Medios locos: la batalla por el sentido de las palabras

Medios locos: la batalla por el sentido de las palabras

Gramsci la llamó “La batalla cultural”, Noelle Neumann teorizó acerca de “La espiral del silencio”.


Para apropiarse del sentido común, algunos operadores de la economía, ligados casi siempre a los partidos liberales, harán lo que sea necesario. El método utilizado suele ser casi siempre el de acusar sin fundamento; sembrar sospechas sobre las conductas de personas consideradas “enemigas”; difundir versiones sobre falsos complots o falsos atentados o conseguir que vayan a prisión los políticos más “peligrosos”, en base a noticias y acusaciones igualmente falaces. Cualquier recurso es válido. En el conflicto económico-político se acepta cualquier cosa. Todo se utiliza. La verdad es el único recurso que brilla por su ausencia.

Para muestra, basta un botón

Por medio de un afiche fijado en los muros de la Ciudad en la noche del 28 de marzo último, alguien acusó a la vicepresidenta argentina de “asesina”. Se decía que había matado a 35 mil personas, lo que equivaldría –de ser cierto, algo que es cuestionable, al menos- a una masacre, indudablemente. La causa era, según los autores del afiche, que “elegiste negocios con Putin en lugar de salvar vidas”.

Supuestamente, esta acusación tendría que ver con que el Gobierno comenzó la campaña de vacunación el 28 de diciembre de 2020, inoculando a los argentinos con la vacuna Sputnik-V, en lugar de hacerlo con la vacuna del laboratorio Pfizer, que se suponía que era de mayor calidad y estaba a disposición de la administración gubernamental. Algo muy discutible, si no falaz, ya que no existía tal disponibilidad inmediata.

También existía una acusación ideológica en la imputación, fundamentalmente, porque la vacuna Pfizer proviene de una empresa estadounidense, un país en el que reina “la democracia”, al contrario de la Rusia de Vladimir Putin, que es “una autocracia”, según los “afichistas”. Como si el Muro de Berlín aún continuara en pie y la Unión Soviética siguiera existiendo y el comunismo –ese cuco tan odiado y tan temido en tiempos pretéritos- todavía dominara la vida de los rusos. Ni que hablar en estos días de las imputaciones que se le achacan a una Rusia que no es la única protagonista de una guerra en la que intervienen muchos factores de poder.

De todos modos, la batalla cultural –así la definió el teórico comunista italiano Antonio Gramsci desde la cárcel en la que lo encerró por diez años y medio el dictador Benito Mussolini- se compone de pequeños sucesos cotidianos, de los cuales casi siempre los ciudadanos nos encontramos ausentes y de los que nos enteramos por los medios de comunicación y las redes sociales.

Otro botón

El cuatro de marzo de 1917, Woodrow Wilson asumió su segundo mandato como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Uno de los lemas dominantes en su campaña electoral fue una pregunta, entre varias otras: ¿Quién nos mantiene fuera de la guerra? En ese momento, en Europa se desarrollaba la Primera Guerra Mundial, en la cual los EE.UU. se habían mantenido neutrales hasta esos días.

A pesar de su vocación pacifista, ni bien fue reelegido, el dos de abril de 1917, Wilson le pidió al Congreso que declarara la guerra a Alemania. ¿La justificación? Un telegrama de la cancillería germana al estado mexicano para ofrecerle financiación para que encarara la recuperación de los territorios de Texas, Arizona y Nuevo México, que habían sido expoliados por Estados Unidos en el siglo 19. Buscaban crear de esta manera un nuevo frente de guerra en la frontera sur norteamericana.

Pero tal decisión no fue tomada en frío. Exigió de una campaña previa. Edward Bernays fue “el principal autor de este milagro”, relató el escritor uruguayo Eduardo Galeano. “Cuando la guerra terminó, Bernays reconoció públicamente que habían sido inventadas las fotos y las anécdotas que encendieron el espíritu bélico de las masas”, continuó Galeano. Quizás hasta el propio telegrama fuera una invención.

“Este éxito publicitario inauguró una brillante carrera. Bernays se convirtió en el asesor de varios presidentes y de los empresarios más poderosos del mundo. La realidad no es lo que es, sino lo que te digo que es: él desarrolló mejor que nadie las técnicas modernas de manipulación colectiva, que empujan a la gente a comprar un jabón o una guerra”, concluyó el uruguayo.

Pequeñas batallas cotidianas

Hace unos 40 años, para apropiarse de los recursos de un país, sus clases dominantes –y algunas cancillerías extranjeras- apelaban a los ejércitos nacionales, que por medio de la bayoneta calada disciplinaban a los trabajadores y los obligaban a aceptar las políticas de expoliación a las que eran sometidos. Las palabras claves eran, entonces, Panamá y Fort Benning, adonde los soldados sudamericanos eran entrenados militarmente. Además, allí les era implantada la concepción ideológica de los norteamericanos, para quienes el enemigo eran los nacionalistas, los sindicalistas, los comunistas y hasta, a veces, los moderados que no comulgaban con la idea de “América para los americanos” (del norte, claro).

Pero los tiempos han cambiado y ahora las campañas se arman en base a la indignación de los ciudadanos, ya no sólo del miedo. Nada excita más contra determinadas personas, convenientemente elegidas y difamadas, que el malhumor y el odio implantado desde afuera. No hay mejor enemigo que un linyera a medio vestir, con harapos, desaseado y pobre. Ni nada mejor que un ex funcionario en pijama, detenido en la madrugada por supuestos delitos de corrupción.

Los medios para sembrar el desánimo, la rabia, el enfado y la frustración cotidiana ya no son las ametralladoras Uzi, sino los televisores Admiral. Todos los días se lanzan campañas de distracción de la verdad, de desinformación y de desprestigio. Al mismo tiempo, casi de contrabando, se siembran en las mentes de los televidentes y de los usuarios de las redes sociales modelos económicos liberales, que son presentados como la panacea de los males que el propio liberalismo provocó.

La guerra ya no es física –excepto en Ucrania, adonde los malos son los que están fuera de las imágenes- sino simbólica. La declinación del papel, en el que se leía, se reflexionaba y se comentaba con otros una noticia, abrió el paso a una caterva de mercenarios que hablan, imprecan, difaman y, haciendo público un hecho, a la vez lo ocultan de la vista del público presentándolo de manera parcial, obstruyendo su significado al utilizar adjetivos calificativos impropios.

Siempre los profesores de periodismo advirtieron a sus alumnos sobre el uso de los adjetivos calificativos, aconsejando a los futuros periodistas que los utilizaran con mezquindad, con prudencia. Hoy se puede ver a cualquier periodista o “comunicador” principiante escupiendo calificaciones sobre hechos y personas como si vendieran mayonesa.

De esta manera, cualquier suceso ya es calificado desde el origen, sin permitirle al ciudadano que recibe la información que reflexione con sus propios conocimientos previos sobre lo que ve y escucha. Ya todo ha sido digerido y el público sólo recibe la deyección de la noticia. Es más, no se le informa a su inteligencia, sino a su hígado, a su humor. Peor aún, se le habla desde los medios a sus prejuicios, no a su razón.

De esta manera, se suman a la caterva de mercenarios, miles de desprevenidos ciudadanos a los que durante años se les sembraron las ideas y los principios que en privado suelen rechazar, pero que en grupo suelen aceptar, intimidados por la aceptación de los otros, tal como lo planteó la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann en su libro “La espiral del Silencio”. El individuo acepta en el grupo lo que aceptan los demás, ante la posibilidad de ser excluido si no se adapta a lo que la mayoría piensa. Incluso moderará u ocultará sus disidencias, para ser aceptado, para “pertenecer”.

Paralelamente, para Gramsci toda persona es un intelectual que participa de una (pre) determinada concepción del mundo y así contribuye a sostener los modos de pensar colectivos, que aseguran la hegemonía del poder sobre la sociedad. Esto, más allá de los miedos, la ignorancia de los individuos o su alineación ideológica.

Medios locos

Los medios, más allá de sus parámetros ideológicos, también son un espejo de la realidad. Difunden ante todo los enunciados del poder, pero también son el termómetro de la política diaria, de los sentimientos del poder y de la gente. No existe diario, ni canal, ni publicación en la que no aparezca algún intento de sondear la realidad.

El 1° de marzo de 1815, Napoleón Bonaparte, que tras su derrota en Leipzig había permanecido recluido en la isla de Elba por once meses, desembarcó en Golfe-Jean, cerca de Antibes, en el sur de Francia, sobre el Mar Mediterráneo. El 20 de marzo llegó a París, donde permaneció en el gobierno de Francia por apenas 100 días.

Pero lo anecdótico fueron los títulos del Moniteur Universel, el diario oficial del régimen de los Borbón, la casa real francesa. En un libro que publicó en 1840, Alejandro Dumas transcribió los títulos del Moniteur, que seguían la trayectoria del general francés desde Elba hasta París.

La huida de Elba, que ocurrió ante un descuido de la guardia el 26 de febrero de 1815, mereció un título catástrofe: “El antropófago ha salido de su guarida”.

Luego, el 1° de marzo, Napoleón llegó a tierra francesa y nuevamente el título fue brutal: “El ogro de Córcega acaba de desembarcar en Golfe-Jean”, escribió el editor.

Después, Napoleón comenzó a avanzar. “El tigre ha llegado a Gap”, se lamentó el Moniteur pocos días después.

Pero las cosas no terminaron ahí. Al día siguiente, mientras el corso veía engrosar las filas de su ejército, casi sin proponérselo, llegó a Grenoble. “El monstruo ha dormido en Grenoble”, escribió el preocupado director del diario monárquico.

Mientras Napoleón continuaba su avance, el Moniteur no cesaba de alarmarse. “El tirano ha atravesado Lyon”, titulaba. Entretanto, en las paredes de París podía verse una inquietante pintada: “Ya tengo suficientes hombres, Luis (el rey de Francia). No me envíes más”. Firmaba Napoleón.

Pero la crónica continuó. “El usurpador ha sido visto a sesenta leguas de la capital” volvieron a alarmarse los partidarios del rey, que estaba a punto de huir de París.

Al día siguiente, cuando ya el rey Luis XVIII había huido a Grandvilliers y el general avanzaba sin obstáculos, el Moniteur tituló, desesperanzado pero intentando dar ánimo a los partidarios del rey: “Bonaparte avanza rápidamente, pero no entrará nunca en París”.

El 19 de marzo, el Moniteur elegía la sobriedad y titulaba: “Napoleón estará mañana frente a nuestros baluartes”.

El 20 de marzo, Napoleón alcanzaba los suburbios de la Ciudad Luz. “El emperador ha llegado a Fontainebleau”, titulaba sobriamente (y sin adjetivos calificativos) el Moniteur.

Finalmente, el 21 de marzo, Napoléon se enseñoreaba en la capital francesa y el diario, ahora oficialista, titulaba: “Su Majestad Imperial y Real hizo ayer su entrada en su palacio de las Tullerías en medio de sus fieles súbditos”.

Fin de la historia. Interpretaciones aparte, el diario se reubicó ante sus anunciantes, como lo hacen en el Siglo 21 todos los diarios del mundo. El periodismo independiente sólo lo practican quienes abogan por una idea, sin ánimos de lucro. El resto es el periodismo que depende de sus avisadores para sobrevivir.

Basta de chácharas.

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