gobierno de Mauricio Macri, que llegó con la decisión de quebrar la significación política que los Kirchner habían edificado, se internó en fútiles batallas -que perdió casi en su totalidad- y aún así no pudo impedir que el peronismo regresara al poder inmediatamente de finalizado su primer período. En este combate, fue más profunda la capacidad de hacer daño del Gobierno de Cambiemos que su aptitud para construir el post-kirchnerismo, una tarea en que la Macri fracasó en toda la línea.

Antes de eso, el credo monetarista y neoliberal, basado en el dinero caro y en las baratas materias primas del Tercer Mundo –o de los países “en vías de desarrollo”- se había fagocitado desde 1989 al peronismo, con la complicidad de Carlos Menem y, entre 1999 y 2001 al radicalismo, ahogado en la estolidez de Fernando de la Rúa. Ambos líderes protagonizaron un docenio de políticas subordinadas a los ajustes ordenados por los organismos multilaterales de crédito, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial y por el State Department que respondía al gobierno de George Herbert Walker Bush (padre). Menem expresó cuando éste visitó Argentina que “Bush y yo somos del mismo palo”, pero fracasó en su intento, quizás porque Menem era del “palo” de Bush, pero Bush no era del “palo” de Menem.

 

Kirchner impulsó una fuerte suba de los salarios, que desde 1976 hasta 2002 se habían mantenido alrededor de los $200 y en 2015 habían crecido hasta $5.588. Las jubilaciones y pensiones mínimas aumentaron desde los $61,26 en 2003 hasta los $4.299 en 2015. En 2003, la tasa de cobertura de personas en condiciones de jubilarse era del 66,1 por ciento, pero en 2015 ésta había alcanzado al 94 por ciento de la población.

 

El permanente desequilibrio fiscal oficiaba como disciplinador social, mientras que la zanahoria era el constante crecimiento de un solo ítem en el Presupuesto anual argentino: el del capital e intereses de la deuda pública en moneda extranjera, que ahogaba cualquier política económica posible. Esa fue la lógica que desarmó parcialmente Néstor Kirchner. El recurso obligaba a tomar deuda para pagar otras deudas anteriores y así se iba del Plan Brady al Plan Primavera, del Megacanje al Blindaje Financiero, mientras que ni un peso de ninguno de estos créditos llegaba a los bolsillos de los argentinos que debían pagarlo. Sólo viajaban de banco en banco hasta regresar -multiplicados por 100- a los bolsillos de banqueros, usureros, especuladores y operadores de toda laya.

Quedaron muchas perlas, muchas frases, de aquella época. Hubo de todo, pero algunas fueron más picantes y otras, en cambio, nos recordaron la certeza de aquella máxima que aplicaron en sus carreras algunos importantes líderes políticos del mundo, que plantearon: “guarda silencio, por más que éste sea tomado como síntoma de ignorancia o estupidez. Si abrieras la boca, correrías el riesgo de que estas dos premisas se vuelvan indiscutibles”.

El cinco de octubre último, el economista Steve Hanke, que en 1999 le presentó la misma idea a Carlos Menem y luego lo hizo con la dolarización de Ecuador, planteó en referencia a la Argentina de hoy que “el país debería deshacerse de su peso y ponerlo en un museo”.

Antes, muchos años antes, en 1993, el lúcido y perspicaz gurú, vocero y factótum de los mercados, Domingo Felipe Cavallo había afirmado que “la deuda pública será insignificante hacia fin de siglo”.

La lid que le queda por delante a Alberto Fernández, que entonces fue uno de los principales laderos de Néstor Kirchner, es casi la misma. En cuanto a esa pelea,  este cronista, que lo entrevistó en su último día como legislador porteño, cargo que abandonaba para asumir la Jefatura de Gabinete unos días más tarde, guardó en el recuerdo –y en sus apuntes de la entrevista, que la memoria no es infalible- aquella profecía que lanzó el actual presidente: “vamos a dar una batalla que va a cambiar muchas cosas en la Argentina”.

Y así fue.

Te puede interesar

Qué se dice del tema...